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EL SOLDADO QUE TUVO 500 HIJOS

OPINIÓN
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Vine hasta Londres en busca de historias, a un ya lejano Londres, cuando a orillas del Támesis, vivían unos amigos, encontraría en la Agencia Efe, entre otros, al gran periodista Carlos Mendo y, en la Casa de España, la corresponsal de Radio Nacional de España que se levantaba con el alba para enviar las crónicas desde El Post Office.  Era un Londres tal lejano del actual que hasta me parece un sueño. Aquel Londres no muy lejano del eco de la Segunda Guerra Mundial. Especialmente, antes de alcanzar el Canal de la Mancha, donde vería los desastres de la guerra como un cuadro goyesco.

 

Tiempos más tarde, en una visita al Daily Mail, periódico conservador, con una tirada millonaria, creo que el segundo más vendido en la isla, coincidiría con un compañero y, sin embargo amigo, no sé el porqué, saldría a relucir tanto la Primera como la  Segunda Guerra Mundial. Él  mostraba mucho interés en nuestra contienda y, a lo largo de la conversación, me hablaría de la Primera Guerra Mundial y sacaría a relucir la historia del soldado Derek, porque, gracias a su periódico, el mundo conocería la singular historia del soldado Derek.

 

 Sí desconocemos cómo llegaría la noticia al rotativo londinense, no así, brevemente, su concisa y, sin embargo, impresionante historia del soldado, nacida de las grandezas y miserias propias del ser humano y, especialmente, de las contiendas bélica. Y la gran aventura que correría el soldado Derek, aventura muy propia del paisaje dantesco de una guerra. Ahora que estamos en el centenario de la Primera Guerra Mundial, que, lógicamente, tiene sus luces y sus sombras – que  sobra decirlo cuando se trata de una contienda -. Esta historia de Derek resulta fascinante, con la miseria y grandeza muy propia del ser humano.

 

Como todas las guerras, se llevaría la vida de muchísimos soldados y, con la desaparición de los hombres, muchísimas mujeres se verían incapaces de procrear, dadas las circunstancias bélicas: viudas…, en fin, que los soldados supervivientes correrían el riesgo de no tener descendencia, dada sus limitaciones, especialmente a lo que a procreación se refiere.

 

Si no es por el ingenio de Helene Wright, una doctora inglesa, esta historia no se habría escrito. Sin embargo, Helene era una experta en terapia sexual y, dada la circunstancia en la que se hallarían tantas mujeres tras la batalla, hombres malheridos, incapaces de procrear, Helene tendría la idea de buscar a un hombre con el fin de que procrearan, como es natural, las mujeres. Para llevar a cabo su plan, la doctora buscaría un hombre que respondiera a concebir hijos y el soldado Derek sería el que llevara a la práctica el plan de Helene. Con veinte años, el soldado Derek tenía el perfil ideal con el que Helene le daba vueltas y vueltas a su imaginación antes de dormirse hasta dar con un joven, alto y risueño; guapo y viril. Qué cómo lo había conocido la doctora, pues por la mujer de Derek, que era enfermera.

 

Tal sería la red de la doctora Wright, que esta contaría con muchas mujeres; y el plan sería tan serio como secreto. Todo lo tenía perfectamente calculado: Las mujeres entrarían en contacto con el soldado, gracias a que Helene se encargaría de la cita, mediante un telegrama a cambio de diez libras. Derek, pues, tenía y reunía las cualidades necesarias para contribuir a aumentar la población inglesa, muy diezmada, como es lógico, por los horrores de la contienda. Naturalmente, el plan del soldado llevaría, naturalmente, una escrupulosa disciplina. El soldado Derek se presentaba ante “sus mujeres” como correspondería a un “gentelman”; es decir se presentaría ante ellas con su sus mejores galas y, naturalmente, “su actuación” se llevaría a cabo, como es lógico, en los períodos de fertilidad.

Como sería la actividad sexual del soldado que, desde que se iniciara la contienda hasta el año 1950, que Derek sería padre, ni más ni menos, que de cuatrocientos noventa y seis niños. Y es más su actividad sexual llegaría más lejos. A esa considerable cifra, se le uniría la concepción de sus tres hijos y otros dos más que tendría con la amante de su padre, con la que se casaría, una vez fallecido su progenitor.

 

Las guerras crean estas historias. Dejamos Inglaterra y la hazaña del soldado Derek para narrar, sucintamente, lo que ocurriría, en el mismo sentido, tras la guerra del Chaco, entre Bolivia y Paraguay. Esa contienda también dejaría un balance estremecedor durante tres años de guerra – 1932 – 1935. Las bajas serían cuantiosas: 60.000 bolivianos y 30.000 paraguayos. Cómo quedaría diezmado Paraguay que, según me contaba mi amigo y embajador en España– Julio César – que, finalizada la contienda, las autoridades dejaban, en las puertas de las casas,  las visitas que tenían que recibir las mujeres para elevar el número de habitantes.

 

España, tras la Guerra Civil, quedaría muy diezmada su población, ante lo cual, el General Franco pensaría en incrementar el censo y, al final de la contienda, España, que tenía veinticinco millones de habitantes, estaba muy lejos del deseo franquista de “soñar con un imperio” y, por tanto, había que aumentar la natalidad; y el General pensaba en duplicar la población y, para  ello, estimularía la natalidad con  premios, que entregaría a matrimonios con un buen número de hijos, hasta dieciséis, si mal no recuerdo; y, entre ellos, estaría Jesús Fragoso del Toro, periodista muy conocido entonces, que trabajaba, si mal no recuerdo, en el periódico falangista “Arriba”. Por algo, creo que el Papa Juan XXIII, decía “que Dios bendice las ollas grandes”. No sé lo que dirás, lector, al ver la grandísima olla del soldado Derek; eso es cumplir y lo demás es cuento.


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