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EN EL MIRADOR, MIRANDO

OPINIÓN
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[Img #54455]Desde que dejé la política, he reflexionado mucho sobre las circunstancias, personas y variables que me llevaron a ella, algo que nunca había previsto en mi vida. He analizado, también, mis propios actos, preguntándome si pude tomar una decisión en vez de otra, e incluso elegir otros colaboradores. Supongo que es algo que hacemos todos en algún momento de nuestras trayectorias personales.

 

Cuando vuelvo la vista atrás descubro con verdadera sorpresa como, a veces, fue la dinámica del proceso completo la que pudo impedir a mi propio pensamiento ver con claridad. Al menos, en lo que tuvo que ver con mi propio interés. Hoy creo que mi absoluta creencia en que las reglas del juego están para cumplirse, fue básico en la parte de mi vida dedicada a lo público. Sujeta a un papel preasignado en el que creí, cuando la etapa terminó, pude encontrar en ellas una justificación.

 

La política se ha convertido en un campo de minas. Quizá siempre lo fue, aunque enmascarado en bellas palabras y dialécticas interesantes. Al fallar hoy esta parte, ha subido a la superficie el juego sucio de los intereses, personales y de grupo, que en demasiadas ocasiones aflora con rotundidad sin que nadie se avergüence demasiado. Desde que Podemos nombrara como casta a los políticos, éstos parecen decididos a demostrarlo cada día.

 

Tomando un punto de vista humano lo que viene ocurriendo es claramente comprensible: la corporación, al sentirse amenazada, actúa para sobrevivir en diferentes direcciones: paga a los fieles y lacayos, envilece con insultos a los que no lo son, publicita lo hecho  con grandes adjetivos, busca socios nacionales, y hasta organiza complots que destruyan al «estorbo» que se coloca en el camino propio y lo dificulta.

 

La pregunta clave es de cuánto tiempo se dispone y si se tendrán recursos suficientes para todos los posibles siervos, si el número hubiera de crecer. En términos puramente matemáticos se trata de oferta y demanda. Si todos los bien pagados superarán en número al de aquellos a los que no puede pagarse.

 

El partido socialista español tendrá posiblemente tres candidatos en la pugna por la Secretaría General. Las razones de cada uno para lanzarse a la arena son perfectamente entendibles, en lo humano y en lo político. Son previsibles. Lo cual no significa que al partido le vengan bien. Es difícil volver a introducir la pasta dental en el recipiente, una  vez exprimido y apretado hasta la extenuación, y la pérdida de confianza de la militancia de base (que no tiene nada que perder, no lo olvidemos, ocurra lo que ocurra) en los responsables no se arregla simplemente ganando un congreso por un número.

 

Es difícil dar consejos, sobre todo si se sabe que nadie quiere escucharlos, pero  sorprende que quienes dicen defender la igualdad a machamartillo y la renovación de las caras no piensen ni un minuto en aplicarse a ellos mismos tales recetas. ¿Es que se consideran imprescindibles, o más preparados, o mejores (moralmente) que el resto?. Razón de más, si así fuera, de demostrarlo.

 

 


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