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UN PRESIDENTE. DOS PRESIDENTES

OPINIÓN
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[Img #45506]Se cumplen tres años de la muerte de Adolfo Díaz – Ambrona Bardají que fuera presidente del Partido en Extremadura. Un Señor, ejemplo de rectitud, seriedad, generosidad y respeto. Sólo sabía que estar, con toda la educación del mundo; y sabía hacerlo muy bien.

 

Adolfo participó en aquel revulsivo, aquella revolución que significó en su momento la candidatura y posterior presidencia del partido de Antonio Hernández Mancha, un político cargado de carisma, de formación, de vocación y de capacidad para llevar un proyecto en duda al triunfo electoral. En aquel Congreso entre las viejas formas y las nuevas formas, entre Herrero y Mancha, Díaz – Ambrona fue de los más votados, porque entonces los  miembros del Comité Ejecutivo Nacional se elegían en listas abiertas, el tercero más votado. No eran listas “plancha” ni nada que se le parezca, hasta el extremo que otro extremeño, Luis Ramallo, también consiguió plaza en el Comité y ello a pesar de ser uno de los apoyos de Miguel Herrero, era por tanto un proceso plural, abierto, democrático y en el que se premiaba la capacidad y el trabajo político, como bien paso con Ramallo, entonces en plena batalla parlamentaria con el Partido Socialista. Nada parecido a lo que vino luego.  No hacen falta grandes declaraciones, ni reuniones mediáticamente preparadas, ni cambios de logo o estilo, s no se recupera lo fundamental, y para eso es suficiente con rebuscar en el propio baúl de los recuerdos.

 

El Presidente Hernández Mancha tenía un proyecto ilusionante, nada menos que llevar el partido a la frontera con el Partido Socialista  creando un terreno que pudiese ser común a ambas formaciones, e integrar todo lo que quedaba a la derecha del mismo hasta el borde del reconocimiento del espacio constitucional y hacerlo con entrega y generosidad.  Yo entonces, con apenas 22 años, viví, participé y apoyé esas candidaturas sin reservas y con verdadero convencimiento. De esa lealtad que mantengo no sólo no me arrepentí nunca sino que me siento orgulloso de ella. Adolfo y Antonio me acogieron y me trataron como nadie, ayudando y arropando donde otros esperaban que me estrellase. No lo olvidaré nunca.

 

Era entonces el partido una opción política verdaderamente interclasista, con personas  ciertamente salida del pueblo y de la clase trabajadora, el populismo era cierto, fue cultivado por Fraga y alimentado por Mancha, con un verdadero sentido de justicia social alimentado sin necesidad de autoproclamados demócratas cristianos. Había gente de la calle en definitiva, aunque también había cuadros, muy preparados por cierto, por eso eran cuadros. No había apenas políticos profesionales, salvo los más jóvenes que teníamos nuestra trayectoria por hacer.

 

Esa situación se invirtió tras la caída del Presidente Hernández Mancha y fue definitiva tras la salida de del Presidente Aznar, se pasó a un falso elitismo, basado no en la capacidad, sino en el corporativismo de un grupo, con selección de personas que no representaban a la sociedad en su conjunto. En lo ideológico se llegó una posición que permitió la integración en el partido de fuerzas socialdemócratas hasta una posición de liberalismo atroz, en la que primaba la economía sobre las personas. Esta evolución fue consecuencia de dos evoluciones:

 

La primera la progresiva toma de la estructura del partido por los funcionarios del mismo, que pasaron de contratados a Senadores y Diputados y a participar de la estructura política del mismo, cuestión reforzada con la profesionalización también de la generación de los años 80 del siglo XX de los jóvenes de Nuevas Generaciones, en los que encontramos notables casos de ausencia de la sociedad y con 25 ó 30 años de cargos públicos, uno detrás de otro sin haber hecho otra cosa en la vida.

 

La segunda fue la también progresiva llegada y copo de la dirección del partido en su primer nivel de personas sin la suficiente sensibilidad social, no por falta de sentido, sino sencillamente por no haber padecido necesidad alguna en la vida. Y es que cuando se forma un gobierno con miembros que declararan un saldo medio superior al millón de euros, no se ven las cosas de la misma manera que si se ha pasado por el paro, es evidente.

 

Pero para llegar a eso, los miembros del Grupo Parlamentario Popular formado en 1986 por Fraga Iribarne ante la amenaza que suponía para su status las reformas emprendidas por el Presidente Mancha comenzaron el proceso de corrosión interna con un marcado intento de romper la confianza entre el Presidente Fundador y el Presidente Ejecutivo, lo que se consiguió, no era un problema de proyecto, como luego se vio dado que se hizo lo que estaba ya marcado, sino de personas. Personas que quedaban descolocadas como consecuencia de la llegada de otros y sin la suficiente generosidad para entender que el Partido necesitaba esa regeneración. 

 

Si se hablaba con el PDP y con el PL, malo, Luego ya no lo era, Si se hablaba con Suarez malísimo. Luego tampoco lo fue y se fichó hasta a su hijo. Si se presentaba una moción de censura horrible. Había que criticar para convencer a Don Manuel del retorno, dado que era el único que podía romper la química de Don Antonio con las verdaderas bases partidistas. De nada sirvió mantener a Aznar en la candidatura de Castilla León frente a Martín Villa, quizás sin ese gesto político no hubiese llegado luego a lo que llegó. Ni ampliar el Comité Ejecutivo con destacados críticos para integrar. Se quería el poder para hacer el cambio, que en el fondo se reconocía como el único camino posible, pero no es lo mismo que lo pilotes tu, que lo pilote yo. La traición de Ruíz Gallardón la más dolida, la conspiración de Trillo Figueroa, el que pidió que el partido le pagase la diferencia de sueldo por pasar de Presidente del Congreso a Ministro de defensa, la más dolida.

 

No puedo olvidar el gesto del Presidente Hernández Mancha sin dar un escándalo, ni un comentario, ni una declaración, posición en la que persiste. No puedo olvidar el gesto del Presidente, regional en este caso, de Díaz –  Ambrona de dimitir por lealtad a su presidente, a su proyecto y a su amigo, por este orden. Su gesto ha sido y es prácticamente único en la política española. Eso no lo hace nadie, ni entonces no mucho menos ahora y es necesario recordarlo. Se quedó en el grupo parlamentario de la Asamblea de Extremadura hasta 1991 como un caballero, que siempre lo fue. Podía haber intentando sostenerse, muchos lo hicieron, él no y dio un ejemplo: Cuando no se pueden sostener las ideas, los programas, las promesas, los equipos y los proyectos con los que uno se presenta ante cualquier cuerpo electoral, lo correcto, lo elegante y lo preciso es dimitir y dedicarse a otra cosa o volverse a presentar con otro proyecto, con otras promesas y pedir la confianza.

 

Cuando Mancha era el presidente y pasaba unos días en Baños de Montemayor, provincia de Cáceres, lo que hacía desde la infancia, pasaban por allí en un día de congregación multitudinaria todos los cuadros provinciales del partido y todo eran risas y chanzas. Cuando fue destituido con un golpe de estado, porque eso fue lo que pasó, nadie decía haberle conocido, así de desagradecida es la política. Hasta el extremo que a la muerte de su primero de su padre y luego de su hermano, al funeral en Cáceres el partido no mandó representación alguna, salvo la del que escribe, que cuando entrega su lealtad no cabe retorno alguno, será por seguir creyendo en el infinito valor de la palabra empeñada, cosas de tontos en estos tiempos, parece ser.

 

Pude hablar con  Adolfo unos meses antes de su muerte, no sabía de su enfermedad. También he mantenido contacto, por motivos profesionales,  con Antonio. Lo más importante es la sinceridad y confianza que desprendían. Con el primero no hablaba desde 1992 y con el segundo desde 1989, ambas conversaciones fueron largas y tendidas, como si hubiésemos hablado todos los días desde la última vez. Es un valor enorme contar con la confianza que permite mantener la relación en esos términos. Son necesarias personas así.

 

Agradezco infinitamente esas conversaciones por haberme permitido ver y saber que las personas buenas siguen siendo buenas, buenas y magníficas personas.

 

 

                                                               


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