Digital Extremadura
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Presumía yo entonces de una melena castaña y ondulada, mi bozo se esfumaba y se iba convirtiendo en barba, mantenía el tipo fino y de moda estaban los pantalones con enormes campanas.  Era un Domingo de Ramos y los feligreses acudían a misa.  Sonaban las campanas y nosotros, mozuelillos o mozos con ojos que nos comíamos el mundo, nos prestábamos a “oír misa” junto al viejo álamo que se alzaba al pie de ese antiestético espantapájaros (“el trahfolmadol” lo llaman los vecinos) y que hoy continúa siendo un repugnante gargajo al restarle visibilidad a una monumental iglesia del siglo XV.  Hasta nuestro corro se acercó Ti Agustín Caletrío Jiménez.  Traía una verdasca de olivo en la mano y muchos años a sus espaldas.

 

     Sonaban en aquellos días no solo campanas llamando a misa y otros actos de la Cuaresma, sino que también avisaban de unos cercanos comicios electorales.  Uno de los del corro, al que le decían Mateo “Jaca” y con el colmillo ya algo retorcido, se dirigió a Ti Agustín: “-¿Ándi váih, Ti Aguhtín, con la vardahca?  ¿No iréih a jarreal-li a algunu algún vardahcázuh pa lah córvah?”.  Ti Aguhtín se le quedó mirando y le dijo: “¡Ay alma cándida, a ti te tenía que jarreal con ella, qu,érih una yerba mala!” Se escucharon las tres campanadas que anunciaban que la misa iba a empezar y Ti Agustín nos reclamó: -“¡Venga a misa tóh y a la prucesión, que pa esu hoy eh el Domingu de Rámuh!”. El mozo, un pelín atrevido y desvergonzado, le contestó: “Vaiga usté delantri, que nusótruh ya irémuh diendu, y a vel si cuandu toqui el ehquilón pa loh vótuh tamién váis y a vel si sabéih a quién tenéih que votal”.  No tardando, coincidí con Ti Agustín en el “altu el legíu”, donde entonces trillaban las mieses y luego, como todo el ejido comunal, propiedad del pueblo y no del Ayuntamiento, se destinó a dependencias municipales y casas de protección oficial.

 

     Había nacido Ti Agustín a principios de un florido mayo, allá por 1899, el mismo día que husmeaba los olores del mundo Nikolái Nicoláyavich Vóronov, Mariscal en jefe de la artillería soviética y que, en el cerco de Stalingrado, durante la II Guerra Mundial, le bajó los humos, logrando su rendición, al Mariscal alemán Friedrich Paulus.  Era un furibundo antifascista y, por ello, vino a España nada más enterarse del golpe de Estado de algunos militares, apoyados por la derecha, la Iglesia tridentina y la oligarquía, contra la II República.  Recibió tantas condecoraciones que su uniforme se le quedó pequeño para colgarlas.  En 1965, fue nombrado “Héroe de la Unión Soviética”.  Pues Ti Agustín, que era hijo de Ti Felipe Caletrío Miguel y de Ti Josefa Jiménez Esteban, me abordó junto a la que decían, desde antiguo, “La Cerca de la Barragana”, y me dijo:  “¿T,acuérdah de lo me tiró aquí atrasoti Mateu el de Ti Ziquiel? Poh yo voy a il a votal. Ten muchu cudiau a quién vótah tú, que , igual que  pasó en la República, ya andan paí lah málah yérbah dijiendu que si vótah a lah ihquiérdah te quitarán la metá de lah vácah, o la metá de loh lichónih, o que si tiénih doh cásah te quitarán una: son tóah mentírah, que lah ehparraman con mu mala lechi, que de siempri leh guhta mandal a loh méhmuh, y loh méhmuh de siempri son lah deréchah”.

 

     Bien se dijo que, desde que el mundo es mundo, la hierba mala nunca muere.  La hierba mala, para la gente de estos pueblos nuestros, es el “ballicu”.  O sea, la cizaña, esa planta gramínea (“Lolium  temulentum”) que también algunos denominan “falso trigo”.  Pero también nuestros campesinos, como lo fue siempre Ti Agustín, el que fuera nieto paterno de Ti Ramón Caletrío Sánchez y de Ti Eulogia Miguel Montero, designaban como “yérbah málah” a los que dejan mucho que desear en su triste peregrinar por esta vida.  El gran poeta Miguel Hernández ya los hirió, aunque no de muerte, con sus versos: “Yugos os quieren poner/gentes de la hierba mala,/yugos que habéis de dejar/rotos sobre sus espaldas”.  Pero aquellos revolucionarios “Vientos del pueblo” no acabaron por quebrarles todas sus vértebras y costillas, y, al final, arrojado como un perro en una perra mazmorra, fueron las hierbas malas las que a él le rompieron letalmente sus espaldas.

 

   Continúan las malas hierbas camuflándose entre nuestros sembrados y, en no pocas ocasiones, se meten por nuestras calles y plazuelas.  Se encarnan, en lo que se refiere a estas tierras nuestras de montaneras y donde ya apenas “corre,l tren retumbando por los jierros de la vía”, en esos descarriados miembros no ya de partidos desnortados y que hacen agua por todas partes, sino de banderías que emplean la difamación y las malas artes.  El actual “calumnia, que algo queda” nos viene dado por el filósofo y escritor inglés Francis Bacon (siglo XVI), que lo tomó del antiquísimo dicho latino “Calumniare fortiter aliquid adharebit”.  Bacon lo tradujo así: “Calumnia con audacia, que algo queda”.  Y de la maledicencia tiran mucho de esos que votan tan solo unas siglas, no un programa, tal que si fuesen exaltados forofos del Real Madrid o del Barça.  Éstos no se atragantan con las ruedas de molino que les dan para comulgar y, dentro de su fanatismo acérrimo, ni se percatan que hoy desprecian y rechazan lo que aplaudían a rabiar en los años 80 del pasado siglo.

 

     Son los discípulos de esas niñas bien de la derecha que, en su afán de defender lo indefendible en aras de que el pepeísta Laureano León Rodríguez pueda seguir siendo senador y concejal en el Ayuntamiento de Cáceres, arguye que no hay incompatibilidad alguna, porque “al Senado no se va cuatro días a la semana, sino cuatro días al mes”.  ¡Ay doña Elena Nevado del Campo, mandamás en el consistorio cacereño!  ¡Cómo se te ve el plumero y la genética!  Solo cuatro días al mes pero cobrando esa paga íntegra que debería arderle en las manos a los que la reciben.  ¡Alto, que quien reprochaba al PP esa incompatibilidad era el PSOE!  Y resulta que esta formación tiene en sus filas a Rafael Lemus Rubiales, extremeño de Torre de Miguel Sesmero, el cual disfruta de los cargos de diputado autonómico y senador.  ¿A qué juega, pues, el PSOE, exigiendo al PP lo que no exige a los suyos?

 

     Calumnia, que algo queda.  ¡Qué barato es calumniar y dejar la duda sembrada ante el auditorio!  Bien que lo sabía Ti Agustín Caletrío, el que me decía que su familia paterna venía de “Loh Caletriónih”.  A lo mejor aquel Miguel Caletrío, apodado “Caletrión” y que fue capitán legendario de la cuadrilla de “Los Muchachos de Santibáñez” en la primera mitad del siglo XIX, fue tatarabuelo suyo.  Aquella cuadrilla se caracterizaba por su antiabsolutismo y su decálogo de medidas radicalmente avanzadas y sociales.  En algunos foros históricos se conoce a sus componentes como “los primeros anarquistas extremeños”.  No ha cesado la herencia calumniadora de pasados tiempos.  Basta con oír por nuestros medios rurales a los cachorros de cierta gente que se tiene por “riquina” al creer que posee mayor capital que cualquier obrero. Y resulta que son esclavos de su propia avaricia. No tienen ni día ni noche.  Desconocen que para ser ricos de verdad hay que cumplir al pie de la letra lo que José María Gabriel y Galán, tan llorado y querido por estos pueblos, contaba y cantaba en su poema “Sibarita”.  ¿Por qué, entonces, adoctrinan sectariamente a sus hijos y les inyectan odio en sus pupilas?  Ahora, el pato lo paga Podemos, sobre quien cae el sambenito de rapiñar vacas, cochinos y casas.  Ellos, los progenitores, saben que es totalmente falso lo que predican, pero… ¡cómo gozan calumniando!

 

     Hasta tejen sus hilos en las redes sociales grupos que se hacen llamar de “Apoyo por la Unidad de la Izquierda” y donde únicamente se vierten ascosas babas y brillan las facas del odio fratricida.  El resentimiento de gente que se hace llamar de izquierda pero cuya ética dista mucho de serlo solo ha conformado tales plataformas no para conseguir unidad alguna sino para clavar, con nocturnidad y alevosía, cuchillos cachicuernos en las espaldas de formaciones que pretenden tirar todo el andamiaje viejo y construir una nueva patria que no sea el cortijo de los de arriba y de los arribistas.  Hay mucha hierba mala por los caminos, escondida tras subliminales mensajes: “¡Por el Bien y la Unidad de España!”  “¡Que no nos la rompan ni impidan su recuperación!” Vergüenza les tenía que dar, cuando lo único que pretenden es pactar entre ellos, a fin de salvaguardar sus privilegios y prebendas y no levantarse mutuamente las alfombras.

 

     No creemos que Ti Agustín, que nieto materno fue de Ti Ángel Jiménez García y de Ti Bárbara Esteban Gutiérrez, supiera aquel tango  argentino que decía: “Esa yerba mala/que es tuito veneno,/no la llora nadie,/no deja recuerdos”.  Y se fue sin conocerlo cuando echaba a andar un mes de junio del reinado de la partitocracia.  A punto de ser octogenario.  Una parada cardiorrespiratoria le tumbó  el día de Santa Saturnina y San Metrófano.  La hierba mala siguió haciendo de las suyas.  Mala hierba más parecida a la del tango que a la que rimara en “Sácame de aquí” Enrique Bumbury, el heterodoxo poeta de “Héroes del Silencio”; “No soy mala hierba,/solo hierba en mal lugar;/cabeza de calabaza/en martes de carnaval”.  Quien tenga oídos para oír, que oiga.


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