Querida “Ari”: Hace muy pocos días que te has ido. No debiera escribirte tan pronto. Tú sabes que con el alma dolorida y el corazón herido no se expresa uno como es debido. Pero me da igual. Tú me entiendes muy bien y siempre disculpas mis fallos e impertinencias. ¿Qué cómo estoy? Cómo voy a estar, si tú no estás ahí echadita en tu rincón. Imagínate. Fatal. Ya sabes que soy pesimista y tiendo al lado oscuro de la vida. Ahora mismo tu falta me tiene desconcertado y no doy pie con bola en nada. Tu último día no se me va de la mente. Ya sé que no sufriste nada, pero oí tu voz cuando te llevábamos a la clínica. Tu niño, que es más fuerte, seguro que está peor que yo, pero sabe llevarlo, no como yo. Tú descansa y no te preocupes por nosotros. He escrito algún artículo sobre ti. Familia y amigos me han llamado y escrito para darme ánimos. Como me los has dado siempre tú. Recuerdo cómo me mirabas cuando fallaba la perdiz, que me habías preparado tú con tu postura. Yo, rabiaba y tú me decías, con tu mirada, que no me preocupara que habría más ocasiones. ¿Por qué has sido tan complaciente conmigo? No te vayas muy lejos, “Ari” y ten paciencia para esperarme. Te avisaré cuando vaya llegando para darte un abrazo enorme. Nos sentaremos los dos a mirar la Eternidad, como hacíamos en el monte en los descansos de la caza; pero antes te tengo que contar cosas que pasan en esta vida. Ten por seguro de que no te olvidaré ni un segundo. Te abraza tu amigo.