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 “No hay nada nuevo bajo el sol”, decía el Eclesiastés .Sin duda las obras de  autores y descubridores, fruto de sus trabajos y lecturas, reciben, naturalmente, influencias de otros autores. Nadie crea algo absolutamente nuevo, pero plagiar es apropiarse intencionadamente en todo o en parte, la obra ajena, literaria, artística o científica pretendiendo hacerla pasar por propia. Perjudica al verdadero autor en su derecho moral y  lesiona sus intereses, por eso se ha tipificado como delito.

 

La palabra plagiario aparece por primera vez en escritos del poeta Marcial (siglo I a.c).En uno de sus epigramas le dice a su amigo; “te envío mis libritos  ,si es que puedo llamar míos a los que recita un poeta amigo tuyo y cuando se proclame su dueño, dile que soy yo su autor y harás que se avergüence  el plagiario.”

 

 Conviene señalar que algunas acusaciones de plagio son infundadas, hay que analizar integralmente su contenido. No hay gran autor que se haya librado de la acusación de plagio , incluso  Miguel de Cervantes, del que se dijo tomó varios capítulos del Ayax de Sófocles para Don Quijote y el mismo Valle Inclán según Julio Casares, en “Crítica Profana”, la “Sonata de Primavera” es un calco de una obra de D’Anunzzio . En fin, la enumeración sería larga y a veces sin fundamento aunque no puede negarse que  el plagio se produce con frecuencia. Recordemos que la famosa teoría de la división de poderes de Montesquieu fue formulada muchos siglos antes por Aristóteles, aunque  el jurista francés lo reconocía sin ambages, pero la historia  le atribuyó la tesis sin discusión. Algunos creadores no fueron tan nobles, Descartes, según nos dice Menéndez Pelayo en “La ciencia Española”,  copió sus argumentos –el “cogito ergo sum” y otros- de la obra del español Gómez Pereira titulada Antoniana Margarita, que se publicó  en Medina del Campo muchos años antes sin que se hiciera ninguna referencia al verdadero autor.

 

  Después de esta disquisición nos preguntamos ¿Hay también plagio en el mundo científico? Siempre hubo investigadores poco honestos que  tomaron como propios los descubrimientos de otros. En España lo sufrió de forma flagrante el descubridor de la anestesia epidural, el Doctor Fidel Pagés Miravé. Este eminente médico nacido en Huesca, se licenció en la universidad de Zaragoza y fue nombrado jefe del Hospital de Melilla donde tuvo que realizar numerosas intervenciones quirúrgicas a los heridos en la guerra de África .La prensa de la época prestó mucha atención a la campaña, ensalzando sus operaciones ,que salvaron muchas vidas. En el año 1921 publicó en la Revista Española de Cirugía  un trabajo titulado “anestesia metamérica” donde exponía por primera vez en el mundo la técnica  epidural dando a conocer los fármacos y el material que debía utilizarse para realizar la punción lumbar.

 

  Murió muy joven y quizás por ello, un médico italiano llamado Dogliotti,  en un congreso celebrado  en España en 1932 presentó como suyo este descubrimiento sin que ninguno de los congresistas advirtiera el plagio .Ese mismo año  el argentino Doctor Gutiérrez desveló oficialmente que el invento presentado por Dogliotti tenía la paternidad del español. El propio plagiario reconoció humildemente haber tomado como suyo el trabajo de Pagés.

 

    Como ha mantenido el profesor Laín Entralgo, en su obra Ciencia y Vida, “los descubrimientos no aparecen por azar”. Parece que han  llegado al creador como un regalo del cielo, pero nunca los hubiera tenido en “sus manos” sin  un intenso estudio. A veces encierran la consagración de toda una vida. Eso no quiere decir que no pueda trabajarse sobre un invento. Newton  pedía a sus sucesores que entendieran su obra según lo que él quiso que fuera  y por tanto cada vez que una persona maneja con intención los principios newtonianos adquiere una seria responsabilidad ante la persona de su autor. No es lo mismo que  apropiarse de un descubrimiento lo que constituye  una bajeza intelectual.  El plagiario incurre en un  delito contra la propiedad intelectual que está castigado en nuestro Código Penal.

 

    El  mundo está lleno de obras excelsas olvidadas y de trabajos mediocres ensalzados, pero un descubrimiento  es una acción  que merece  recordar a su verdadero autor.  La humanidad debe recordar siempre a Pagés, a Pascal, a Fleming  y a tantos descubridores y literatos, cuyos trabajos han resultado  un auténtico beneficio para el mundo.  Atribuirse la creación  de otra persona es un delito que debe merecer un reproche social y una severa sanción penal.


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