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ALFONSO XIII: GRAN REY DE PAZ EN LA GUERRA DEL CATORCE

OPINIÓN
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Qué habría sido  de miles de familias europeas, si Alfonso XIII no hubiera vivido. Sí: qué habría sido de sus miembros, cuando el Monarca, ayudado en un principio por su secretario particular, Emilio María de Torres, pondría a funcionar la maquinaria de la investigación. Sí, la búsqueda de los desterrados y afligidos, gracias a la tarea emprendida en una sencilla oficina de Palacio. Ahí iniciarían una búsqueda humana estos dos mensajeros de la paz, hasta que el sueño los venciera, que el Rey se retiraba a su dormitorio al amanecer, ante la lucha por salvar a miles de personas, afligidas por la Gran Guerra de 1914.

 

En una de esas estancias, se viviría el horror de la contienda, y ahí se movilizaría el Rey en una labor de salvar prisioneros, gracias a las misivas nacidas y escritas de su puño y letra. Por eso, hubo que habilitar otras dependencias de Palacio para que cupieran tantas misivas. Al principio, la labor la harían Don Alfonso y su Secretario, para, posteriormente, recurrir a tres diplomáticos y cuarenta empleados – el escritor Juderías, entre ellos –  y, de esta suerte, despachar una correspondencia tan densa como dolorosa-; y hasta el Rey ordenaría que le pasaran los expedientes en distintos idiomas, de tal suerte que El Palacio Real se convertiría en el consuelo más deseado para salvar vidas, encontrar a soldados perdidos, en una tarea filantrópica que, en la actualidad – y entonces – Alfonso XIII podría haber ver sido Premio Nobel de la Paz. No hay espacio para narrar ese tiempo tan denso como bélico, digno de un gran libro y ver la paz que emanaba de esas misivas, nacidas en esas estancias, donde, únicamente, se pensaba en salvar al hombre. Y, para ello, todos los gastos saldrían del bolsillo de Don Alfonso.

 

Sería tal la cantidad de correspondencia – padres, madres, hermanos, esposas y novias, desaparecidos o huidos -, que no importaba el país, el hombre, únicamente el hombre. Tal fue ese caudal de misivas, que alcanzaría la cifra de veinte mil, en un mes. Correos diarios. De esta suerte, desde una postura neutral, Alfonso XIII adquiriría un gran prestigio, un hombre de paz en la Gran Guerra. Así el Rey intercedía para lograr repatriaciones, conmutaciones de penas de muerte, velar, en suma, por el trato de los prisioneros. Del Palacio de Oriente, salían telegramas para las Cancillerías de Londres, París, Berlín, Viena, Sofía o Petrogrado. No olvidarían esos pueblos, la dadivosidad del Monarca. Todas las noches, un camión de Correos cargaba en Palacio sacas y sacas de cartas con destino a las Cancillería europeas. Cada saca llevaba el Escudo Real y el membrete de la Secretaría Particular de Su Majestad el Rey. Y, este altruismo, lo llevaría El Rey, durante los primeros meses de la contienda, con el fin de que cesaran las represalias de Alemania contra prisioneros franceses y que los tuberculosos fueran trasladados a Suiza.

 

Y todo este humanismo, el sentido caritativo, lo llevaría Alfonso XIII con tal esmero, que no quería que se supiera cuanto hacía; prefería que su mano derecha no supiera lo que hacía la izquierda. Un día se lo diría a mi gran amigo y periodista, de ascendencia extremeña, Julián Cortés – Cavanillas, compañero de Abc, que escribió un bello libro sobre la actitud del Monarca en esos avatares bélicos. Muy amigo de Don Alfonso, este le respondería a Julián, a una pregunta sobre la concesión del Premio Nobel de la Paz – que Don Alfonso no quería y trataba de pasar inadvertido ante sus gestiones -. “Este es un punto del que yo no debo hablar – sentenciaba – y que las naciones beligerantes conocen sobradamente”. Sin embargo, para Don Alfonso lo más importante sería ”la neutralidad durante la Gran Guerra”, circunstancia que, sin embargo, no tendría Bélgica, situada entre los dos frentes.

 

Cuantas personas no perderían la vida gracias a la generosidad y gestiones de Alfonso XIII. Su acción llegaba desde los más menesterosos hasta personajes muy conocidos como el pianista Rubinstein, el cantante Maurice Chevalier, el historiador Pirenne …; y, fuera de esa órbita, su intercesión por más de mil niños serbios para que los austro – húngaros los devolvieran a su país.

 

Lo que significaría ese faro de paz – El Palacio Real – en los campos de concentración donde dejaría su acento la labor regia para salvar seres humanos. Se calcula que, desde Palacio, se mediaría a favor de ciento treinta y seis mil prisioneros de guerra; y que se realizarían cuatro mil visitas de inspección a los campamentos de prisioneros, y se lograría repatriar a muchos miles de ciudadanos. Para ello, la neutralidad española resultó clave.

 

Qué gran hombre de paz en tiempos de guerra. Sin embargo, Alfonso XIII sufriría mucho al no poder salvar al Zar Nicolás II, a la Zarina y a sus cinco hijos, cuando, en la Revolución Rusa de octubre de 1917, fueron ejecutados.

 

El Archivo de Palacio recoge testimonios impresionantes, cartas donde brota el amor y la esperanza: la niña, por ejemplo, que escribe al Monarca: ”Mamá llora siempre porque su hermano está prisionero…” Y le responde el Rey: ”Yo procuraré, lo mejor que sepa, hacer que mamá no llore…” Y la niña: ”Majestad: Me ha conmovido mucho que hayáis tenido a bien responder a una niñita como yo (….) También pensaré en Vos durante toda mi vida y pediré al Buen Dios que os bendiga. (…) Majestad, no olvidéis que soy siempre vuestra pequeña servidora, devota y agradecida. Syliane”.

 

¿Le hemos reconocido al abuelo de Don Juan Carlos todo ese caudal de humanidad y de buen samaritano?. Un gran hombre de paz en tiempos de guerra. Camino del exilio, a medianoche del día 16 de abril de 1931, en la estación parisiense de Lyon, sería recibido clamorosamente. No olvidaban los franceses cuanto este Rey hizo por ellos y otros muchos hombres en tiempos de guerra. Previamente, Alfonso XIII había visitado Las Hurdes, con el fin de ver cómo vivía ese pueblo y observar la pobreza. 

 

Un día, camino del destierro, sacaría su pañuelo y miraría hacia España con amor y dolor. Quizás pensara que la paz es sólo un momento confuso entre dos guerras.


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