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PAREN, QUE YO ME BAJO

OPINIÓN
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En primer lugar, pedirles perdón porque en mis últimos artículos se han deslizado una serie de erratas que no tienen justificación alguna. Puede que en éste también se me escape alguna, pero he llegado a la conclusión de que José Antonio Monago me pone de los nervios, por lo que he pasado del café al Cola-cao y a reducir considerablemente el número de cigarrillos que fumo al día, pues ni el café ni el tabaco me hacen bien, ni quiero que Monago pueda aprovecharse de esta circunstancia en un futuro para acusarme de incrementar el gasto en Salud de la Consejería que lleva Hernández Carrón, que bastante cabreados andan ya los médicos, enfermeros, auxiliares y demás personal con el Gobierno de Extremadura, para que venga yo ahora a dar la lata. Y no voy a citar, de momento, cómo están los funcionarios de Correos, porque su indignación bien merece un artículo aparte.

 

También quisiera pedir disculpas a Miguel Valdés Marín y a Manuel Balastegui Ortiz porque aceptaron lo que para ellos, y para mí, era un honor: firmar en mi ficha de afiliación al Partido Popular. Reconozco que en todos los años que han pasado he sido un poco vago y que sólo participé como interventor en las elecciones europeas de 2009, pero es que a mí, que soy democratacristiano desde tiempos de Adolfo Suárez, el pasteleo no me gusta.

 

Juan Ignacio Barrero era amigo hasta que fue presidente del Senado. Recuerdo, como si fuera ahora mismo, que un Día de Extremadura, en el Real Sitio de Guadalupe y siendo yo Secretario del Consejo de Redacción de El Periódico EXTREMADURA, fui a saludarle con afecto. Su contestación fue: “¡Sabrás que estás hablando con la cuarta magistratura del Estado”. Me di la media vuelta y no le volví a hablar hasta pasados 15 años, cuando me lo encontré en Carrefour renovando la tarjeta Pass Visa. Ahora anda por Mérida deambulando como un alma en pena sin que nadie le preste la menor atención. Y es que, quien siembra tormentas, recoge tempestades…

 

Quien sí me gusta es Carlos Floriano. Un hombre educado, doctor en Derecho, con plaza de profesor en la Universidad y actual vicesecretario general de Organización del Partido Popular. Durante sus años como presidente del PP de Extremadura y portavoz parlamentario dio la batalla a Juan Carlos Rodríguez Ibarra y no se arredraba ante el presidente de la Junta. Sabía pechar con su responsabilidad de jefe de la oposición y aunque el pelo no se le movía por la cantidad de gomina que llevaba en la cabeza, ésta no le impedía discurrir con la agilidad mental propia que se espera del líder de un partido político. Ahora, en sus funciones como vicesecretario general de Organización del PP, ocupa un plano diferente, pero cuando se pone a largar por esa boquita de piñón dice verdades como puños.

 

Al que no trago es al de Quintana de la Serena. No hay empatía alguna entre los dos. Es imposible, porque a mí los vanidosos, los soberbios, los creídos, los que forman espectáculos a nivel nacional y encima dicen que salen fortalecidos, me causan resquemor. No son éstas las cualidades que me enseñaron durante la infancia en el seno de mi familia ni en el colegio católico en el que estudié. “Que tu vida no sea una vida estéril. Sienta poso”, nos dice San Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás en su primera obra literaria, Camino, que ha vendido nada menos que cien millones de ejemplares en todo el mundo. Y yo, que le doy mil vueltas a todo, me pregunto: ¿Qué poso va a sentar José Antonio Monago en Extremadura, si su vida no es que sea estéril, es que no es ni siquiera vida, o puede que esté pensando en Canarias?

 

Al presidente de los extremeños le viene grande, muy grande, el cargo, y siguiendo el estilo de los mafiosos de los años 20 de Chicago (Estados Unidos), lo quiere subsanar todo con bravuconerías, gastando dinero, pero no el suyo, que también es nuestro, sino el de los impuestos que pagamos todos los ciudadanos de a pie. No tiene facha, como Barrero. La gomina no le hace falta, como a Floriano, y lo peor de todo, dejando las bromas a un lado, es que no tiene educación, ni personal ni política, para seguir representando a la última Comunidad Autónoma de España –sólo por encima de las Ciudades Autónomas de Ceuta y Melilla–, en donde la cuarta parte de su población está en riesgo de exclusión social.

 

Querido señor Monago: visto que el escándalo de Canarias, propiciado por usted mismo, no le ha hecho reflexionar y coger las maletas de presidente e irse para casa, me voy yo. Paren un momento el tren de la desvergüenza, que me bajo. Yo no quiero que mi nombre se relacione con el suyo para nada. Por lo tanto, ordene, que eso se le da bien, al secretario provincial del PP de Badajoz, el alcalde pacense Fragoso, que me dé de baja como afiliado del PP de Extremadura, porque pienso seguir criticándole hasta el hartazgo cuando se lo merezca y porque no quiero que nadie por la calle me ponga la cara colorada si digo que soy del PP. El carné, por supuesto, me lo quedo de recuerdo, que para eso me cobraron 12 euros por él.

 

Sigo siendo democratacristiano, católico practicante, extremeño y persona, pero me bajo del tren de la desvergüenza por miedo. Pero no por miedo a que se gane o se pierda el próximo año, que para nada soy un cobarde político; por miedo a perder la vida, que únicamente es de Dios, en manos de un maquinista peligroso que se ha cargado la ilusión que un día nos dieron Juan Ignacio Barrero, Carlos Floriano y José María Aznar. Este tren, con José Antonio Monago y Mariano Rajoy a la cabeza, no ganará las próximas elecciones autonómicas.

 

Quedan siete meses para que llegue ese momento. Ya veremos qué es lo que sucede y quién lleva la razón entonces. Mientras tanto, seguiré planificando mi viaje a Madrid para asistir a la manifestación provida del sábado 22 de noviembre. Por cierto, señor Monago, ¿usted qué opina del aborto? Se lo digo porque no le he oído decir ni mú.


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