Cómo llevas tu vida, Enrique Sánchez de León, en esa segunda navegación, que diría Platón, la mirada hacia atrás sin ira, en la tierra llana, campos de Llerena, aquel llanto de canción de cuna, en la alegría del rostro de tu madre “del alma mía”, cuando España – tú que te has llenado los ojos de historia, siempre como si Extremadura “que – también – face los homes e los gasta”, al fin y al cabo, limitamos con la esencia alargada del Cid y tu mirada remanso de luz y voz callada en la llanura de Llerena. Qué herencia de “Iluminados” guardas en tu memoria, el sendero de una España – qué España, la tuya -, en el balbuceo tembloroso de la Segunda República, esta España tan tuya, tan mía, alborotos republicanos cuando la vida se escribía con el corazón roto, dos años antes de esa locura del verso de Antonio Machado: “Españolito que vienes al mundo / te libre Dios /. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. Cuánta vida guardas entre papiros de convulsiones y remansos. Quizás en ocasiones, dormían tus ojos en el misterio del Güadiana, mágico, caudal de ilusiones, junto a la muralla pacense, y tú, Santa, ¿dóndes estabas, Santa?. Estarías cercana al latifundio del corazón de tus sueños, en los albores y en las puestas de sol del río más misterioso. ¡Qué vida tan densa, Enrique!. Un alemán te diría Heinrich, – Heinn tu casa, tu patria; rich, amo, jefe, líder. Acordaos de Arex y aquellos sueños vuestros. Afortunadamente, tu vida, Enrique, no cabe en un puñadito de palabras, por muchas rosas que sean. Hombre de acción y vocación, tu Llerena, envuelto en un paisaje bélico, el Cementerio de los Italianos, el primer museo de la contienda incivil… Quizás, Enrique, aún guardes en tu retina el olor de la charca del tío Henza. Nuestras generaciones tenían, en la villa, el consuelo vistoso de los juncos y el oído del croar de las ranas. Así irías escribiendo tu vida en el papiro de la tierra llana y pacense, mientras un volcán de sueños abriría tus pasos al de un hombre de acción, con la grandeza y miseria de tu legión, la conquista de Madrid, esa ciudad que aprobaba o suspendía los sueños de las noches claras, la Majeriz, cerrada y centralista, hasta que abrimos las puertas a las regiones. ¡Las regiones, en pie! Y Madrid dejaba de ser el corazón donde crecían los legajos de la Historia.
Y, en tu diversidad, en las horas de gozo, dormías tus sueños colchoneros junto “a la gota irónica del Manzanares”, a tu Atlético. No cabe, pues, una vida tan densa en estas apretadas líneas, forjada en la bigornia de la lucha. ¡Qué difícil conquistar Madrid!. De ahí que estos vencejos que abandonan el nido de mis manos, no pretendan, minuciosamente, que lanzar un cohete de ilusiones, en el nombre de la rosa y la espina, desde la orilla por donde corre “esa gota irónica”, llamada el Manzanares.
Esos años de vino y rosas, que la vida, en el nombre del Padre, te /nos ha regalado, amorosamente. Ahora que el Guadiana te mira con asombro. A ti, a Santa y los tuyos. A esos legados que llenaron tus ojos de prosa oficialista, allí donde crecía el Poder – ¿Y qué es el poder? – Tú, querido Enrique, lo sabes bien, desde este catalejo castizo y madrileño, cuando tus ojos, estoy seguro, acompañan al Guadiana, en compañía de Santa. Gozad, pues, de esa segunda navegación platoniana.
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