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LOS PRIVILEGIOS DE CATALUÑA ( II )

OPINIÓN
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[Img #46049]La muerte de Carlos II, denominado el “Hechizado” por sus múltiples carencias  tanto físicas como mentales, sin descendencia, creó una  gran conmoción, en los países europeos. La llegada  de Felipe V, provocó que  se crearan dos bloques, unos apoyaban al Borbón y otros al Austracista Carlos III. España se convierte en un escenario bélico, en el que se juegan intereses no solamente españoles. Estos dan origen a una guerra civil, llamada de Sucesión, porque del resultado final, de esta, saldría el rey que ocuparía el trono.

 

Desde las viejas Enciclopedias de Álvarez y Rodríguez, que se estudiaban en las escuelas, a los libros de historia más específicos, se señalan tres batallas fundamentales, de esta guerra que duró hasta la capitulación de Mallorca en 1715, y  que fueron decisivas para el Borbón,  Almansa, en abril de 1707, Brihuega y Villaviciosa en 1710.

 

 El 11 de Septiembre de 1714, se tomaba Barcelona a los austracistas. Esta no dejaba de ser una batalla más,  sin embargo esta conquista ha sido considerada, por los independentistas catalanes, como un gran acontecimiento y sobre todo como una agresión a Cataluña. Nada más alejado de la realidad.

 

Las arengas del defensor de la ciudad, Antonio Villarroel, recogidas por su contemporáneo Francesc de Castellví, ponen a las claras la españolidad de los defensores. “Señores, hijos y hermanos, hoy es el día en que se han de acordar del valor y gloriosas acciones que en tiempos ha ejecutado nuestra nación. No diga la malicia o la envidia que no somos dignos de ser catalanes e hijos legítimos de nuestros mayores. Por nosotros y por toda la nación española peleamos…”

 

No menos español es el discurso del Consejero Rafael Casanovas, personaje icónico para los independentistas”… Pero com tot se confía, que tots com verdaders fills de la patria, amants de la llibertat, acudirán als llochs senyalats á fi de derramar gloriosament sa sanch y vida, per son Rey, per son honor, per la patria y per la llibertat de tota Espanya,” ( Pero con todo se confía, que todos como verdaderos hijos de la patria, amantes de la libertad, acudirán a los lugares indicados a fin de derramar gloriosamente su sangre y vida, por su Rey, por su honor, por la patria y por la libertad de toda España)”.

 

Evidentemente hay pocas dudas sobre el que esta, no dejaba de ser una guerra entre españoles. La toma de la ciudad produjo la vuelta de los catalanes partidarios de Felipe V, que habían sido perseguidos hasta el ensañamiento. Estos se tomaron la revancha, de tal manera que los denominados “botiflers”, apelativo derivado de la “beau fleur”, la flor de lis, símbolo borbónico, han pasado al lenguaje independentista con connotaciones negativas, frente a los “aguiluchos” seguidores de Carlos III, que ostentaba el águila imperial Austríaca.

 

La españolidad, siempre,  de la Generalidad, puede apreciarse en el Salón de Plenos en los que una enorme pintura de José Mongrell, (1870-1937) muestra una bandera española

 

Hecha esta brevísima introducción, puede comprenderse mejor lo ocurrido desde ese 11 de septiembre  1714, que los nacionalistas creen nefasto, frente a la realidad, que demuestra que fue el punto de partida de su importancia, sobre todo económica.

 

 Los privilegios concedidos sobre todo con el algodón, con la subida de los aranceles al proveniente del exterior, hizo que de los 37 mil habitantes que había en esas fechas, en Barcelona, se pasara en pocos años, 1791, a  125 mil. Solamente trabajando en el textil,  había más de 10 mil.

 

Las consecuencias para el resto de España  fueron terribles. Galicia tenía en  1787,  1,3 millones de habitantes frente a 802.000 catalanes. Pero su industria del lino, se hundió al no poder exportar, así como la seda  valenciana, pero la peor parte se la llevaron los ganados de ovejas del interior español, las dos Castillas y Extremadura, ya que al no poder vender las lanas,  en el exterior y con grandes dificultades en España, por el proteccionismo del algodón, se hundieron las manufacturas  y sobre todo consiguieron lo que nadie había podido, que disminuyeran los rebaños, y con ello, desapareciera la Mesta.

 

Estos privilegios fueron protestados en las cortes y el gaditano José María Urquinaona, obispo de Barcelona y senador,  defendió en Madrid, con éxito,  los intereses proteccionistas de la industria catalana (1882), por lo que fue recibido a su vuelta como un héroe.

 

Pero el punto de partida de este despegue meteórico,  se puede encontrar en La Exposición Universal de Barcelona que tuvo lugar entre el 8 de abril y el 9 de diciembre de 1888 en la ciudad de Barcelona. Además de la sección oficial, concurrieron un total de 22 países de todo el mundo. Las Exposiciones Universales, iniciadas en Londres en 1851, vivían un momento de gran apogeo. Eran consideradas los mayores eventos políticos, económicos y sociales del mundo, en los que cada país exponía los avances tecnológicos, y hacía gala de su potencial económico e industrial. Organizar una Exposición era una oportunidad de desarrollo económico para la ciudad organizadora y de gran prestigio internacional.

 

Esto aportó un gran despegue en la ciudad. Ante la riqueza que produjo se diseñó una ciudad, cuyo punto de partida y crecimiento posterior, se puede apreciar al contemplar un plano de la ciudad actual en la que se aprecia un pequeño casco urbano y después de derribarse las murallas, se expande enormemente, tras la aplicación del Plan Cerdá, que fue impuesto por el Gobierno Central, tras los intentos  de realizar otro menos igualitario, en el que las casa de los burgueses y nuevos ricos estarían separadas de los de los demás. “Estos planes, a diferencia del propuesto por Cerdá, ocupaban una menor superficie y eran destinados a acoger a menos personas, lo que es lógico si pensamos que obedecían a los objetivos de la burguesía de reforzar la segregación social. Así, el plan ganador del concurso de ensanche, presentado por Rovira i Trias, se corresponde con el lema que lo encabezaba: «el trazado de una ciudad es más obra del tiempo que del arquitecto»; y el propio Rovira afirmaba que los proletarios no podrían vivir en lo «que propiamente tendrá que llamarse ciudad de Barcelona».[

 

Pero de esto y otras cosas, ya hablaremos en otra ocasión.

 

 

 


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