Cartas a Ari: EL ESTIAJE
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Querida Ari: Vamos de mal en peor. Lo del microbio ese, hijo de mala madre, no parece remitir. Tanta gente en los laboratorios investigando y no hay modo. Dizque por lo menos hasta dentro de un año, nada que hacer. Mientras, la gente dando muestras una vez más de que este país se ha ido a tomar por retambufa. Fue decir que se había acabado el estado de alarma y “comamos y bebamos, cantemos y bailemos, que mañana moriremos”.

Uno, ante tanta estulticia, no sabe dónde poner los ojos para no ver el descalabro general. Ari, qué suerte tienes con no estar presente en esta debacle generalizada. ¿Qué soy un exagerado? Sí, ya lo sé; pero no creas que ando muy lejos de la realidad. Tú sabes bien que dos son los motivos de mi vida que me alivian el dolorido sentir, como decía maestro Azorín. La caza y las letras.

Fui con Rodri a la última tirada a las tórtolas. Yo, en tu lugar; para ir a cobrar las que abatiese. Cuando me dijo el puesto que le había tocado, me callé; pero como conozco aquello como palma de mi mano, presumí que haría poca cosa. Media docena y otros tantos tiros. Pero eso es lo de menos, ya sabes. Lo que importa es estar en el campo. Nuestro amigo maestro Delibes decía que el campo tiene propiedades terapéuticas. Razón enorme.

Ari ¿sabes qué leo ahora, es decir, releo? Cervantes y Quevedo. La prosa de uno y el verso del otro son como para no intentar volver a escribir. ¡Si ya lo dijeron ellos todo! Qué talentos, qué genios. Por lo demás, tras el consuelo de las letras, la cruda realidad. Septiembre con un calor sofocante, que ya cansa. El estiaje, cuando le falta una o dos tormentitas que refresquen el panorama, se torna pesado, sofocante. Esperemos que pronto cambien las tornas. ¡Cuánto te quiero, Ari!


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