Digital Extremadura

“EL PRÍNCIPE” CERRÓ CON ÉXITO EL CLÁSICO DE TEATRO CACEREÑO

CULTURA
Comparte en redes sociales

¡Menuda osadía demostró la Compañía TALYCUAL al afrontar una enorme aventura teatral tan compleja, montando El Príncipe de Maquiavelo! ¿Y cómo salió airosa al proponerse escenificar un corto ensayo renacentista, unido a unas cartas, unos discursos, más una obrita corta, La mandrágora, todo este añoso material filosófico-político y hacerlo digerible?

  La clave está en un compenetrado y cualificado binomio: un buen dramaturgo, Juan Carlos Rubio, que sabe dirigir y explotar el gran talento de un solo actor, como es el impecable y dinámico Fernando Cayo, que juntos supieron atraer y mantener nuestra atención durante casi hora y media. El citado guionista y adaptador, supo condensar un cúmulo de pensamientos del Cinquecento italiano, pero destacando la gran vigencia y actualidad de los mismos, al comprobar que apenas hemos cambiado en nuestras relaciones con el poder y muy poco en la actitud de los ambiguos y utilitaristas políticos con el pueblo.

 

La dirección supo dar más pábulo a los curiosos ojos del respetable que a sus oídos, pues uno se maravillaba ante un moderno despacho muy a la italiana, lleno de un montón de modernos electrodomésticos, que en un principio se antojaban como insultantes anacronismos, pero que se van justificando a lo largo de la amena y sorprendente representación: grabadora, proyector, tocadiscos, calentador, efectos especiales de tormenta, etc. El ámbito ideal de un reflexivo ejecutivo de hoy, con una doble vida y doble atuendo.

 

El versátil y buen comunicador protagonista, Fernando Cayo, no daba la impresión de discursear, sino de expresar una interiorizada reflexión, que va grabando para enviársela a personajes importantes de la política, al tiempo que bebe, fuma, se desviste y vuelve a vestirse, pone cubos para unas goteras, se recrea con una proyección de las grandes guerras, amenaza con una pistola, con la que al final tememos que se vaya a suicidar, dado su desesperado pesimismo, pues ha comprobado las artimañas, manejos y ambigüedad de los políticos.

 

Pero opta por hacer teatro dentro del teatro dramatizando La mandrágora del mismo Maquiavelo, obra amargamente satírica contra los abusos de los gobernantes, e irse cambiando con una ropa casera para perderse en una finca suya y disfrutar placenteramente de la naturaleza: así se olvidará del mundanal ruido y disfrutará de la paz y de pequeños placeres de la aldea; en realidad era la propia vida del pensador italiano, con el que se había identificado el muy versátil protagonista.

 

El público estuvo sin pestañear todo el tiempo y con  caras de satisfacción por el gran trabajo de un buen actor, bien dirigido y asistido. Largos aplausos, tan sonoros como los de su reciente estreno en Alcalá de Henares.    


Comparte en redes sociales

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *