Creo que no lo he contado nunca pero yo conocí Cáceres volviendo de Marruecos.
El viaje al norte de África había sido un objetivo desde que mi promoción de Físicos nos
habíamos sentido como grupo. Yo tenía unos compañeros muy inteligentes y quizá por
eso bastante desconcertantes, con gustos sui géneris, así que nada de preparar una
excursión a Palma de Mallorca (pongamos por caso) o a Benidorm, para conocer
suecas…Nada de eso, nosotros debíamos viajar a un país exótico, cruzando el gran
Charco, autobús incluído, en un ferry a través del Estrecho. Estábamos a comienzo de los
años 70, en el siglo pasado.
Con que, alquilado el autobús, los alegres veinteañeros nos pusimos en marcha desde
Valladolid a Algeciras y de allí a Ceuta y Tetuán. No lo he olvidado: Fez, Marraquech,
Rabat, Casablanca…(por citar sólo algunas de las ciudades) fueron únicas ante nuestros
ojos; totalmente reales y específicas, en una época en la que el turismo no se había
popularizado tanto y todo mantenía su color, olor y sabor verdaderos.
Del viaje recuerdo muchas cosas: las grandes naranjas, las tiendas oscuras de los zocos,
la llamada a la oración del muhadin, las hermosas plazas abiertas, los templos vetados a
nosotros infieles, el palacio del rey… y la luz, sobre todo la luz. Y el cielo. Tan bellos.
Y a la vuelta, el autobús entró en Cáceres. Y como una premonición aparcó en su Plaza
Mayor, tan irregular, tan distinta a las Plazas castellanas. Y nos bajamos. Y era como un
punto y seguido del bello viaje inacabado y mi familia política (que entonces no era mi
familia política) me invitó a comer en su casa. Y ya no se me olvidó nunca su afabilidad ni
los platos que tomamos en su mesa.
A la vuelta, en Valladolid, aún llegaría a tiempo de visionar (en vivo y en directo) parte de
su gran Semana Santa, tan transcendente, con esas graves esculturas de los grandes
imagineros estudiados en los libros de texto. Aún pude disfrutar de su río y de su
rosaleda, plasmados en fotografías bellísimas de gran valor sentimental y que, casi
cuarenta años después, conservo. Pero el encanto de la pequeña ciudad de Cáceres no
se me olvidó.
Para mí, aquel fue un viaje interesante (dónde los haya) desde diversos puntos de vista y
lo que quiero explicar entre líneas es que Cáceres estuvo en él. Sin duda su recuerdo
influyó en mi decisión, tomada varios años más tarde de vivir aquí. En Cáceres, la del
viejo pasado, Cáceres la de la amabilidad, la de la cercanía, la del Womad y la de la
Virgen de la Montaña, la de las dos aceras por Cánovas, Cáceres levítica…
Mi querida ciudad que se encuentra ahora, sin saberlo, en una encrucijada porque debe
elegir entre ser pueblo grande o verdadera capital de provincia que mira hacia el futuro.
Los vaivenes económicos y políticos tienen que ver con ello, pero también los vaivenes
culturales. Pudo ser una estupenda ciudad en este sentido, pero el azar y los hombres no
lo quisieron. Aunque esa es otra historia que no cabe aquí, amigos que habéis tenido la
paciencia de leerme. Buen día a todos