Bajaste de mis ojos a la calle
a que te diera el aire, dijiste,
pues tuvimos una discusión acalorada.
Yo fregué los platos mientras tanto
para entretenerme un tiempo y convocar de paso
al dios de la limpieza.
Volviste concentrada en asuntos
tan triviales como que han menguado
mis deseos proporcionalmente
a la caída de tus tetas
o que ya no me divierten como antes las salidas
de pata de banco que adornan tu inteligencia.
Sin embargo, a mí me aburren
terriblemente esas gripes del amor
que golpean cada poco a tus defensas,
prefiero ocuparme en contar nubes
y en otras cuestiones domésticas.