clima
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Adelanto que no soy ni un experto en cambio climático, ni tampoco un negacionista del mismo. Sólo soy un profesional que tiene una cierta preparación científica y técnica y que procura analizar los hechos que se producen con racionalidad y sentido común.

Tal vez por eso, este escrito pueda suscitar rechazo si cae en manos de algún científico de la causa, y resultar políticamente incorrecto al no seguir del todo las corrientes sobre el clima que ahora están de moda y que son admitidas como artículos de fe, por una sociedad bastante aborregada y teledirigida por ciertos medios de comunicación y grupos políticos y de presión, que explotan en su propio beneficio ciertas teorías sobre el clima.

Parece claro que el clima está cambiando. Quizás no tanto como algunos aseguran, pero parece que hay en la actualidad una tendencia a un calentamiento global, a consecuencia del cuál se favorecen fenómenos climáticos extremos como sequías o lluvias torrenciales.

Piensan algunos científicos, no pocos y alguno muy destacado, que este cambio climático está inserto en un proceso de variabilidad climática que se viene produciendo a lo largo de la historia del planeta Tierra. Períodos cálidos seguidos de glaciaciones, se han producido desde hace miles de años y también la historia del planeta constata períodos de sequía con las hambrunas consiguientes a consecuencia de la reducción en la producción de alimentos y de lluvias torrenciales con inundaciones causantes de daños de importancia.  

Las DANAs (Depresiones Aisladas en Niveles Altos), antes conocidas como gotas frías, y ahora anunciadas con caracteres de hecatombe, se vienen produciendo desde hace muchos años. De las que yo he conocido en el año 1957 en Valencia, el río Turia desbordado ocasionó 81 muertos. En Sevilla, en el año 1961, el arroyo Tamarguillo inundó la mitad de la ciudad, causando importantes pérdidas económicas y algún fallecido y en el año 1997 en Badajoz y Valverde de Leganés hubo 25 muertos por las inundaciones de varios arroyos que se desbordaron.

Es posible que la actividad antrópica pueda tener influencia en el calentamiento global, con el aumento de emisiones de CO2 y de otros gases de efectos invernadero (GEIs) como el metano, óxido nitroso o compuestos fluorocarbonados. Pero si también se producían estas situaciones de extremos climáticos antiguamente, habría que ver qué concentración de CO2 y de otros GEIs existía en la atmósfera entonces y en qué grado es achacable a un exceso de estos compuestos lo que ocurre ahora.

Hay que destacar que el CO2 es imprescindible para asegurar la vida en la Tierra. Por una parte, es utilizado por las plantas para producir su materia seca a través de la función clorofílica. En ese sentido cuanto mayor sea la concentración de ese gas en la atmósfera más facilidad tienen las plantas para producirnos alimentos. De igual modo el CO2 es necesario junto con los otros gases para mantener la temperatura media de la Tierra en torno a 15 a 17 ºC. Si esta capa de gases que ocasiona el efecto invernadero desapareciera, la temperatura media de nuestro planeta descendería a unos -18 ºC y la vida se haría muy difícil o imposible.

Muchas de las catastróficas predicciones que se han profetizado en lo referente al cambio climático, no se han cumplido en las fechas que algunos agoreros previeron y que ya han pasado.

También ha de tenerse en cuenta que muchos de estos pronósticos se basan en modelos predictivos, que muchas veces no tienen por qué ser acertados. El modelo reproduce lo que el algoritmo generador le plantea. Es evidente que el modelo se basará en datos más o menos sólidos, pero no son la panacea universal. Si al modelo se le introduce que la temperatura subirá 2 ºC, el mismo te reflejará de modo indubitable las zonas costeras que se inundarán por el ascenso del nivel del mar. Y si le dices que, el aumento de temperatura es de 2,5 ºC, responderá de inmediato, que las zonas afectadas serán mayores.

Habría que reflexionar sobre el hecho de la dificultad que existe para predecir las condiciones meteorológicas que se darán con más de cuatro o cinco días de antelación, y la facilidad con la que los modelos predicen lo que va a ocurrir con el clima en el año 2060 o en el año 2100.

Dicho esto, y en la duda de que pudiera deberse el cambio climático, en parte a la acción del hombre, junto a los cambios en la actividad solar que tienen destacada influencia en el clima, parece prudente que todas las naciones, en conjunto, lleven a cabo algunas medidas de adaptación y mitigación de los efectos de esta variabilidad climática en la que ahora predomina el incremento térmico.

Por tanto, puede ser razonable el hecho de llevar a cabo acciones que reduzcan las emisiones de CO2, a límites adecuados y en este sentido la prudencia sería lo mejor. Y dejar de lado las previsiones catastrofistas que a diario aparecen en los medios de comunicación.

En este sentido sería plausible una transición energética que nos condujese a una descarbonización de las actividades del hombre, sustituyendo de manera paulatina y tranquila los combustibles fósiles o la energía nuclear por energías renovables eólica, fotovoltaica, de biomasa o hidrógeno verde. Pero siempre de una manera consensuada para no causar burbujas ingobernables o altos costes económicos y sociales para los ciudadanos.

E incrementar los estudios y líneas de investigación dirigidas por científicos independientes e imparciales, para determinar cuáles son las causas concretas de esta variabilidad climática, en qué grado se debe a la influencia de las actividades humanas y qué medios podemos desarrollar para defendernos de sus consecuencias. Si es que hay alguno.

Todo menos el catastrofismo climático que ahora se predica y mucho menos la politización del tema. El cambio climático es un asunto transversal que nos afecta a todos. Y no puede ser bandera de ninguna ideología en exclusiva.


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