Digital Extremadura
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  “Casa con dos puertas, mala es de guardar”, dice un adagio popular.  Por ello, siendo adolescente el pájaro que suscribe estas líneas, volaba, pese a la prohibición paterna, por la puerta que daba a “La Callejina” y salía pitando hacia un huerto en las márgenes del arroyo de “Lah Juntaníllah” o de “La Juenti”.  Eran horas de bochorno y de siesta, en la canícula del estío.  El pueblo, que se levantaba antes de venir el día, era un enorme lecho de silencio.  Solo las moscas zumbaban bajo la modorra.

 

     Pero Enrique Montero García, al que todos llamaban en el lugar Jacintu “Veleta”, no dormía.  Nos aguardaba a un grupo de mozuelillos bajo la enorme higuera que sombreaba el huerto de Ti Marcial “El Taxista”.  Nos sentábamos sobre la broza, en torno a la figura enjuta y enfebrecida del paisano al que otros también tachaban de Jacintu “El Tontu” o Jacintu “El Locu”.  Su cabeza estaba llena de intempestivos gorjeos de pájaros negros y de galopadas de caballos desbocados.  Utilizaba su sombrero de paja y un trozo de cristal al modo de un telescopio para mirar fijamente al rabioso sol del verano.  Sus ojos enrojecían, se inflamaban y dejaban correr dos largos surcos de lágrimas.  Fumaba de forma compulsiva y, apurados los cigarros, colocaba las candentes colillas sobre su antebrazo.  Un color a piel chamuscada invadía nuestras pituitarias.  Se producía  redondeadas y pequeñas quemaduras.  Según él, eran “estrellas del ordeno y mando”. Hablaba sin parar y nos narraba mil secretos y misterios del pueblo.

 

     Siempre nos decía que él se llamaba Enrique y no Jacinto, pero nosotros no le creíamos.  Y lo cierto es que como Enrique fue bautizado al poco de nacer, que él palpó el mundo un caluroso martes, a la par que lo hacía el grandioso filósofo francés Jacques Derrida, el que naciera en los suburbios de Árgel, siendo judío sefardí, cuyos antepasados procedían de Toledo.  Era un martes, 15 de julio de 1930, y se conmemoraba a Santa Regisvinda y a San Agripino. Fueron sus padres Ti Francisco Montero Martín y Ti Anastasia García Gutiérrez. Dentro de sus inescrutables desvaríos, tenía momentos de loca lucidez y se mostraba como un visionario.  Recuerdo que, en cierta ocasión, nos decía: “Francu eh un creminal de guerra, que si Popea, que era la mujel del emperadol romanu Nerón, se bañaba en lechi de burra, Francu lo jadi  en una pihcina llenecita de sangri de loh rójuh c,ha matau.  Peru Francu no tieni ni un pelu de tontu y, cuandu se muera, que no va a tardal muchu, lo va a queal tó atau y bien atau, que la su sombra va a ehtal, cumu la manta parda de mi agüelu, que le dicían Ti Lorenzu “Veleta”, en tóah lah pártih”.

 

     El 10 de marzo de 1977 los ciudadanos Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia, reyes de España, visitaron la ciudad extremeña de Plasencia.  Miles de extremeños los aguardaron con pancartas reivindicativas y con cajas destempladas.  Un capitán de los “grises” (así llamaban a los miembros de la Policía Armada en aquel entonces), conocido por su carácter violento y por haberlas armado muy gordas en el País Vasco, mandó cargar contra los manifestantes.  Hubo gran revuelo, muchos contusionados  y detenidos.  Al poco, el nieto paterno de Ti Lorenzo Montero Miguel y de Ti Fidela Martín García (natural de la pedanía de El Bronco), en otro de sus arrebatos clarividentes, me avisó: “El rey que tenémuh ahora eh Borbón y, cumu dici el refrán, `de  güena cahta le vieni al galgu el que sea rabilargu`. Loh ehpañólih ya quearun jártuh de rey cuandu la República, que cogió carretera y manta y tuvu que embarcalsi pa  Roma, y a éhti le pasará otru tantu, que loh ehpañólih no aguantámuh que únuh vivan en paláciuh y coman tóh loh díah cabritu y ótruh vivámuh en cásah de mala muerti y na,más comámuh  patátah y garbánzuh.  Tardi máh, tardi ménuh, el tiempu lo dirá”.

 

     Después de haber tronado tanto y de haber caído tantos chuzos, parece que aquella sombra de la que nos hablaba el nieto materno de Ti Juan García Jiménez y Ti Josefa Gutiérrez Montero, se ha convertido en pesadilla sociológica para los que no aciertan y yerran continuamente en su caminar político.  Luego del tan ajetreado y polémico 26-J, cuando una gran mayoría de compatriotas premió el envilecimiento del PP otorgándole una gran riada de votos, parece que esa sombra aún se ha hecho más espesa y más macabra.  Pero ya decía el renombrado poeta, pintor, cineasta y mil cosas más Jean Cocteau que “no se debe confundir la verdad con la opinión de la mayoría”.  ¡Ay de las mayorías mediatizadas y aborregadas!  Tales mayorías, a veces, ni se percatan que les están abrazando a la par que les están robando la cartera.  Esa gente nunca escucharon o se hicieron los sordos ante aquel otro gran poeta y ensayista británico Percy Bysse Shelley: “La riqueza es un poder usurpado por la minoría para obligar a la mayoría a trabajar en su provecho”.  ¿A quiénes defendió históricamente la derecha: a los ricos o a los pobres?  Lástima (y bien que lo sentimos por ellas) que esas mayorías que han votado al “partido de los ricos” (así se conoce al PP en gran parte de la España profunda) no hayan tenido más momentos de loca lucidez, al igual que aquel nuestro amigo Jacinto que se llamaba Enrique, para haber cambiado el curso de la Historia.  Todos esos pelotones de votantes que metieron sus papeletas a fin de reflotar a un barco que dirigen algunos arraeces considerados como negreros y que tiene el casco agujereado por todas partes no alcanzan a tener  momentos de lucidez, ya que su desinformación y su espíritu acrítico siguen siendo tan raquíticos y tan pobres como en la yema del franquismo.

 

     No obstante, la sombra del franco-fascismo también se extiende como mancha de aceite por otras filas que, al igual que Jacinto no se llamaba Jacinto y a tenor de los últimos tiempos, se dicen  Izquierda pero en realidad no se llaman Izquierda.   Hemos hablado con algunos que forman parte de la hinchada del PSOE y, sin atisbos de loca lucidez alguna, sin razonar y levantándonos la voz, han arremetido contra las formaciones emergentes, transversales, progresistas y alternativas, acusándolas de la repetición de las elecciones y de no haber acudido al reclamo de aquel refrito que prepararon Pedro Sánchez y Álbert Rivera y sus cuadrilla respectivas.  Si les argumentábamos con sólidos cimientos que el programa que presentaban el dúo era infumable para gente que quisiera cambiar de verdad este país, a fin de que los ricos dejaran de una vez de ser menos ricos y los pobres menos pobres y se limpiara el estiércol de las cuadras con las escobas y mangueras adecuadas, echaban balones fuera y se enrocaban en su enfermiza obsesión.  La hinchada siempre carece de loca lucidez.  Y es que cuando el partido político degenera en hinchada futbolística, la miopía, astigmatismo o hipermetropía aumenta tanto que es imposible discernir los ERE fraudulentos, los casos de Mercasevilla, de Invercaria, de Mercurio, Cursos de formación, Matsa, Patos, Mareas y otros en diferentes comunidades, sin que pueda faltar la extremeña.  Igualmente, se yerra a propósito al contabilizar los más de 300 exaltos  cargos o cargos en activo imputados.

 

     La falta de loca lucidez en la Izquierda que no se llama Izquierda, la de antes y la de ahora, tiene mucho que ver, desde un punto de vista sociológico, con lo alargada que es la sombra del franquismo, al igual que ocurre con el PP.  Pero el voto miedoso engorda más las urnas de la derecha que las del PSOE.  Parece que sí, que Franco lo dejó todo atado y bien atado, hablando irónicamente.  Hasta da la impresión que sus superestrellas de “Generalísimo” fulguran tanto que están cegando a ese PSOE  que, según algunos, dejó de llamarse PSOE y ahora se llama Partido Español (PE).  De aquí que Sánchez y su tropa se nieguen a formar un bloque de izquierdas, tal que nuestro vecino Portugal o como se hizo en la II República.  ¿Qué tétricas tinieblas o qué escondidos y oscuros intereses le impiden hacerlo?  Y, encima, esa falta de loca lucidez lleva a algunos sepulcros blanqueados a llamarse republicanos y están todo el día agarrándole las coronas, los cetros, los hisopos y los botafumeiros a la monarquía y a la Iglesia del concilio de Trento.  Pues ya saben lo que vaticinó nuestro buen amigo Enrique Montero sobre los que viven en palacios y comen a diario buenos platos de cabrito.  Ojo, que, de higos a brevas, cuando el pueblo español es de verdad pueblo y no chusma o rebaño, surge, de repente, esa lúcida locura y dan en la diana las palabras del poeta, diplomático, periodista, ambidiestro y que se reía del más pintado y de sí mismo Agustín de Foxá: “Los españoles están condenados a ir siempre detrás de los curas, o con el cirio o con el garrote”.  O aquellas otras del novelista, aventurero y político francés André Malraux: “Un país anarquista enamorado de la sangre; así es España”.  Y es que esta que es para muchos de nosotros una Patria plurinacional y tricolor, que debería vertebrarse libremente de abajo arriba y autogestionarse virtuosamente sin dejarse pisotear su orgullo y dignidad, no es otra que aquella “España que  no lidia por los Borbones.  Lidia por sus propios derechos…  En una palabra: España lidia por su libertad”, tal y como dejó plasmado el jurista y político ilustrado Gaspar Melchor de Jovellanos.

 

     Jacinto, el que no era Jacinto sino Enrique, se fue de mis retinas otra encalmada tarde de verano.  Le  vi cruzar, corriendo como un gamo desesperado, la plaza mayor del lugar. Dos loqueros le perseguían.  Le cazaron y le colocaron una camisa de fuerza.  Se resistía y se revolcaba por el suelo.  Muchas veces nos contó el terrible miedo que le tenía a las corrientes que el aplicaban en el psiquiátrico.  Luego, se perdió de mi vista y solo supe de él cuando ya  estaba emparedado en el camposanto.  Una pancreatitis aguda se lo llevó un miércoles, a las trece horas de un frío mes de enero.  Se celebraba ese día, aparte de San Melensipo y San Espensipi, a San Antón, del que cantaban en el pueblo aquella coplilla de “San Antón,/vieju y meón,/ehcuendi a lah mózah/en un rincón;/San Sebahtián,/jaquetón y galán,/saca lah mózah a paseal”.  Su lúcida locura aún me asalta muchas tardes cuando zancajeo por lomas y arroyadas.  Y quieran los dioses, los que nunca existieron y viven más allá de la Nada, que esas clarividentes paranoias (siempre con sus hermosas pupilas celestes) se alberguen perennemente en mi memoria y en la de quienes flamean banderas tricolores y agitan cabelleras que arden en su roja rebeldía.


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