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LA TRIBU: PROLEGÓMENOS

OPINIÓN
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[Img #52843]Más de dos ya me han abordado, inquiriéndome por qué he abandonado a aquellos paisanos de mi particular Macondo, a los que sacaba de sus tumbas, les daba voz y voto y, aprovechando que el río Alagón pasa por mi pueblo, ellos (campesinos castizos, cachazudos y socarrones) me instaban a arrear estopa a diestro y a siniestro.  No está ahora el horno para muchos bollos.  Hastiado de la politiquería anda este escribidor.  Politiquería barata que en estos momentos es la sopa que nos hacen tragar con  cazos.  Muchos méritos tiene que hacer ella para encumbrarse en el pódium de la sana y virtuosa política, la que dudo  que haya brillado alguna vez con luz propia en los años de partitocracia impuesta en una Transición que no fue modelo de nada.  Todo huele a podrido en este decimosexto año del siglo XXI en esta más que sobada piel de toro.  Surgen por doquier esbirros y felones que apuñalan por la espalda a quienes fueron elegidos democráticamente.  Traidores que, movidos por la sebosa mano de Gas Natural Fenosa, el consejo editorial de “El País” y otros “lobbies”, intentan apuntalar  un nauseabundo bipartidismo por encima de toda ética democrática.  Viejos raposos que cambian de pelo pero no de mañas, que han convertido “su España” en su cortijo y que tienen miedo cerval a que otros que vienen pisándoles los talones, libres de polvo y paja, les queden no solo en calzoncillos o en bragas sino en pelotas y dejen al descubierto la lepra de sus bastardos privilegios y la espesa opacidad de sus oscuros negocios.  Bipartidismo que ha de morir matando, pero que no podrá asestar una cuchillada rastrera a la esperanza, por más que una gran porción del pueblo español, que debería estar sana y salva, se encuentre actualmente adocenada y amedrentada.  Porque hoy miles de españoles de a pie, hipnotizados o amodorrados, haciendo galas de un masoquismo que nunca fue un vicio nacional, orgasman lamiendo las suelas de las negras botas que les aplastan sus cervices.  Y esta España que amamos muchos porque nos duele en lo más profundo de nuestras vísceras no se merece a esos impresentables arraeces que pretenden embarrancar la nao donde llevan encadenados a quienes consideran sus esclavos y vasallos.  El tiempo de los negreros se lo tragó la Historia.  No podemos permitir que vuelva a repetirse.

 

     Por ello, reafirmándonos cada vez más en nuestro espíritu libertario, tan distinto y distante a la maloliente partitocracia neoliberal que quieren uncir en nuestros pescuezos, nos mantenemos, expectantes, en nuestras barricadas.  Nuestra lucha va por otros derroteros y sigue cimentándose en la Libertad y en la Solidaridad.  Compartimos lo que dijera el pensador Mijail Bakunin en su día: “La ley de la solidaridad social es la primera ley humana; la libertad  es la segunda ley.  Las dos leyes se interpretan y, al ser inseparables, constituyen la esencia de la humanidad.  Así la libertad no es la negación de la solidaridad; por lo contrario, es su desarrollo y, por así decirlo, la humanización”.

 

     Tal vez no se apagó en nosotros la llama con que incendió nuestra mente y nuestra anatomía toda aquella tribu en cuyo seno vimos las primeras luces y que, luego, se encargó de educarnos conforme a sus valores y experiencias vitales, siguiendo aquel antiguo proverbio africano que afirma que “para criar un hijo hace falta toda una tribu”.  Algunos tuvimos la suerte de corretear cuando la tribu era un campo abierto, sin alambradas, y la libertad fluía por los cuatro puntos cardinales (no hablamos de “libertades políticas”, que eso es harina de otro costal).  Y cuando la solidaridad y el apoyo muto eran moneda corriente entre los integrantes de aquella comunidad rural.  Hemos ilustrado esta columna con una vieja y amarillenta foto, sacada de un destartalado cajón.  Debe remontarse a los primeros años de la bajada de calzones por parte de gran parte de la izquierda, después de irse para el otro barrio la siniestra figura del general Franco.  La cámara captó a una serie de campesinos que tuvieron la feliz idea de conformar un equipo de fútbol y salir al rústico y humilde estadio del lugar en las que siempre fueron las fiestas principales, en honor del Cristo de la Paz, cuando ya septiembre va muriendo y las tierras reciben la bendición de las aguas otoñales, que hogaño están duras de caer.  Labriegos azotados con saña por los calores del estío y las heladas invernales.  La mayoría de ellos jamás habían dado una patada a una pelota.  Todo un esperpento vestidos de futbolistas.  Posiblemente, no hubo jamás en Extremadura un equipo balompedístico tan heterodoxo y tan extravagante.  Se llamaban Zósimo, Basiliso, Maximino, Aniceto, Ponciano, Marcial o Marcelo.  Y a cada cual le acompañaba su mote: “Péluh Máluh”, “Patina”, “Plancheti”, “Jarrapéa”, “Juma”, “El Topu”, “Bulla” o “Veleta”.  Ellos eran parte de la tribu, de mi tribu, y, junto con otros muchos, me educaron conforme dictaban las leyes consuetudinarias en tiempos de mi niñez, de mi pubertad, de mi adolescencia y de mi primera juventud.  Sembraron buena semilla, que el fruto cristalizó en esa amistad y en ese amor sincero que siempre tuve por el campesinado, con el que comí (y lo sigo haciendo) mucho pan y bebí mucho vino, siempre escarbando, en ratos de “seranu” (tertulias nocturnas invernales, junto al fuego) y d

e “serenu” (tomando el fresco en las noches veraniegas), en  lo más hondo de su cultura popular-tradicional.

     Decía el escritor estadounidense  Mark Twain que “es más fácil engañar a la gente que convencerla que ha sido engañada”.  Lamentablemente, hoy en día se hace palpable realidad dicha frase.  Mi persona (dígolo sin arrogancia) siempre se acercó a ellos, a mi gente, con las manos limpias y la conciencia tranquila.  Y los paisanos de estos nuestros pueblos de pizarras y moleñas (perdí la cuenta de tantos como me pateé) mojaron conmigo la palabra y ni ellos me engañaron ni yo les engañé a ellos.  Orgulloso estoy de haber sido educado por la tribu entera.  Hoy, asisto dolorido ante el desmembramiento de las mimbres que entretejían la cabaña común.  Factores externos, venidos de la gran urbe, como es la rancia y mala política, tienen mucho que ver en ello.  No es nada novedoso.  Ya lo denunciaba José María Gabriel y Galán, el que tanto quiso a gañanes y pastores de los meridiones salmantinos y de los septentriones cacereños, que es como decir a todo el que se doble sobre la tierra y derrama sobre ella su sudor.  Cuando Guijo de Granadilla le nombró hijo adoptivo el día 13 de abril de 1903, leyó el poema “Solo para mi lugar” y alertaba, en sus versos, a sus queridos convecinos:

 

       “La política de ahora                               favores viene pidiendo,     

       que al bien ajeno no aspira;                    mentiras viene a decir. 

       la política traidora                                   Y cuando triunfa y se aleja

       que es una inmunda mentira,                  para hundirse en la ciudad,

       viene promesas haciendo                         la guerra en los pueblos deja

       que nunca piensa cumplir;                        y ella se lleva la paz.”

 

     Envenenados andaban también aquellos tiempos por aquel otro bipartidismo de liberales y conservadores que se turnaban en el poder.  Reinaba otro Borbón, Alfonso XIII, que pasaría a la Historia, como tantos otros Borbones, por amasar negras fortunas, ser un mujeriego, gran amigo de apuestas, casinos y caciques y de enviar como carne de cañón a los mozos españoles de familias pobres al matadero del Rif, en Marruecos (los ricos se libraban pagando un puñado  de duros de plata).  Pero la tribu, fiel a su secular solidaridad y apoyo mutuo, aguantaba los embates y seguía educando a sus hijos.

 

     Nuestras “Pingollas” ahora llevan el subtítulo de “Recordatorios” y no dejan de ser parte de la intrahistoria, o sea la historia de los que nunca aparecieron en los grandes libros de la Historia.  Seguimos pensando, como decía el nombrado geógrafo y anarquista francés Élisée Reclus, que “el hombre es la naturaleza que toma conciencia de sí misma”.  Después de muchas lunas,  sé a ciencia cierta que gran parte de los hombres de la tribu encajaban en la definición del geógrafo francés.  Y también sé perfectamente que el político de la vieja política es, en la mayoría de los casos, como lo definía el escritor y actor Groucho Marx, “aquella persona que crea problemas donde no existen y luego vive para solucionarlos y cobrar por ello”.  Ti Avelino Domínguez Gutiérrez, al que le decían en el lugar Ti Avelinu el de Ti Viviana y que también formó parte del equipo futbolístico, me echó a rodar por los caminos de la revolución y la poesía: “Dicin qu,el amu del mundo eh Dióh.  Poh si esi Dióh esihti y eh el amu de tó, ¿pa qué querémuh ótruh mil ámuh en la tierra?  Mejol eh que no haiga ningún amu, y ehcucha: miéntrah séah un burru atau a la noria y sáquih el agua pa que ótruh se la beban, dirán loh de arriba que la tu cabeza ehtá cuerda; peru si t,ehtríncah, róhnah, jarréah perináltah y rómpih lah jarrapéah, dirán que la tu cabeza ehtá loca.  ¡Poh mejol loca que dánduli güéltah a la noria!”  Gente de mi tribu, querida gente, de la que daré más detallada cuenta cuando pasemos la página de estos prolegómenos.  No esperéis que dioses o políticos escriban sobre vosotros con sus refinadas caligrafías en renglones torcidos.  Solo aquellos a los que transmitisteis vuestros valores ancestrales y fueron eficientes acreedores podrán sacaros de la anonimia, ya que solo ellos pueden garabatear los signos crípticos y cifrados de los electrocardiogramas.

 

 

 

 

 

 

 


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