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  Caían los calores de San Antonio como plomo derretido.  Nadie imaginaba que seis días más tarde estaría comiendo tierra.  Me senté con él en aquel umbral mellado en sus extremos para facilitar el tránsito de los carros.  Enorme corralón que daba al ejido.  Reseco y con el eterno cigarro pegado a los labios. “El mi agüelu Quicu, que era pol parti de padri, había síu fraili -me contaba-, peru, pol la cuenta, echarun a los fraílih de loh convéntuh y se tuvun que buhcal la gandalla cá cual conformi pudu”. Francisco Montero Cáceres debió ser uno de los clérigos exclaustrados por la Real Orden de 1835, aprobada por el gobierno que presidía el Conde de Toreno y ejecutada por el escritor, abogado y político liberal-progresista Salustiano Olózaga Almandoz.  Avanzado iba ya el siglo XIX. 

 

     Bonifacio Montero Esteban (más conocido por Ti Facio “El Fraile” en el lugar) se encontraba a gusto hablando de su abuelo Quico: “Era mu echau pa,lantri.  No pelmitía que nengunu jidiera grómah con el cuentu de c,había síu fraili. Si alguién le jadía bulra, ensiguía levantaba la cayá galana que llevaba siempre consigu y ¡a callal, que lo manda el cura!” Rumiando sucesos del pasado, me relató un hecho en que se vio implicado su abuelo.  “Había en el pueblu del Cerezu un alcaldi que se llamaba “Sinfroniu”, que tenía de moti “Farrucu” y gastaba un sombreru de bombín.  Ehtaba casau y tenía familia, pero se l,antojó la moza máh guapa y máh bandera c,había en ehti pueblu, que tenía pol nombri Pepa “La Regalona”.  Cumu tenía posíbrih, l,engatusaba con jíjuh d,oru y pañuelónih.  Ella era agüela o bisagüela d,ésah familiah de “Lah Torérah” que vivien pal barrio de La Cuéhta”.  El caso es que, al decir de Ti Facio, la moza se engaforró con “El Farruco” y, cuando se descubrió la liebre, le prepararon “la cencerrá”, siendo Ti Quico uno de los cabecillas de aquella furriona.

 

     Del alcalde de Cerezo se rumoreaba -y así me lo explicaba Ti Facio “El Fraile”- que había sido el culpable de que la hoja comunal del paraje de “Los Mingorros” hubiera sido desamortizada y cayera en manos de una viuda ricachona que residía en el pueblo de Palomero, emparentada con los “Monforte”, familia de terratenientes y que ejercían un gran caciquismo en la comarca.  Al alcalde de Cerezo lo untaron bien untado y vivía como un marqués, pintando la jaca a todas horas por las villas y lugares de aquellos concejos.  Ti Facio, que era hijo de Ti José Montero Jiménez y de Ti María Esteban Sánchez, me ofreció, igualmente, detallada cuenta de la refriega que hubo junto a la “Fuente el Risco”, lindera con la hoja de “Los Mingorros”.  “Andaba el mi agüelu Quicu un día con una pahtoría de ovéjah que tenía y allí que se presentarun Sinfroniu y otru que era cumu el su ehpoliqui.  Dierun en porfial pol lo de la campanillá y Sinfroniu y el su compadri tirarun de navaja, c,antóncih se gahtaban únah navájah grándih, que las llamaban “charráhcah”.  Peru el mi agüelu no s,arrugó y se lio a garrotázuh con élluh y allí quearun tendíuh, cumu muértuh”.  Y todo apunta a que a Ti Quico “El Fraile”, casado con Ti María Jiménez Domínguez, no había quien le tosiera en el pueblo.

 

     Cierto es que no solo han sido ríos sino mares los que se han llenado de tintas encrespadas sobre el affaire en el que está metido hasta el cuello José Antonio Monago Terraza, capitán de la nao que surca los encinares extremeños.  El árbol todavía no ha acabado de caer.  Cuando se doblegue por completo, es de esperar que se hará leña para quemar en muchos hornos.  De haber ocurrido tan oscuros episodios en el siglo XIX, seguro que, al igual que a “Sinfronio”, alcalde de Cerezo y apodado “Farruco”, le corren los campanillos:  Una forma que tenía el pueblo llano de echar sus demonios fuera y sancionar a todo el que quebrantara el derecho consuetudinario.

 

     No seré yo el que me meta en los amores del amigo Monago.  Mis filosofías libertarias no entienden de corsés y otras ataduras amatorias.  Fue también el pueblo llano el que sacó aquello de “tiran más dos tetas que cien carretas”.  Pero todas las tetas tienen su fecha de caducidad y no hay ley humana (los dogmas divinos y con olor a botafumeiro se los dejo para el gato) que pueda restringir el pálpito emocional de los sentimientos.  No obstante, si en el trasfondo del asunto (y parece que el trasfondo es muy hondo) se han malversado caudales públicos, caiga la hoja de la guillotina democrática, que nunca fue cruenta, sobre el cuello de los condenados y apártenlos, como apestados, de la vida pública.

 

     Bonifacio Montero, aparte de ser tío-abuelo político de este tejedor de líneas, era nieto materno de Ti Gabino Esteban García y de Ti María Sánchez Montero, y solía decir que “el hombri gaboleru se tapa loh ójuh con lah álah del sombreru”.  Por ello, en nuestras aldeas siempre nos decían que había que ir con la frente limpia y despejada.  No es sano ni honesto desparramar mentiras por doquier.  Ciertos investigadores de la Universidad de Granada han realizado un descubrimiento al que han denominado “efecto Pinocho”.  No es que al mentiroso le crezca la nariz con cada trola que echa, sino que sus napias sufren un ostensible cambio de temperatura. A tenor de lo que afirman y reafirman multitud de medios informativos, las narices de Monago deben haberse convertido en un termómetro altamente sofisticado.

 

     Pensamos algunos que nuestro “Farruco” extremeño si no es ya un cadáver político, no tardará mucho en serlo.  Está K.O., tal y como quedaron el alcalde de Cerezo y su espolique cuando Ti Quico “El Fraile” les zurró la badana.  Las “monaguerías” tocan a su fin.  El presidente de estos Oestes peninsulares dejará ya de autodefinirse como “el primer ecologista”, aunque maree totalmente a la perdiz a la hora de demoler el aberrante complejo de Valdecañas.  Y dejará de ser el “barón rojo” y el “verso suelto”.  Algo se tenía que “contaminar” del rojerío de IU, que ha actuado de freno para evitar que se desbocasen, en Extremadura, las huestes de la derecha.  Pero Monago nunca se emborrachó en público, como Pablo Iglesias Turrión y tal como hemos hecho otros muchos para entrar en auténtica catarsis revolucionaria (que nadie se asuste de estos términos, que jamás entenderán los retrógrados ultramontanos) y cantar al unísono alentosos himnos del pueblo trabajador.  Los meapilas que se rasgan las vestiduras y que parece que en su vida se han tomado dos copas y nunca han cantado el “Asturias, patria querida”, pasean ahora, hipócritamente, el vídeo de Pablo cantando “La Internacional” por las redes sociales.  ¡Menudos sepulcros blanqueados y lenguas de serpiente!

 

     Las “monaguerías” de Monago nunca traspasaron no solo líneas rojas, sino ni siquiera levemente rosadas.  No hablaron de tomar el cielo por asalto, entendiendo como tal el hacer frente a la alienación política y reclamando para el pueblo los espacios perdidos que siempre les debieron ser propios.  Las “monaguerías” de Monago nunca supieron de la Comuna de París (1871) ni de sus aspiraciones revolucionarias.  Perdonables son las “monaguerías”, que, posiblemente, no sean de su propia cosecha, sino de los rasputines que le bailan el agua y actúan tras bastidores.  Lo que no le vamos a pasar por alto, si así se demuestra, es que las dos tetas le hayan onnubilado y, por masajearlas, haya metido la mano en la hucha que es de todos.  Dice el adagio popular que “el que fue monaguillo y después abad, sabe lo que hacen los mozos tras el altar”.  Pero a él, que lo de monaguillo lo lleva en el apellido, puede que le cayera muy grande el ser coronado abad.  Si las cartas se ponen boca arriba y los puntos sobre las íes, es posible que, como abad venido a menos, tenga, aunque no quiera y se defienda como gato panza arriba, que volver a la manguera.  Y ya se sabe: “Cuando el abad lame el cuchillo, malo para el monaguillo”.

 

    Una apoplejía fulminante se nos llevó a Ti Facio “El Fraile” para uno de los muchos agujeros negros de la infinita y desconocida galaxia.  En el calendario se festejaba a San Gervasio y San Protasio.  Él, que se murió con las botas puestas y el cigarro pegado a las comisuras de sus labios, no conoció a don José Antonio Monago Terraza.  Tampoco hubiera ganado mucho con conocerle, aunque -eso, sí- seguro que reconocería el buen gusto del presidente extremeño a la hora de poner los ojos en Olga María Henao Cárdenas, la guapa colombiana de Medellín.  Del otro Medellín que nos cae más cerca era el heroico conquistador Hernán Cortés.  Seguro que nuestro Monago lo tendría muy en cuenta a la hora de conquistar el corazón de Olga María.  ¡Lástima que un gustazo pueda acarrear, tras de sí, un terrible trancazo!


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