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CUANDO EL ESCORIAL PUDO SER EL VATICANO

OPINIÓN
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[Img #39114]Quien iba a decirle aquel brillante muchacho,  Giacomo Paolo Battista della Chiesa, hijo de una ilustre familia genovesa, sacerdote – cantaría misa en San Juan de Letrán -, teólogo y hombre de confianza del Nuncio en España, Mariano Rampolla, árbitro entre España y Rusia por la posesión de las Islas Carolinas, sacerdote y diplomático, ordenado obispo por San Pío X en la Capilla Sixtina en presencia de Rampolla y el español Merry del Val, después cardenal y Papa, a los tres meses del fallecimiento de San Pío X, coronado en la Capilla Sixtina, el día 3 de septiembre del año bélico de 1914, hombre de paz en la guerra, con su encíclica en la que analizaba  las causas del conflicto y que no gustaría a ni uno ni a otro de los dos bandos beligerantes. Aquel Papa que moría a causa de una epidemia de gripe en el año 1922, que conocía España, pues había sido Nuncio en 1883.

 

Las guerras nos llevan a los hechos más increíbles. Os imagináis Roma sin el Vaticano y este a un tiro de piedra de Madrid, concretamente el Monasterio del Escorial. Pues, por el conflicto bélico de la Primera Guerra Mundial, el Rey Alfonso XIII, que tanta humanidad había derrochado por los prisioneros, que había salvado a tantos, incluso cómo luchó por salvar la vida del Zar Nicolás II y su familia. Pues bien: ante la probabilidad de que el Pontífice Benedicto XV corriera peligro por la entrada del ejército austro – húngaro en Italia y dada la neutralidad de España, el Monarca le enviaría un documento al Nuncio de su Santidad en Madrid y este, a su vez, al Pontífice, en el que le ofrecía  al Papa el Monasterio de El Escorial para que, mientras durara la contienda, mantuviera su relación con todas las naciones.

 

El Rey vería muchas ventajas para que Benedicto XV permaneciera en esa “gran piedra lírica”, a un tiro de piedra de Madrid. Como dos años después, La Ciudad Eterna corriera serios peligros, el Pontífice estudió su situación y a punto estuvo de darle un sí a la proposición regia, que, incluso, tenía minuciosamente estudiado y meditado. El Papa llegaría en barco a Valencia y el personal del Vaticano se trasladaría en dos trenes hasta la capital de España. Todo estaba perfectamente pensado: desde las estancias pontificias, hasta la ubicación de la Guardia Suiza.  En los sótanos, bajo el suelo de la basílica, se ubicaría el archivo secreto del Vaticano. Todo estaba, pues, planificado. Así, pues, un Estado se ubicaría en esa piedra lírica y austera, obra magna de Felipe II. Con la llegada del Pontífice y todo el personal, la población de El Escorial llegaría a  los treinta mil habitantes: pasaría, pues, de ser un pueblo a  transformarse en una ciudad, donde estarían todos los servicios habituales del Santo Padre: La Guardia Suiza más y otra que se ocuparía de proteger el Monasterio.

 

La idea del Rey era muy sugerente y, con esta actitud,  una vez más, se  apreciaría el carácter pacífico del Monarca, un Alfonso XIII que había habilitado habitaciones de Palacio y, con su secretario, llevaría a cabo una actividad frenética en favor de la paz y de salvar vidas de prisioneros. Aquella oficina a la que llegaban, mediante el correo, infinidad de peticiones de gentes que buscaban a sus seres queridos, y que El Rey llevaría a cabo en una actitud filantrópica y encomiable; y que este diario digital ha publicado con mi firma.

 

         Siento mucho que Zarzuela no haya respondido en estas efemérides con una gran exposición para que los españoles conocieran  la filantropía de Alfonso XIII y su gran papel de mediador en una contienda bélica tan brutal como fue la Guerra de 1914. Hubiese sido una buena ocasión para que los españoles conociesen la sensibilidad regia ante los desastres de la guerra. Supongo que, con este año tan “horribilis”, a Zarzuela se le haya pasado desapercibido un hecho tan excepcional como esta actitud tan misericordiosa del abuelo de Don Juan Carlos, al que este dedicaría una fotografía, durante el destierro de Alfonso XIII en Roma.

 

Un enamorado del Monasterio como yo, testigo afortunado de oír tocar el órgano a Ortiz de Zócano, una noche inolvidable, con unos amigos, casi a oscura. Es tanta la historia regia y secular que corre por sus venas que muchas horas pasaría entre estos muros, el Presidente de la República, Manuel Azaña y su jardín de los frailes; y el buen historiador Jesús Saínz de los Terreros le ha cogido el pulso a la historia entrañable de lo que pudo ser el Monasterio si, por un tiempo, hubiera sido El Vaticano.


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