ARI
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Querida Ari: Los días, los meses, los años. Todo va pasando. Cada vez estamos más lejos. Con todo y con eso, lo que hay entre tú y yo no lo borrará el tiempo impío. Por muy deprisa que vaya – cada vez quedará menos – no podrá con nosotros. Todos aquellos días que vivimos ambos, paseando y cazando, han quedado ahí para toda la Eternidad. Te veo cuando camino por el Parque, por Paseo Alto, por la Sierrilla, por tantos sitios donde me echaste la perdiz o levantaste el conejito.

Que te cuente cómo va la vida. Pues mira, mejor no hacerlo porque da grima. Lo mío, ya lo sabes. Y lo de nuestra triste patria, me da apuro, pena y vergüenza. Se han subido al carro unos tipos que no nos explicamos cómo puede haber sido. Y a ver ahora cómo los bajamos de ahí. Tristísimo panorama.

¿Recuerdas las últimas veces que fuiste,  con Rodrigo y conmigo,  a las tórtolas de la Media Veda? Pues recuérdalas, porque será todo los que nos quede de aquella caza, que tanto nos gustaba. Ya se la han cargado también. Tórtolas: “cupo cero”, es decir, que no se podrán cazar más. Si dicen los de Bruselas que está en peligro, la forma de arreglarlo es prohibiendo su caza. Así que los cazadores, que eran los que se encargaban de que la tórtola viniese a estas tierras, dirán ahora que les echen de comer los ecologistas de Bruselas. Y como esos no lo harán, las tortolitas dejarán de venir. Punto final, Ari. Me parece que te estoy viendo al lado de Rodri mirando sus tiros y corriendo a cobrar  las que él abatía.

¿Sabes de donde vengo ahora Ari? Del funeral por Don Pedro Tovar, aquel sacerdote que fue párroco en el pueblo y del que fui monaguillo. Si lo ves por ahí, por el Elíseo, dale recuerdos míos. Y hasta otro día, perrita buena. Un fuerte abrazo.


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