¡MENUDO CONFLICTO EL QUE TENEMOS!

Todos los años les cuento a mis alumnos (otros muchos profesores lo explicaron antes) que sin conflicto no se adquieren los conocimientos. Es lo que los estudiosos llaman el conflicto cognitivo, producido cuando una nueva información «llega» a la estructura conceptual que cada uno de nosotros tiene, mental y culturalmente hablando, más o menos elaborada en función de nuestras características, nuestro contexto, incluso nuestro esfuerzo.

 

Cuando esto sucede, (de ahí la importancia de los estímulos en la formación), la mente del individuo, puede hacer dos cosas, rechazar lo que le llega (y ahí intervienen los temores, las inseguridades, la pereza, la falta de comprensión…) o aceptarlo como reto a lograr, como algo de lo qué conseguir un beneficio. Los segundos aprenden, evolucionan, progresan; los primeros no.

 

Pensaba yo en ello, el otro día, observando el deambular cotidiano de la ciudad donde vivo, la ciudad a la que amo y respeto. La que elegí para vivir. Porque yo no vine a Cáceres, agobiada por ninguna circunstancia, de hecho tuve distintas opciones de trabajo y de vida en otros lugares de Castilla. Vine y me quedé. Pero esa es otra historia…

 

Pensaba yo en el por qué de algunas actitudes atávicas que en Cáceres se producen. Siempre hablando de forma general, por supuesto. Siempre hablando desde el cariño. En por qué les cuesta tanto arriesgar. Apostar por lo nuevo.

 

Cáceres es una ciudad muy bella. Con gentes muy agradables. Pero bajo el aspecto de cordialidad que aparentemente emana de cada uno de sus poros, subyace un sentimiento de rechazo (posiblemente inconsciente) hacia lo que llega de fuera, por exageración en el sentimiento de la bondad de lo propio. Rechazo que, a lo mejor, tiene que ver con el miedo o la inseguridad a perder un estilo de vida, una forma de entender ésta, en unas dimensiones y a unos ritmos determinados, acordes más con los siglos XIX y XX que con el XXI, tan digital e interconectado.

 

Es difícil de definir lo que digo pero es un sentimiento y una actitud percibida por muchos con los que hablo de estas cuestiones, preocupados cómo estamos al notar que la ciudad se estanca, no sólo porque los comercios cierren o no haya nuevos parques en la misma, sino porque los jóvenes huyen literalmente de ella y los que se quedan se amoldan a una cotidianidad sin demasiadas expectativas de evolución, prácticamente en ningún sentido.

 

El egocentrismo se cura viajando y los miedos a lo desconocido, también. El saber que hay otros lugares, otros patrimonios y otras gentes como nosotros, nos ubica en el mapa. Al menos a mi todo ello me añade profundidad y fortaleza. Regodearse solo en lo específico, pensando que somos los mejores y no hay nada que aprender, colabora a un reduccionismo que a la nada conduce porque lo que propugna es falso.

 

Hace algún tiempo vi una película cuyo título no recuerdo (¿El Bosque, quizá?). En ella, los habitantes de un determinado pueblo tenían prohibido, por sus leyes y dirigentes, el salir hacia afuera de sus contornos, bajo la amenaza del peligro que acechaba allí a sus habitantes, si desafiaban las normas. Fuerzas oscuras acabarían con ellos, fuerzas ajenas, hechas realidad a determinadas horas del día, según comentaban algunos que habían llegado hasta el confín del territorio.

 

Cuando el más osado de los vecinos osó salir a investigar, descubriría la mentira de quienes por intereses personales habían organizado la trama, la trama y el misterio. En fin…la vida misma, señores, la vida misma.