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QUIERO SER LIBRE

OPINIÓN
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En The Century el escritor británico Ken Follett narra la experiencia de cinco familias cuyas vidas se entrelazan por los avatares del destino a lo largo del Siglo XX. The Century es una trilogía compuesta por La caída de los gigantes, El invierno del mundo y El umbral de la eternidad, o lo que es lo mismo, una novela de más de 4.000 páginas, que ya ha sido premiada, pero que su mejor premio lo ha obtenido de la crítica y del público, vendiendo millones de ejemplares. El 16 de septiembre pasado se ponía a la venta la última parte, El umbral de la eternidad, y al poco se tuvieron que imprimir millones de libros para atender a la demanda.

 

The Century es la historia del Siglo XX, una centuria convulsa con dos Guerras Mundiales, la Guerra Civil Española, la guerra fría, Vietnam…, todo sale a colación gracias a unos personajes que pertenecen a familias americana, alemana, rusa, inglesa y galesa, que participan en los acontecimientos sociales del Siglo. En esta última entrega, Ken Follet explica que se trata de la historia de aquellas personas que lucharon por la libertad individual en medio de un conflicto titánico entre los dos países más poderosos del mundo jamás conocidos.

 

“Esta es la historia de mis abuelos y de los vuestros, de nuestros padres y de nuestras propias vidas. De alguna forma es la historia de todos nosotros”, sentencia el autor.

 

Que sea la historia de nuestros padres no lo discuto, y la nuestra también. Pero no se puede hablar en pasado porque el presente que estamos viviendo es, asimismo, una lucha por la libertad, pero no únicamente por la individual. La colectiva está en juego: si en el Siglo XX batalleaban dictadores y libertadores, ahora sucede un tanto de lo mismo; lo único que cambian son las personas y los lugares. Estados Unidos y la extinta Unión Soviética han dado paso a la debilidad en Oriente Próximo, la barbarie en Oriente Medio, la incertidumbre del gigante asiático, la inestabilidad en las dos Coreas, los caudillos de Latinoamérica…

 

Es decir, que la libertad no se ha conseguido. De esto no nos queremos dar cuenta en los países más o menos desarrollados, donde vivimos con unos índices de bienestar bastante superiores a lo que nos imaginábamos hace cien años, a pesar del sufrimiento particular que padecen las personas en riesgo de exclusión social, del paro, de la hambruna, de la pobreza en definitiva.

 

Nos cegamos con nuestros teléfonos de última generación, ahora cuanto más grandes mejor, con los televisores LED, con los portátiles, con las videoconsolas, y tenemos el frigorífico lleno de ricos manjares a nuestra disposición para cuándo y cómo queramos.

 

Esto no es libertad individual ni colectiva. Ya no existe el romanticismo ni la lealtad que dieron pie a la Primera Guerra Mundial, aunque luego derivase en caudillismos. Pero sí hubo los caudillos nazis que asesinaron a más de cinco millones personas en las cámaras de gas en la Segunda Gran Guerra. Ahora se toma por rehén a un periodista o a un cooperador, se le da al play a una cámara de vídeo y se le decapita, como expresión de fuerza fanática y de terror para el mundo. El presidente de los Estados Unidos, país libertador en el Siglo XX, ha tenido que reconocer que se ha subestimado a Estado Islámico y que combatirlo llevará de año y medio a dos años.

 

Y mientras, la comunidad internacional no sabe muy bien qué respuesta dar. A Estado Islámico lo combatirán los de siempre, los yanquis, con sus países aliados, pero de todo lo demás ¿qué?

 

Yo quiero ser libre para ser persona, para cultivarme como tal, para poder decidir por mí mismo respetando a los demás. No para que me manipulen y jueguen con mis principios; no quiero ser gregario más que de mis propias convicciones, enriquecidas con las aportaciones de mis semejantes. La libertad bien entendida es el escenario perfecto de una obra de teatro que debiera llamarse mundo y de la que todos disfrutásemos. Pero ésto sí que es pura entelequia mientras el poder absorba a las personas y el dinero las pervierta.


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