Digital Extremadura
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  Entre espesas brumas, veo la figura honestamente astrosa de Leopoldo Hernández Martín.  Mis infancias invernales.  Él, que nació y siguió siendo “zarabatu” (persona que se trabuca y se encasquilla al hablar), nunca supo que vino al mundo el mismo domingo y a la misma hora que se inauguraba la plaza de toros de Querétano, en México, tomando la alternativa el torero sevillano Manuel Calleja, apodado “El Colorín”.  Era el 27 de noviembre de 1898.  Hijo fue nuestro paisano de Ti León Hernández Sánchez, natural del pueblo de El Cerezo, y de Ti Amparo Martín Barroso.

 

     A Leopoldo le llamaban en el lugar Poldu “La Mona” y, en cuanto se hizo mozo, se echó por esos mundos de dios a vivir de lo que la ventura deseara darle.  Por las noches se  aposentaba en cualquier corral o en esos chozos de piedras seca y falsa bóveda que por la zona se denominan “múruh”.  Era una mezcla de pobre de solemnidad y descendiente legítimo de Rinconete y Cortadillo.  A veces, le daba por trabajar y la gente le buscaba para sacar agua de las “nóriah” (pozos de gran boca, sin brocal y que servían para regar los huertos por el sistema de cigoñal).  En una ocasión, resbaló y se quedó agarrado al “zaqui” (palo largo del cigoñal), “pilongueandu” (balanceándose) sobre la temible superficie acuosa del enorme pozo.  Cuando tomó tierra, dicen que exclamó: “-¡De éhta he ehcapau, cien áñuh que he durau!”  Y, desde entonces, se ataba con una soga a la horca del cigoñal, para estar más seguro.

 

     Por algunas villas y lugares, había quien se aprovechaba de él y le engatusaba para que doblara la rabadilla, prometiéndole el oro y el moro: “-Poldu, si me móndah el viciu del corral, te tengu que jartal de patátah con carni y de vinu y, encima, te doy un puñau de pérrah”.  “-Poldu, si me cavuchéah el güertu, vah a dejal de sobra la ensalá de carni que te voy a preparal y, aluegu, pa remati, te doy  únah pesétah pa que te témprih en la taberna”.  “-Poldu, si m,ehcárdah el sembrau, te pongu una olla con chorizu y tó, cumu nunca l,hah probau en tu vía…”  Poldo para arriba y Poldo para abajo.  Pero lo prometido se reducía a “treh y ná”, a un trozo de pan a secas y a dos escasos y roñosos reales.  Poldo, que también tenía su orgullo, se sentía ofendido y se largaba refunfuñando y ciscándose en todos los muertos del avaro amo. “¡Gaboléruh, que séih tóh únuh gaboléruh!  ¡La mairi que voh parió, qu,era la puta d,oru!”  Y puede que, al poco, de aquella tacaña casa faltase alguna gallina, o chacinas  de la matanza, o algún queso guardado en aceite.  Sospechas había, pero como faltaban las pruebas por no haberse cogido al autor con las manos en la masa, pues… ¡ajo y agua!  Si a Poldo le preguntaban por ello, respondía con su gorda y trastabillada voz: “¡Poldu no sabi ná, no sabi ná, a Poldu solu a pica la pulga, a pica la pulga y no sabi ná!”  Y se largaba de la chamusquina, dando la espalda y rascándose los “moligáñuh” (pelos estropajosos, largos y mal cuidados).

 

     Poldo “La Mona”, nieto paterno de Tío Tomás Hernández Iglesias, “veleguín” del lugar de El Cerezo, y de Tía Catalina Sánchez Cambrón, jurdana nacida en la alquería de Cambroncino, se renegaba porque se sentía engañado y no le daban lo prometido los avarientos amos que tenían los riñones bien cubiertos.  Y renegados estamos muchos de esos “españolitos” de los que hablaba aquel Antonio Machado, el dignísimo y republicano profesor que siempre llevaba su austero traje manchado por la ceniza del cigarro.  A nosotros no nos hace falta que nos guarde ningún dogmático dios de esas Iglesias que no son las mismas en las que oficia la misa el Papa Francisco; son otras Iglesias, donde se guarecen los obispos y arzobispos que viven en lujosos áticos, subvencionan a la casposa y tergiversadora TV13 y se niegan a que aventen del trono al director de “Telecospedal” (otra tele que tal baila), o suben a los púlpitos para pedir que surja y se alce un nuevo Franco y “enderece España”.

 

     Españolitos somos y, aunque no queremos que nos guarde dios alguno, sí que nos está helando el corazón esa España que se gasta 82.600 euros en un retrato del pesoísta José Bono, a fin de satisfacer su ego y colgarlo en la galería “pictórica” del Congreso de los diputados.  O que la Diputación Provincial de Toledo, que ha dirigido el pepeísta Arturo García Tizón, invirtiera 4.700 euros en un busto del ciudadano Felipe VI, justamente nueve días antes de celebrarse las pasadas elecciones de mayo.  Gastar esas sumas de dinero en aras del culto a la personalidad es toda una ofensa a los miles de familias españolas que las están pasando canutas, pese al sonsonete diario de “España va bien” que repiten, como vomitivo mantra, los dirigentes del PP.

 

     Se dolía Poldo, al que le cupo ser nieto materno de Ti Basilio Martín Sánchez y de Ti Josefa Barroso Esteban, de los desprecios que le hacían ciertos cacicorros y caciquillos extremeños.  Y nosotros nos dolemos también que siga habiendo por nuestras tierras belloteras gente que desea recoger lo que otros descombran.  He ahí a don Antonio Galván Porras, senador y alcalde del PP en el pueblo pacense de Calzadilla de los Barros, pidiendo que le entreguen el busto de Juan Carlos de Borbón, que mandó retirar del salón de plenos Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, un espejo donde tenían que mirarse muchos gaznápiros (por no emplear otros calificativos más incisivos) que cogen la vara de la alcaldía no para servir al pueblo, sino para servirse ellos a sí mismos y arrear varazos (tipo “Ley Mordaza”) a todo el que disiente de sus propuestas.  Don Antonio Galván, derechista de pro, es mucho “Don Antonio”.  Y, por ello, se gastó 1,4 millones de euros en una plaza de toros para su pueblo, casi el presupuesto bianual de su Ayuntamiento.  Y, ahora, quiere engrandecer la figura del consistorio con el busto de un ciudadano que fue rey designado por un sanguinario dictador, cazador de elefantes, amasador de oscura fortuna y amante de una princesa alemana, que eso es lo que cuentan radios y revistas.  Y una de sus hijas, la infanta Cristina,  imputada en el tristemente caso Nóos, Urdangarín u Operación “Babel”, sigue rotulando nombre de hospitales u otras instituciones en esta Extremadura de rompe y rasga, sin que ningún político local tenga la decencia democrática de descolgar tales placas.

 

      A Leopoldo Hernández lo criminalizaban por sospecha de sisar alguna que otra vianda que necesitaba para comer.  A nosotros, españolitos de a pie, nos llaman resentidos e “ibicencos” (término acuñado por gente escorada a la derecha) y nos criminalizan los que están con los nervios desatados ante lo que se pueda avecinar el próximo otoño, por más que las cocinas de los encuestadores se las vean y se las deseen para aderezar fantasiosos guisos, que bien dice el refrán que “el que tiene hambre, con pan se sueña”. Nos criminalizan los que han monopolizado los conceptos de Dios, Patria y Rey, pervirtiéndolos e hipotecándolos con sus intereses impíos y bastardos.  Los nervios les carcomen las entrañas, que de los nervios están todos los “Grandes de España”; los que se mofan de la búsqueda de los restos de Federico García Lorca; los que permiten que se utilicen los colegios públicos para que se realicen exposiciones que exaltan a la anterior dictadura; los que vivieron con “extrema placidez” esos años de oprobio y represión; los que hacen homenajes a la División Azul; los que afirman que “los condenados a muerte por Franco se lo merecían”; los que llaman “carcas” a la gente de izquierda porque dicen que están “todo el día pensando en la guerra del abuelo”; los que aseveran que “algunos solo se acuerdan de sus padres (víctimas del franquismo) cuando hay subvenciones”; los que invocan a Santa Teresa o a la Virgen del Rocío para agradecerles la “recuperación de España”…  Y podríamos seguir y seguir.  Pero no los pongamos más nerviosos, que les puede sobrevenir gorda y honda ansiedad mezclada con alocada histeria.

 

     No sabemos en qué fecha se iría Poldo “La Mona” de estos terrenales valles.  Vagó por diferentes pueblos y, acongojado por la vejez, parece ser que cierto cura caritativo le gestionó la entrada en un centro asistencial.  Posiblemente, él se fue a pedir un coscurro y a sacar agua de otras norias donde la oscuridad de la noche es eterna, pero seguro que se fue sin que los nervios le jugasen una mala pasada.  Para nervios los que tienen motivos para tenerlos.  Y es que, tras el otoño, vienen los fríos del invierno, tan letales para los que se cobijaron con mantas ajenas y se comieron el pan que no era suyo.

     


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