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A la gran familia Ruipérez, este gran humanista, que nos dejó hace un tiempo.

 

 

En la llanura dorada de Castilla, han gozado mis ojos las tierras de pan llevar, entre el amor a Santa Teresa y a San Juan de la Cruz. Muy en lontananza, tres meses después de la contienda incivil, la explosión de un polvorín, “a las 11:20, que es cuando se paró el reloj de la torre de la iglesia”de Peñaranda, a la llegada de un tren mixto procedente de Salamanca. “Uno de los vagones transportaba trilita aunque sin comprimir”. Son recuerdos del ilustre helenista, discípulo de Antonio Tovar, quien a su vez, sustituyó a Unamuno. Gran helenista, Martín Sánchez Ruipérez, no hace mucho tiempo, en la segunda navegación platoniana, la más serena y hermosa, nos ha dicho adiós. Quizás este  gran sabio llevaría dentro a esos viejos griegos – no estos de ahora -, al hombre que, según el filósofo y astrónomo heleno, Anaxágoras de Clazomene, tal vez lo calificara de “muy inteligente”.

 

Quizás Martín sería, a pesar de todo, un hombre absolutamente moderno, que diría Baudelaire. Con su adiós, se ha truncado el eslabón de una saga, a la que los españoles, debemos estar muy agradecidos, por sus obras, a la que somos muy poco propicios.  

 

Tal vez, estos sabios, como Martín S. Ruíperez, heredero mayor  de la cultura griega, se van, se han ido, sin más grandeza que la del humilde vuelo de una oropéndola, que habrá abierto una nube y se ha oído el clarín sencillo de un cuco posado en la rama de una encina solitaria, lejos de  la explosión apocalíptica del polvorín. Qué hermosas palabras – eco de su paso por claustros y aulas -, nos ha dejado este helenista en un libro primoroso y, sin embargo,  dramático: “Venturas y desventuras de un niño de la guerra”. Qué río tan sencillo de redondas y, sin embargo, estremecedor, taquicardia de un corazón en  la trágica andadura de un niño de la guerra y sabio.

 

Que dura la travesía de aquellos años, de fuego y sangre, pólvora y llanto, en la gente de Peñaranda de Bracamonte y  aquel muchacho que descubría una España que, como “Castilla face los omes e los gasta”. Orillado el escenario de la contienda, qué gusto y regusto literario, belleza y dramatismo, corre por las páginas de esa vivencia: la de este catedrático – que no ha mucho tiempo nos ha dejado -; y que abriría su alma salmantina / griega en las viejas aulas de Fray Luis de León o en el resplandor trágico de Unamuno, calle de la Compañía arriba, hasta el Palacio de Anaya, la herencia humanística de Antonio Tovar, gran templo de la palabra, además, de Martín S. Ruipérez. En ese marco se oyó, en la contienda incivil, la voz de Unamuno a los franquistas: “Venceréis, pero no convenceréis”.

 

En ese palacio salmantino, en los cipreses de la plazuela, pululan los ecos helenos del sabio Martín, hijo de una saga que ha dejado en los campos de Castilla, lares de trigo y cebada, de jilgueros y becadas, el discurrir de las palabras con las aguas del Tormes. En Peñaranda de Bracamonte, nacería la gran saga de los Sánchez Ruíperez, allí donde un polvorín dejaría la imagen dantesca de la muerte y, sin embargo, la grandeza de un apellido. Entre tanta sabiduría y obra, Martín describiría el paso de Carlos V por Peñaranda de Bracamonte, cuando iba hacia Yuste, en lo que sería su viaje postrero.

 


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Un comentario

  1. Acabo de leer un artículo dedicado a Martín Sanchez Ruipérez. Fui prima carnal suya y me licencié como él en las Letras Clásicas Su madre, En carna , y mi madre Leonor, fueron dos maestras excelentes que sufrieron la persecución franquista al mismo tiempo y en el mismo lugar, Saturrarán, en las extremidades vascas del Norte de España. Mi madre, maestra también murió un poco más tarde pero no tuvo el consuelo de volver a ver a su esposo que murió en Francia. Excepto Martín, los hijos de Encerna tuvieron que trabajar con su padre, en el negocio de las Librerías, Mi madre, realizó el empeño que con mi padre habían soñado para sus hijos, los estudios universitarios. y murio satisfecha de haber conseguido su sueño. Ella, además, dedicó sus últimos años a escribir unas Memorias, que pudimos publicar después de su muerte a los 98 años, despues de haber trabajado diez años más en escuelas rurales que recuperó tras los 17 años que sufrió la confiscación de todos sus bienes. Cuántas mujeres como ellas no volvieron a recupear trabajo y dignidad perdidas y robadas por el dictador.

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