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LA SU SABIDURÍA

OPINIÓN
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Érase que se era una señora con dos hijos influyentes en una época pretérita. La señora se llamaba Manuela. En tiempos en los que ayudaba (y mucho) el «mensaje» persuasivo del jefazo de turno para entrar en uno de esos lugares estatales donde comúnmente recalaban los hijos del pueblo, una convecina de aquella, madre de un vástago así colocado y así «redimido» de las estrecheces del campo, se rebelaba frente a quienes osaron recordarle el agradecimiento que debiera sentir por la ayuda: «Ya, ya… los hijos de doña Manuela…La su sabiduría…».

 

Desengañémonos. Nadie reconocerá nunca que es manipulable, o torpe o malo. Ni que maneja intenciones aviesas.Todos tenemos un alto concepto de nosotros mismos. Lo qué hacemos, cómo nos comportamos, incluso lo qué dejamos sin resolver, perjudicando a terceros, cuartos o quintos, es siempre por algo, en nuestro personal sentir. Motivos sobrados teníamos para actuar tal como lo hicimos, (razonamos para nuestro interior).

 

Nadie reconocerá que es competitivo en grado máximo. Ligeramente, si acaso. El mundo que obliga, que no da otra opción (defendemos).Tampoco habrá nadie que reconozca abiertamente que tal o cual asunto lo hizo en su beneficio personal. Por el contrario, lo qué hacemos, lo hacemos siempre por el bien común. Sacrificados que somos…

 

Nadie reconocerá que cree, con fe ciega, en la suerte. Que va! Lo importante, en el mundo es la preparación. Sobre todas las cosas, «la sabiduría» que pregonaba la mujer del principio de este cuento, el saber estar, la intuición, la clase, la familia…

 

Nadie se confiará claramente ante otros, hasta el extremo de confesarles que en ciertos momentos se siente totalmente acogotado, que tiene un miedo que le roe las entrañas, una inseguridad manifiesta. Quia! al ser preguntados por ello, todos declararemos lo bien que nos sentimos, lo controlado de la tarea …¿problemas a nosotros?, ninguno, ¡pues anda que no somos listos y resueltos!.

 

De esta forma de reaccionar debe venir el que en las encuestas los españoles nos declaramos felices, ¡pero felices, eh!, contentos con lo qué hacemos, entusiasmados con nuestro lugar de residencia… Por no citar cuestiones más íntimas (amor, sexo…) en las que, sin duda, descollamos grandemente.

 

En situaciones diversas la mayoría reacciona de modo análogo. La «euforia» se da también entre compañeros de profesión. Nadie reconoce no estar satisfecho, nadie se queja del sueldo o de las formas, costumbres, reglas… si ello afectara a su propio estatus o al que dirán…Por eso, los cambios son siempre tan difíciles de llevar a cabo porque «la mentalidad» no se modifica.

 

Y desde luego se da en la vida política. Todos a presumir de la eficacia de los gestos, de la grandeza de su gestión. Del desinterés económico del cargo. El político al servicio del pueblo, a su servicio de manera incondicional. Luego, de golpe, en las conversaciones se cuela alguna que otra perla que desmiente el aserto, mostrando la fiereza de la «negociación» para llegar a algún sitio, el arrastre ante el jefe de turno, la permeabilidad, la forma delicada y repetitiva del cambio de chaqueta…

 

Nadie reconocerá que no está preparado para un puesto. Es tal la frivolidad a la hora de enjuiciar el trabajo político, por parte de casi todos, que muchos creen que cualquiera puede hacer cualquier tarea, simplemente porque ha metido «cuatro voces» o repetido cuarenta soflamas en la red social de moda. De ahí que veamos personas ostentando responsabilidades muy por encima de sus propios recursos, bajo argumentos variopintos que hasta hacen reír. El político no es un técnico -se dice- y eso abre la puerta a experimentos curiosos, como si alguien supiese «mandar» hacer algo bien sin saber nada de ello. Cómo si se creyera que los ciudadanos son tontos de solemnidad.

 

Pero ya saben, lectores amigos que han llegado hasta aquí, lo que relato es un cuento y los cuentos, cuentos son. Lo dijo León Felipe, el nacido en Tábara, provincia de Zamora.


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