De los tres asuntos que más parecen preocupar hoy a la opinión pública cacereña
(COVID, diferencias dentro de la región y mina de litio) voy a dedicar este artículo al
segundo de ellos pues sabido es que “cuando el ruido suena, agua lleva”.
Dicen los expertos que el campo de la subjetividad es tan importante para el ser humano
que basta con que algo se perciba a través de esa vía para que ese algo se vuelva
bastante “corpóreo”. Un ejemplo es el de la seguridad ciudadana. Si creemos que no
existe, todos nos sentimos inseguros. Puede que lo mismo suceda con el tema que nos
ocupa. Las dos provincias que componen Extremadura son muy diferentes.
La Autonomía se construyó con planteamientos racionales y para no dejar a los extremeños
descolgados de una organización general, pero no se puede olvidar que en la estructura
centralista anterior, Cáceres siempre ha mirado hacia Castilla y Badajoz hacia Andalucía,
así que lo primero que hubo que hacer al principio fue conseguir que las dos provincias se
mirasen entre ellas. E intentar crear un vínculo emocional que las ligase, a través de la
Semana de Extremadura en la Escuela, o las grandes concentraciones ciudadanas con
las que por entonces se celebraba el Día de Extremadura. Luego se dejó de hacer.
Esto que digo no es baladí, ni caprichoso. Cada paso dentro de la nueva estructuración
extremeña ocasionó encendidos debates, resueltos, la mayoría de las veces, por terceras
vías para evitar el enfrentamiento estéril, como en el caso de la sede de la capital
autonómica, por ejemplo. Los acuerdos han sido más políticos que emocionales y de ellos
no siempre los votantes se han sentido claramente convencidos.
Cada provincia tiene sus bienes, sus posibilidades y capacidades, pero no hay duda que su forma de enfrentarse a las situaciones no va al alimón. Frente al carácter más resolutivo de una, se enfrenta la forma de ver la vida, mucho más contemplativa, de la otra. Si la primera grita o exige, la
segunda desdeña y se sube al pináculo de los ofendidos si ve que sus apreciaciones
parecen caer en saco roto. La diferencia en número de habitantes no ayuda a cambiar las
inercias simplistas, pareciera que quien mayor población tiene, más debiera recibir en
todos y cada uno de los casos. De ahí, la distribución de los presupuestos y hasta del
propio poder político. Sólo una verdadera solidaridad, y unas buenas cabezas decidiendo,
pudieran convencer a la ciudadanía de que el vuelco en proyectos es posible, no para
superar sino para nivelar y conseguir que cada parte disponga de lo apropiado.
Así como es mejor enseñar a pescar a que te regalen siempre el pescado, en
Extremadura haría falta una verdadera y potente opinión pública cacereña que respaldara
una presentación de objetivos y planes claros para el desarrollo provincial, no antagónicos
a los de la provincia pacense, sino complementarios. Y que los supiese defender, sin
melindres, donde fuera preciso.
“Llora como una mujer lo que no has sabido defender como un hombre” dicen que le soltó su madre al rey árabe cuando se perdió Granada. Pues dejando aparte los aspectos peyorativos de la frase en relación con los roles de género debiéramos aplicárnosla de manera activa: déjese de llorar y hágase algo serio.
Sin postureo.