Digital Extremadura

LOS LARA DEL PLANETA

OPINIÓN
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[Img #41699]El adiós de José Manuel Lara Bosch me retrae a una época de esa ciudad: “Barcelona es bona si la bolsa sona y también si no sona”. Con toda esa belleza y el sentido fenicio de la frase, cuando no recuerdo, ahora qué cantante nos deleitaba con “qué bonita es Barcelona”. Abierta al mar, cuantos mensajes me traen sus olas, cuanto me atrae su belleza, cómo he disfrutado con la poesía de Salvador Espriu y no digamos con José Pla y su “Cuaderno  Gris” y nuestro paisano José María Valverde, grande humanísticamente hablando, cómo he disfrutado, en fin, con mis paseos por Solsona y su bella catedral, cuantas huellas he dejado sobre sus losas.

 

Ya ha llovido desde entonces, cuando aún saboreábamos el paisaje, los monumentos y las conversaciones, que la prisa no tenía urgencia y disfrutábamos las palabras en ricas sobremesas. Este amor por Cataluña se lo debo, en muy buena parte, a la familia Lara, al viejo patriarca José Manuel y su encantadora y leída mujer, María Teresa Bosch, sensible y culta, qué placer escuchar sus palabras, qué señorío y humildad. Abrir el oído al tono de sus vocablos, era un grato gozo y creo, que muy poca gente, conoce esa tarea oscura y callada de leerse, en una sencilla camilla, pues como un ama de casa, los originales que optaban al premio Planeta. A ella, yo le haría quizás la única entrevista.

 

Tras José Manuel, andaluz del Pedroso, estaba el radiante destello de María Teresa, en aquellos años, donde el Patriarca editor abría al orbe las gavillas de redondas, las hojas escritas y las derramaba, encuadernadas, a la quietud y grandeza de las históricas librerías, que era una manera de acercar al lector la reciente historia de España. Y, primorosa, la espléndida colección “Espejo de España”, obra e ingenio del editor de la Casa, Rafael Borrás Betriu. En ese elenco, bailábamos una sardana escritores de diversas ideologías y relevantes hacedores de la Historia reciente – Serrano Suñer y Santiago Carrillo,  por ejemplo -; y con las dos Españas nos abrazábamos gracias a las caricias de las letras, al hontanar de su espíritu y, por tanto, de los libros. Ahí se abría el gran ventanal de la historia reciente de nuestra amada piel de toro, en alientos de variada ideología. Recuerdo, por ejemplo, a “mi paisano” Eduardo Pons Prades, liberador de París en la Segunda Guerra Mundial, “oculto” y disfrazado en mi extremeña Villanueva de la Sierra, que leería el diario falangista “Arriba”, en el Ayuntamiento. ¡Cuánto había que ocultar!

 

[Img #41698]Todo eso, que es mucho, se lo debemos a la familia Lara y a sus grandes asesores, repito: al sagaz editor: Rafael Borrás Betriu, por ejemplo, y las sombras soleadas de su buen equipo; y, también, a Rafael Abella, agudo y sagaz, que hacía historia de la vida cotidiana. Qué gratos recuerdos de esos tiempos, que me dice Antonio Machado: “Se canta lo que se pierde”. Tras Lara padre, vendría Fernando, vida truncada en la carretera, y el reciente adiós de José Manuel, casado con una paisana, sombra enamorada y discreta de Olivenza – siempre nuestra universal Extremadura, por medio -. De José Manuel se ha dicho todo. Cercano a la herencia patriarcal y solemne de los libros, era consciente de que el mundo se hacía, cada vez, más pequeño; que Planeta debía orillar, con el correr de los tiempos, las platinas y buscar el ojo mágico de la televisión. De lo contrario, la era digital enterraría la magia del papel. Algún que otro rato, añorado José Manuel, pasamos juntos, cuando éramos más jóvenes, no recuerdo en que planta de ese faro encendido, día y noche. Amante de los libros, estabas seguro de que el planeta se reducía, cada día más, al ojo mágico de la televisión. Ese salto había que darlo en la olimpiada del vértigo de la Historia. Vamos, como nos diría Baudelaire: “Hay que ser absolutamente moderno”. Y tú saltaste de la platina al plató, de la letra a la imagen. Sólo así dejarías escrita la vida. Qué lástima que un pájaro de mal agüero se posara tan temprano en tu cuerpo de mocetón y volara, tan rápidamente, a un sueño dulce y al Señor le pido: “Que la tierra te sea leve”.

 


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