Se establecido el 29 de noviembre día internacional contra de la pena de muerte ,horrible práctica que continúa en este siglo XXI. La estadística del año 2015 refleja el número de personas que han sido ejecutadas en el mundo: 1.600, aunque este número no incluye las que se han aplicado en algunos países que se resisten a colaborar en el cómputo.
Desde hace siglos escritores y juristas han combatido las torturas ,los malos tratos y la pena de muerte. Entre ellos hay que destacar al penalista italiano, Cesare Beccaria quien en su obra “De los delitos y de las penas” se opuso a la utilización de tormentos para obligar al reo a confesar y con gran contundencia contra la pena de muerte que consideraba la mas grave violación de los Derechos Civiles.
Este gran penalista expuso terribles ejemplos en los que se demostraba las consecuencias del error en la condena. Tenía la intención de que se modificara la legislación, derogando no solo la pena de muerte sino también los castigos físicos. Las penas han de servir únicamente para impedir que el delincuente pueda causar nuevos daños y que los ciudadanos se abstengan de cometer delitos. Las teorías de Beccaria fueron muy criticadas en principio; la obra tuvo que publicarse en la clandestinidad ,aunque toda Europa se estremeció con ellas , incluso el Código Penal Británico recogió sus criterios probablemente por la influencia de Jeremías Bentham. Con posterioridad otros Códigos del continente siguieron el ejemplo.
Víctor Hugo se enfrentó a los poderes públicos, diciéndoles que no pueden enseñar que no hay que matar, matando. Está demostrado que el mantenimiento de la pena de muerte no produce menor criminalidad.
También el gran escritor Manzoni en su obra“Historia de la Columna Infame.” criticó con dureza el sistema judicial de la época relatando una abominable historia procesal de la que culpabilizó a los jueces que aplicaron atroces torturas a un barbero y a sus ayudantes hasta la muerte para que confesaran un crimen que nunca tuvo lugar. Según los acusadores, la peste de Milán se debía a los ungüentos esparcidos en la ciudad por los pobres encausados, un barbero y su ayudante.
Con esta obra, el autor quiso conmover a los lectores con la descripción de los castigos aplicados sin piedad por los representantes de un sistema procesal y social terrible, que utilizó esa práctica siniestra para obtener la confesión de los reos sabiendo a ciencia cierta que se trataba de un delito imposible física y moralmente. En el Prefacio del libro, Manzoni manifiesta su pesar al relatar lo sucedido, pero añade que si una sola tortura o pena de muerte se evitase, merced a los horrores que en él se muestran bien empleado estaría el doloroso pesar de escribirlo. El escritor Leonardo Sciascia, al prologar la reedición de la obra de Manzoni, expresó su indignación por la presión que sufrieron los reos y testigos con promesas de impunidad aunque sostiene que este sistema sigue en la más palpitante actualidad pues “estamos comprobando que ciertos mecanismos perversos no son privativos del siglo XVI y por ello los errores del pasado no deben olvidarse, han de rememorarse de continuo y preciso es, vivirlos y juzgarlos en el presente”.
Es cierto que en esa época la tortura y la pena de muerte se aplicaban en casi toda Europa, excepto en Suecia y en el Reino Unido, y debemos resaltar con orgullo, que tampoco se practicaba en el Reino de Aragón como señala Antonio Gómez, en su obra “de tortura reorum”.
Esta obra de Manzoni permaneció desconocida muchos años, tal vez por su estremecedor proceso judicial. Fue Pietro Verri, quien se propuso, después de ciento cuarenta y siete años del ominoso juicio, demostrar la inocencia de los acusados reclamando para ellos, en su obra “Observaciones contra la Tortura”, una gran compasión, aunque fuera tardía. Sin embargo, tampoco la obra de Verri, escrita en 1777 se publicó inmediatamente. Se conoció años más tarde. El editor justificaba el retraso aduciendo que “se temía que la antigua infamia manchara la honra del Senado”. Lo cierto es que la memoria de los injustamente condenados y perseguidos quedó reparada.
La Columna por fin fue derribada en 1778 pero la idea de justicia sigue siendo en muchos países como hace siglos. Falta mucho camino por recorrer hasta conseguir la absoluta erradicación de esta iniquidad. Hay que clamar contra tan grave atentado a los derechos humanos para poder llegar a lo que Jürgen Habermas llama un “universo moral”, en el que se consiga la total abolición de la pena de muerte y de los tormentos, base indispensable para conseguir la paz perpetua que proclamaran Emmanuel Kant y Fitche. Esperemos que se erradique en todo el mundo esta terrible práctica que produce bochorno a toda persona de bien.
Los delincuentes por muy perversos que hayan sido sus crímenes deben tener un proceso con las garantías del Estado de Derecho tal como establecen las Cartas Magnas y las Convenciones Internacionales de los países civilizados, el derecho a la vida es fundamental. Hay que elevar un gran clamor contra las torturas y la pena de muerte y reprobar a los países que las aplican.
La autora es Académica Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación