A Jesús Pabón y Suárez de Urbina, gran historiador, autor de una magnífica biografía sobre Cambó, catedrático y fundador de la Agencia Efe, hombre de Don Juan, el general Franco lo desterraría a Tordesillas, por un escrito que los catedráticos le enviaron al General para que iniciara una apertura del Régimen. Por su fidelidad monárquica, Jesús Pabón sería testigo privilegiado del encuentro entre la Reina Victoria Eugenia y el General Franco con motivo del bautizo del actual Rey Felipe VI. Esa ceremonia sería clave en nuestra historia contemporánea, pues el General y la Reina se encontraron por última vez y esta le pediría a Franco que tenía tres candidatos a la Sucesión: su hijo, Don Juan, su nieto, Don Juan Carlos y su bisnieto, Don Felipe. “Hágalo pronto; que lo veamos”, le dijo La Reina y el General le respondió con un sí y, fruto del mismo, Don Juan Carlos sería nombrado su sucesor y, de esta suerte, los españoles encontraríamos, afortunadamente, un cauce sin torrentes, en nuestra Historia actual.
Jesús Pabón sería uno de los que firmara el escrito de los Catedráticos, mediados los sesenta, hecho que le acarrearía la pena de confinamiento, destierro que, tristemente, sería habitual durante el Franquismo. Todo un libro he dedicado a esta vieja y dura pena, “Los Confinados”, que editara Plaza y Janés. También hubo destierros durante “La República” y, en esa época, el famoso doctor Albiñana pasaría un tiempo en Las Hurdes, donde recibió visitas de monárquicos, entre ellos, Eugenio Vegas Latapie, preceptor, durante una época, de Don Juanito – así se le llamaba cordialmente, al que después sería, Don Juan Carlos -, y al que acompañaría en sus estancias en Villa Giralda y en Lausana. Hombre de una moral intachable, Vegas Latapie le diría, tristemente adiós, a un Don Juanito niño, que se aprendería de memoria la lista de los Reyes Godos y, que un día, se despediría de él con los ojos llorosos. Don Juanito también derramó sus lágrimas en esa despedida y Eugenio Vegas guardaría sus penas y, en El Retiro madrileño, recitaría las coplas de Jorge Manrique, hasta que Don Eugenio y yo nos nos encontramos y, de esa suerte saldría de mis manos la obra: “Juan Carlos: la infancia desconocida de un Rey “, editada por Planeta. Eugenio Vegas estaba casado con una cacereña de prosapia, doña Leonor López de Ceballos, nacida en uno de los palacios de la Ciudad Antigua.
Dicho lo cual – perdón, lector amigo -, la firma del ya citado documento, le conduciría a Jesús Pabón al destierro o confinamiento en la muy noble y leal Villa de Tordesillas – patria de Doña Juana la Loca – y cuyo perfil se mira en el río Duero y hasta, quizás, cante sus penas como un romance. Quién iba a decirle a Pabón que un amante de la historia como él “viviría” su confinamiento tras las huellas de la Reina Juana la Loca y, que tendría, a un tiro de piedra, ni más ni menos, que el Archivo de Simancas, al que acudía, casi a diario, durante el tiempo que duró su destierro, en la década de los años sesenta.
Una noche, a su casa madrileña de El Viso, llegaba un policía que le entregaba la orden de confinamiento. Don Jesús acababa de llegar, procedente de la Agencia Efe, de la que era presidente. Todo ocurrió muy deprisa. No daba crédito a lo que acontecía y ambos, don Jesús y el policía se fueron a la estación, camino de Tordesillas. A su llegada, se presentó al regidor y se instaló, en un principio, en un hostal y, posteriormente, en una casa alquilada, una vez que llegaron su mujer y sus hijas.
Allí todo transcurriría bucólicamente hasta los diez meses que duró el destierro; leería mucho, se haría muy amigo del médico y la gente de la Villa le acogió con los brazos abiertos y se hizo un vecino más. Nadie se explicaba qué ocurría tras el castigo de un buen hombre y, como digo y repito, un vecino más, hasta el punto que, cuando se le levantó la pena, dos chicas de Tordesillas entraron de servicio en su casa madrileña. Cuál no sería el afecto al desterrado, que el alcalde y los mozos, ante la prohibición del Gobernador Civil de Valladolid para festejar “El toro de la Vega”, recurrieron a él. Este le escribió una carta al Gobernador y la respuesta no se hizo esperar. Tordesillas podría festejar “El Toro de la Vega”, con lo cual hubo alborozo y cohetes y la fiesta se celebró normalmente, sin que hubiera altercado alguno, como los que ha conocido toda España y la lucha entre paisanos y rebeldes.
Conozco muy bien el paraje de la Vega. Desde un otero, Tordesillas dibuja su contorno sobre el firmamento de una villa histórica y señorial, unida al romance de las aguas del río Duero. “Río Duero / río Duero / nadie a cantarte baja…” Qué habrá pensado ese noble y cinqueño toro ante la estampa medieval del mozo con la lanza. “Como el toro bravo / he nacido para el dolor y la pena”- Miguel Hernández -. Una vez más, cuando he visto la oxidada imagen de la lanza, siento, con Machado, “el españolito / que vienes al mundo / te libre Dios; / una de las dos Españas / ha de helarte el corazón.” La vieja Iberia, Doña Juana “La loca” y, en ese “espectáculo”, las dos Españas. ¡Líbranos, Señor!.