Unos ojos anónimos habrán consultado los días de agosto, antes de que feneciera el mes de julio. Estamos, en el “agosto, augusto y lento”, cuando el emperador Octavio alterara esa ruleta caprichosa que marca nuestras horas, que Lucho Gatica canta: “Reloj no marques las horas, porque voy a enloquecer…”. El Emperador Augusto, tras “julius”, alteraría los días y los meses, el agosto de veintinueve días, reloj cuadrangular de calendarios y números en todos relojes, incluidos los de sol y arena. El agosto revolucionario, ensoñador, enamorado, lento y, sin embargo, breve. Cada uno lleva y tiene su mes y, cada uno, lleva su reloj en la pulsera y, más importante, en la memoria, misterioso océano suave o revuelto, según el hacer de nuestras células, mar por donde navegáis / navegamos, entre el oleaje sartriano de la vida y el pulular de alegrías y tristezas, gozos y sombras, chispas de colores, leña encendida, dulce rescoldo de la brasa, ceniza o placer del suave mecer de las olas, caricias amorosas del aire, lágrimas furtivas, voz de tenor, sonido triste de campana, islas de placer y duelo, olvidadas o recuperadas, del mar celular más misterioso del hombre, ahí donde brota el geiser del amor o se hunde el sueño más hermoso en el pozo de la angustia.
Agosto abre sus horas al gozo de cártel abierto al mar y la aventura. No lo quebréis, para que reine en el hondón del recuerdo, ahí donde yacen o moran los gozos y las sombras, el organigrama celular de la memoria, el secreto del placer y la tristeza. Somos memoria. Agosto será la playa y la ninfa, quizás besos de arena, en el reloj de arena, el verano escrito en nuestro cuaderno gris o “il mare / il mare e no pensar a niente”– Leopardi -. O el agua hecha poesía, con una sonata de luna cuando, cogemos el orbe en nuestras manos, como niños con la esfera, la luna que caminará con un placer de sueños en nuestros pies, la chica que dejaría su carmín en nuestros labios.
España, en agosto, es /sería un cráter de olés y verónicas o de elegías por aquel ruiseñor negro que se posaría, con versos de Lorca, en el cuerpo de Sánchez Mejías, en Manzanares, o de Joselito junto a la Virgen del Prado en Talavera, o de Manolete en Linares, fúnebre sonido de campanas… Ahora el luto es placer y muerte, en el atezado festón del asfalto. Así caminamos pausada o vertiginosamente, por los senderos callados del tiempo o el tiempo vendrá con nosotros; esa es la cuestión. Agosto, en el éxodo y, sin embargo, en la espera, abierto a la huida, perenne en la memoria; esa hoja que desprendimos del calendario.