Esta noche he pensado que, a lo mejor, la traición es algo genuino en los humanos, que
viene de fábrica. Que no tiene remedio. Me refiero a la traición a las causas, porque la
que se hace a las personas, de tan corriente, ya no es novedad para un artículo.
Desde el otro lado del espejo analizo los motivos que mueven a los unos y a los otros,
qué les cambia las perspectivas, qué les induce a tomar una decisión u otra. No entiendo
las opciones, ni las prioridades de cada cuál, como no sean las de subsistir. Para hacerlo
cambian de camisa diariamente y prometen en vanos juramentos, durareros mientras
surgen otras posibilidades. Firman contratos con la ciudadanía para romperlos de manera
unilateral, jaleados por quienes dicen ser sus amigos, ante la indiferencia o envidia del
resto, en una zarabanda sin fin. Retroalimentadora.
¿Es traidor quien reniega de su generación? ¿Quien entiende que para dar imagen de
futuro, en parte, ha de utilizar a la siguiente, desbancando a la propia? ¿A la siguiente,
formada o sin formar? Y si, supongamos, supiera que no lo está ¿por qué la ubica en los
lugares de referencia? Para mostrar un señuelo ¿a quien? ¿En serio cree que así
convencerá a una mayoría de votantes, si se tratara de eso?.
¿Qué pasa por la cabeza de quienes son los agentes efectivos de ese “cambio estético?
Los buenos interesados de la maniobra. Los que dejan hacer. Piensan, sin duda, en sacar
rendimiento. ¿Creen, o hacen como si lo creyeran, que los movimientos de los nuevos
convencerán a los clásicos? ¿Opinan que éstos últimos, de tan hastiados, van a
aceptarles pasivamente todo cuánto hagan?. Menuda necedad.
La política rueda por los suelos y nadie parece estar dispuesto a ponerla en pie. Correr
hacia adelante se llama. A lomos de caballos alados impulsados por la publicidad, bien
pagada por otra parte, van los genios de las nuevas estrategias que se han creído que
todos los votantes son clientes de Gran Hermano, y por lo tanto perfectamente
influenciables. Y ya.
Existen otros campos, si nos ponemos quisquillosos con el análisis. Nos sentamos ayer, a
tomar un refresco, en una cafetería espléndidamente situada, en una plaza llena de gente,
inmersa en el bullicio del mercado medieval. Para cuando pedimos que nos atendieran, la
camarera dijo que fuéramos a la barra. Y es esa falta de profesionalidad la que consiguió
que las mesas de la terraza quedasen vacías. En hora punta y en días de multitudes.
¿Pero no lo ven?
Desde lo más importante y laborioso hasta lo simple muchos han decidido romper las
expectativas de aquellos ciudadanos que alguna vez creyeron en el buen hacer . Lo más
seguro es que no les importe, mientras su puesto permanezca asegurado aunque
debieran pensar que con tan poco “pienso” la gallina de los huevos de oro puede estar
pegando las últimas bocanadas.