SÍ, Isabel, Isabel Pantoja, sí, que hay voces, coplas, tonadillas que huyen con el aire, que se las lleva el viento, no se sabe dónde, lejos o cerca, pero se las lleva, las derrama como rosas, no se sabe dónde o sí se sabe, por ejemplo: que te sale del alma; que quizás sea un suspiro muy hondo, por ejemplo; o que sea un lamento vete a saber. Qué quieres que te diga, tonadillera, que tu voz arrulla y arrolla, que es un ¡ay! muy de dentro, una lava espiritual, nacida del cráter hondo que suspira la lava de la pena que llevas dentro, pena que conmueve y pide compañía al aire de las tristezas para gozar de un dolor /amor “que sale de muy dentro”. Sí, tonadillera del alma, compañera, que en las esquinas sabe tu voz a lamento y aire, a hondura, como a quien le duele el alma y acompaña el duelo con la interjección de una copla, compañera del alma / compañera, cuando el alma quiere llorar, llorar y, a veces, no puede y ni los ojos tienen lágrimas.
Qué te voy a decir yo que no sepas, que llevas el alma como el poema lorquiano de las “cinco de la tarde”, las cinco en punto de la tarde, las cinco en todos los relojes, esa hora en que llevarías a tu Paquirri tatuado en el corazón, el reloj detenido, a esa hora del poema de García Lorca, las “cinco de la tarde” en Pozoblanco, el capote como un verso bordado en el jardín granadino del poeta, y aquel sol de justicia, como en el ruedo de Manzanares, donde los vencejos se llevarían el alma lírica de Sánchez Mejías.
Que te voy a decir yo, que iría detrás de aquel muslo herido de muerte, por aquella sinuosa carretera ¡qué coincidencia¡; y no sé si tú como las madres, las hermanas, las mujeres, en fin, de los hombres de seda y oro o plata estarías ante una capillita, rezando, naturalmente, y esperando a que sonara el teléfono, como mi querida Carmina Dominguín, yo a su lado, en la plaza madrileña de San Juan de la Cruz y su mente en el ruedo con Antonio Ordóñez. La madre de Manolete, doña Angustias, sabía, según sonara el rin –rin del teléfono, cómo había estado su Manolo – Manuel Rodríguez, “Manolete” – , pero la aciaga tarde de Linares, supongo, que el sonido sería distinto.
Isabel: Tuvo que llevarse a tú Paco un ángel para que la pena roja de la hemorragia, camino de Córdoba, cambiara, años después, el trazado de las curvas y, tiempo antes, tu Paco quizás brindara al sol con música de tus coplas y “salero, salero, salero,/ que es lo que quieres, / que es lo que quiero”.
Qué lástima que tu voz se apagara como el sol con la tragedia, y se quedara pálido el oro de la tarde, como la esquela redonda de la pena, y la percha herida de tu alma colgada del ocaso más triste del universo. Esa tarde en la que el cielo y la tierra se unieron para llorar contigo la pena más grande de una tonadillera, como un halo apocalíptico, cuando el suspiro te brotara del ruedo más profundo de tu alma, la tarde en la que el sol se apagaría como un eclipse…
Pobre, Isabel Pantoja, una copla dormida como una estrofa de oro y luto, deseando quizás que el mar te acunara, mientras en las alas de los vencejos viajaran las estrofas de Jorge Manrique…:”como viene la muerte tan callando.” Y tu corazón, con el tiempo – “lo mejor del recuerdo es el olvido” -, se iría subiendo, como una ola, junto a ese Mediterráneo, sereno y fenicio. ¿Y por qué, por qué, Isabel ese dislate? Y sabes al que me refiero. Tú que acaricias el aire con la copla, tú que te meces, náyade, tú cuerpo en la espuma del mar. Maldita esa hora y esa ola… Cuando tú eres la libertad de la copla, manantial hondo de tu pecho, que sube garganta arriba y la dejas, en el aire, para que la acunen las olas en tus oídos. Cuánto habrá sufrido tu corazón de suspiro y pena, ¡cuánto ¡ que florece entre petunias y flor de olivos.
¿Qué te pasó, Isabel Pantoja, de sol y sal? ¿Qué te pasó? Qué le habías robado al aire y a las olas. Qué seco y férreo debe ser – ¡es! – el sonido del cerrojo, frente a tu libertad y tu garganta de coplas y canciones. Qué se abran, para todos, las cárceles – y, para algunos, medirlo con cautela, según los actos cometidos – especialmente para los claustrofóbicos; que cultivéis, como la gente de los falansterios, las vides, los olivos, los chopos…, por ejemplo, y sean las hectáreas vuestras celdas bajo la luna y lleven las oropéndolas, entre las nubes, vuestro cautiverio. Y que suene tu copla, Isabel Pantoja, esa /esas que te he oído a ti y, lejanamente, al piano del maestro cacereño Juan Solano. Qué tú, Isabel, debes unirte a las alas de la copla y, entonces, iré / iremos los romeros del aire y el cante – se canta lo que se pierde -a la puerta de la prisión, y te llevaremos gaviotas para que vuelen contigo, y cuiden tus sueños hasta el alba.