“¿Hay zorras por aquí, amigo?”.
“¿Zorros, dice? Sí, pero se mueven de noche”. Y dale. Qué manía todo el mundo con lo de zorro en vez de zorra. Se han empeñado en cambiarle el género a “aqueloutro” (sic Castroviejo). Ya no hay zorras, sólo zorros, en fin.
Bueno. Mucho peregrino en el Camino, y casi todos extranjeros. Parloteamos con franceses e italianos. En el robledal se siente el arrullo de las palomas, que son las únicas piezas de caza decentes que hemos visto. “No, no señor; perdices ya no se ven; alguna raramente”.
A cinco km de Portomarín paramos a comer el bocadillo de turno, en un albergue lleno de caminantes y caminantas, como dicen ahora esos políticos idiotas que están todo el día con el bobo compañeros y compañeras, amigos y amigas. Anda que…
Al cabo, el Miño, el gran río gallego, y en la orilla norte, Portomarín. Esta villa es nueva, bueno nueva de algún siglo que otro, porque a la vieja se la llevó el Miño en no sé qué ocasión. Muy linda. Dos iglesias románicas: San Nicolás y San Pedro. Ya veremos.
Hoy hemos pasado un calor agobiante si bien, en los oteros y a la sombra, siempre se mitiga la solajera y el sofoco. Mañana, Dios y Santiago dirán qué hacemos, camino de Melide.