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MISIONES PEDAGÓGICAS

OPINIÓN
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Don Alejandro Lerroux García fundó el Partido Republicano Radical en 1908, durante la Restauración.  Sabido es que Lerroux, que era el todo en el partido, pasó de cierto fervor revolucionario y republicano a convertirse en un personaje populista, reaccionario en muchas cuestiones, anticatalán y pequeño burgués, arrastrando tras sí a su formación política.  Algunos analistas del momento han descubierto al nuevo Lerroux del siglo XXI: Alberto Carlos Rivera Díaz (Albert Rivera, para los amigos), el de Ciudadanos, aunque éste no tuvo una juventud revolucionaria y progresista, sino más bien escorada hacia la derecha ultramontana.

 

     El fundador del Partido Republicano Radical (de radical -ir a la RAÍZ de los problemas- no tenía nada y acabó renegando del republicanismo), formó un trío con dos sujetos que bailaban muy bien a su mismo compás: José María Gil-Robles y Quiñones de León (¡ahí queda eso!), fundador de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) y entusiasta de la sublevación el 18 de julio de 1936. Gil-Robles se hacía llamar “Jefe” (al estilo “Duce”) por sus seguidores, hablaba de totalitarismo y docenas de sus “lacayos”, camuflados tras camisolas de azul Mahón, se convirtieron en expertos pistoleros y asesinos de los rojos.  La  tercera pata de ese destartalado y derechoide banco la formaba José Martínez de Velasco y Escolar, terrateniente, fervoroso y fanático católico, opuesto furibundamente al laicismo de la II República y secretario general del Partido Agrario.

 

     Este celebrado trío se destacó, durante el llamado “Bienio Negro” republicano, a sabotear las Misiones Pedagógicas que había puesto en marcha el Ministerio de Instrucción Pública, con el apoyo del Museo Pedagógico Nacional y la Institución Libre de Enseñanza. Ilustres republicanos en el vasto campo de las artes y las letras emprendieron el camino de los olvidados pueblos de la España profunda, a fin de llevar a aquel campesinado que vivía, en muchos casos, como en la Edad Media las herramientas de la cultura, para redimirles y hacerles hombres instruidos, críticos y libres.  Muchos de aquellos entusiastas pedagogos serían asesinados posteriormente por las hordas franco-fascistas o tendrían que tomar el camino del exilio, siendo prostituida o borrada de la faz de la tierra aquella siembra de redención y de progreso.

 

     Muchos años más tarde, en una vieja taberna de uno de los pueblos más emblemáticos de los grandiosos berrocales trujillanos, Huerta de Ánimas, indagábamos por las huellas de Ana Bravo Palacios, una huerteña que había participado en aquellas Misiones y que, en agosto de 1936, con la bandera tricolor en sus manos, alentó a sus paisanos a pararles los pies a los moros, legionarios y milicias parafascistas que iban dejando todo un reguero de sangre por Extremadura. Huertas lo pagó muy caro y treinta y tres de sus hijos fueron asesinados sin piedad.  Entre ellos, Paquito Requejo, un niño de once años que mantenía inocentemente una insignia republicana entre sus manos.  Como oro en paño, guardo un precioso poema que me entregara, antes de morir, un preclaro poeta extremeño, donde, con estrofas de dolor rabioso, se versifica el horroroso crimen cometido en un pueblo valiente y honesto, de gente campesina y luchadora.  Siempre conmigo irá la antigua aldea de Valfermoso, a la que, con los años, le saldrían hijos por “El Altozano”, “El Manzanillo”, “Las Casas del Llano”, “La Lancha Vieja” y “La Lancha Nueva”, conformando el núcleo que es hoy Huertas de Ánimas, de la que el escritor Bartholomé de Melo y Benito dijo que en ella y sus entornos berrocosos “se crían las mujeres más hermosas y bragadas y los hombres más recios y de palabra fija de toda la provinzia de Estremadura”.  Y bien que lo demostraron cuando, a mediados del siglo XIX, les bajaron las ínfulas a los señores de Trujillo, alzándose en rebelión al sitio de “El Resbaladero”, donde termina la Cañada Real de la Plata o de la Vizana.

 

     En aquellos años de rebelde juventud, el que garabatea estas líneas formaba parte de un equipo surgido de la Institución Cultural “El Brocense”, que dirigía aquel heterodoxo y antiguo clérigo nacido en la murciana Lorqui, Martín García Martínez, más conocido por Romano García.  Se cambió el nombre de pila al quedarse eclipsado por la obra del filósofo alemán de origen italiano Romano Guardini.  Detrás de él, como presidente de la Diputación de Cáceres, estaba el inolvidable Manuel Veiga López, militante de Izquierda Socialista, republicano convencido y con el que trabé fraternal amistad hasta su muerte.  Más de una vez mojamos la palabra por las tabernas de Las Hurdes, cuando un servidor ya andaba repartiendo a manos llenas pedagogías disidentes entre aquellos recogidos valles y aquellas altivas montañas.  El amigo Veiga quiso rescatar aquellas Misiones Pedagógicas de la II República y contó con este incansable correcaminos.  De esta forma caímos por Torrecillas de la Tiesa y supimos de Ana Bravo y de otros animosos huerteños.  Estancias de una semana en cada pueblo.  Pateándonos de punta a punta la provincia cacereña.  Me tocó ir reconstruyendo la Memoria Histórica, a la par que inventariando vestigios arqueológicos y recolectando la arcaica y grandiosa cultura oral y tradicional de sus gentes.  ¡Cuánto confraternicé con los paisanos y cuánto aprendí de ellos!

 

     Nos lanzamos al ruedo con ilusiones redobladas y con ojos de comernos al mundo.  Nos veíamos en el pellejo de María Zambrano, Alejandro Casona, Luis Cernuda, Maruja Mallo, Carmen Conde, Ramón Gaya o Eduardo Martínez Torner, o de tantos profesores, artistas, jóvenes estudiantes e intelectuales que, bajo la batuta de Manuel Bartolomé Cossío, presidente del Patronato de las Misiones Pedagógicas, se lanzaron por los retorcidos y polvorientos caminos de España el 17 de diciembre de 1931.  A fecha del 31 de marzo de 1937, ya habían hollado 7000 pueblos y aldeas, constituido 5522 Bibliotecas de Cultura Popular y entregados más de 600.000 libros.  Pero con Manuel Veiga y Romano García se cerró, en lo que a Extremadura se refiere, aquel enjundioso capítulo cultural y no hubo un céntimo más para prolongar las Misiones Pedagógicas.

 

     Pensamos que para que no se agoste lo sembrado es preciso volver a patear las piedras de los caminos de nuevo, cuando muchos de nuestros pueblos están envejeciendo de manera galopante y se nos marchan para los abismos de la Nada unos mayores que son auténticos archivos vivientes y donde los pocos jóvenes que quedan andan desnortados, desarraigados y perdiendo mucha masa identitaria.  Pero para ello hay que tener voluntad política.  Y en este nuevo viaje nos sobran los políticos como los tres que citamos al principio de esta columna (o sus herederos ideológicos).  Sobran políticos que no creen en la poesía ni en el pueblo, conversos, contemporizadores de los que ponen una vela a dios y otra al diablo, de uñas largas y cerebros cortos y de los que se blindan y se aforan como guerreros medievales para defender sus malsanos privilegios.  Solo con gente heterodoxa y herética, rupturista, como aquella de las Misiones Pedagógicas republicanas y como Manuel Veiga, Romano García y los quijotes que estuvimos a su disposición cuando peinábamos ensortijados y acastañados cabellos, lograremos que emerja otra España distinta; una España no como la de ahora, a la que igual que a ciertas mujeres, odiamos con todas nuestras fuerzas porque la amamos a morir.

 

     Nosotros, siempre con el pueblo, parafraseando a nuestro maestro Don Antonio Machado: “En España casi todo lo grande es obra del pueblo o para el pueblo.  Mi fe democrática se basa en la creencia de la superioridad del pueblo sobre las clases privilegiadas.  El pueblo llano es un pueblo de señores, que siempre ha despreciado al señorito”.  No perdemos la fe en que más pronto que tarde marcharemos en unidad (¡cuánta saliva hemos gastado en pro de la unidad de los que aman de verdad al pueblo!), armónica, revolucionaria y poética unidad, y colgaremos una placa en Huerta de Ánimas, recordando la heroica figura de Ana Bravo Palacios.  Y también colocaremos rojos claveles sobre la tumba del que tanto quiso a su Leonor Izquierdo Cuevas, su musa y efímera compañera, y le diremos que dimos la vuelta completa a su llanto y que ya, en España, de diez cabezas, una embiste y nueve piensan.

    

     


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