adios verano
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La política levanta mucha “pasión de boquilla” entre los españoles. Cualquier hijo de vecino se siente legitimado para opinar de cada circunstancia inscrita en el calendario escolar de las Cortes.

Mientras el mundo sea mundo, lo que ocurra en Madrid tiene mayor importancia que lo que sucede en cualquier otro lugar del territorio nacional, no solo porque Madrid es el escenario de un gran número de hechos históricos al tener asentadas allí las grandes instituciones del Estado, sino porque la prensa con fuste y lectores se mueve, se informa y opina desde Madrid, haciendo bastante poco caso al resto de provincias como no sea para resaltar alguna noticia pintoresca, de esas que mueven a la sonrisa benevolente y al comentario piadoso sobre el protagonista pueblerino de turno.

Este verano he aprendido de Martín Caparrós la importancia y significado de multitud de palabras de uso corriente, pero que señaladas por él tienen otro empaque y resolución. En la playa, con temperatura suave, leía sus artículos sorprendiéndome de su erudición y sobre todo del tremendo poder de las palabras desde el origen. Con Irene Vallejo, la autora del libro súper ventas “El infinito en un junco”, he vuelto a darme cuenta de la importancia de las civilizaciones clásicas en nuestras vidas, no solo por las traducciones que los niños y niñas de mi época hubimos de hacer de textos en Latín o Griego en las Reválidas de Bachillerato, sino porque ahí está el origen de nuestro corpus cultural y la fundamentación de muchas de nuestras creencias en los grandes relatos de héroes, dioses y humanos, en cualquier orden.

En esta vuelta de temporada tienen los partidos políticos un trabajo arduo, si lo quieren hacer bien.

Gran verdad es que, en política, cuando llegas, te encuentras con lo que te encuentras y esa herencia recibida de tus predecesores, al poco tiempo, a ojos de los votantes, y en general de todo el pueblo soberano, pasa a ser algo tuyo, algo por lo que te pueden condenar y crujir sin excusas. Si unos gobernantes (de aquí y de allá) anteriores, pongamos por caso, tomaron unas determinadas decisiones que trajeron un mayor desajuste de la convivencia, serán los siguientes (de aquí y de allá) los que tendrán que faenar con el asunto. Sin ambages. Con todas sus exigencias. Como si fueran ellos los que crearon la situación y las encrucijadas.

Porque de algunas cuestiones, no existe una experiencia previa determinante que pueda alumbrar el camino a seguir y si la hubiera, demostrado queda que no ha ayudado de manera definitiva a la resolución del conflicto. Nunca sabremos lo qué hubiera sucedido con un determinado asunto de estado si en etapas anteriores la pretendida resolución de los problemas consecuentes se hubiera buscado en todos sus frentes y matices. Ni tampoco si el espíritu más (teóricamente) permisivo de unos políticos frente a la (teórica) intransigencia de otros ha sido el que ha creado la situación propicia para unas mayores reclamaciones, o si, por el contrario, son estas últimas las que obligan a los primeros a tener mayores dosis de flexibilidad e inteligencia.

Pero ojo, amigos! Si, como dijo Santiago Carrillo: ” Se olvida constantemente que la destrucción del Estado es también la destrucción de la democracia” deben ir con cuidado los espíritus aventureros, no sea que las cuentas, al final, no cuadren. Por mucho que las sumas matemáticas y los códigos parlamentarios den unos datos, supongo que conviene no olvidar lo qué el pueblo votó.


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