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 Es costumbre en la familia celebrar juntos el almuerzo de cada día y componer una sobremesa parecida a un pequeño parlamento desde donde se aseveran las cuitas del menester, se anuncian los proyectos o se anotan los consejos que para muchos han de ser de utilidad en la manera del particular vivir de sus componentes. Siempre animan la sala con un fondo musical necesariamente recordatorio de algún acontecimiento, personaje o vivencia que de una u otra manera imite aquella otra, a veces ya en el olvido. Es el abuelo quien lleva la cuenta de ellos y quien desengrana la sorpresa.

 

Sonó “El Concierto de Aranjuez” ante el regocijo de los asistentes y los gratos comentarios en una referencia que remitía a la primera cita amorosa de los padres y fue refrendado con un aplauso general sobradamente consentido por los homenajeados con tal exquisito recuerdo. La sala recogía todo el ritual con una pasmosa prudencia y comenzaba apaciblemente la tertulia.

 

         A tal foro no estaba permitido modo alguno de alteración del recto proceder que componía el cónclave familiar, siendo impropio el traslado allí de vidas ajenas, noticias mundanas o descalificaciones intencionadas de actitudes políticas, religiosas o deportivas; tampoco eran admitidas creencias distintas a las consolidadas a través de la larga historia de una estirpe de personas con un talante gremial humilde que se había hecho en el mundo del empresariado a través de líneas marcadas en sus asambleas cotidianas. La unidad de criterio formada en los años constituía el lema de actuación y la opinión de todos presidía el poder de una aventura iniciada siglo y medio atrás y conservada en posición aceptable durante su existencia y superviviente activa a pesar de la inclemencia de las crisis. Y quizá la mucha dosis de perseverancia en los objetivos.


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