poder
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Tienen los lugares pequeños sus propios personajes, creados por quienes obtienen la
licencia del favor popular para erigirse en maestros y conductores de la fama pública.
Estos personajes comúnmente no han descollado por nada especial pero han sido figuras
encajadas en una época y una manera de entender el paisanaje por parte de una
determinada población.

Quienes los encumbran en la memoria del sitio, lo suelen hacer más como un acto de
simpatía hacia ellos que por haber estudiado profundamente sus méritos. Se suceden así
las laudatio en los medios escritos y hablados, que incorporan al acervo general la figura
de alguien con las características que lo hicieron visible dentro de un entorno, esa especie
de mundologia de la que gozó o sigue gozando para subsistir, para ser invitado a los
actos cruciales de una villa, o incluso para recibir distinciones de los propios.

Tienen las ciudades sus propios protagonistas, cantados por coplas de ciego y cofrades
varios. Que viven y reflejan, en muchas ocasiones la voluntad de progreso, o su falta, de
una determinada localidad. Si se investiga en su historia, descubres cuantos fetichismos y
viejas creencias dominan las narraciones de otros sobre sus vidas y cómo el antiguo
cliché impide que entre la luz real en los rincones, despejándolos de fantasmas.

“Algunas ciudades están enfermas de historia”- o un contenido parecido publicaría en
1884 el gran Clarin, refiriéndose al Oviedo de entonces, la hermosa Vetusta de su novela
más famosa, la “heroica ciudad (que) duerme la siesta”. De tanto mirarse hacia dentro,
todavía hoy existen algunos sitios que han perdido la capacidad de girarse alegres hacia
fuera, replegándose cada vez más sobre ellos mismos, ayudados por quienes se
aprovechan de forma muy astuta, bien sean populistas, comediantes o vividores con
amplios grados de posibilismo.

Siempre pensé que la intelectualidad daría al traste con las viejas tretas decimonónicas
de muchos sitios aislados por propia voluntad, pero hoy por hoy todo ello aparece como
imposible. No se ha podido o querido, que para el caso es lo mismo, porque los
intelectuales, demasiadas veces, se refugian en su propia manera de ver la excelencia y
no quieren bajar y ensuciarse los zapatos al barro de la calle.

Y añadamos también que porque los que osaron hacerlo, fueron duramente castigados
por gentes que encarnan una visión numantina de resistencia a los cambios. Visión que
retrata como peligroso cuanto pudiera remover estilos de vida y conciencia, tan alejados
de la seguridad que muchos se autoimponen para tapar sus propia condición de
mediocres. Si todos lo son -debieron pensar- no se notarán tanto nuestras propias
carencias. Y ganaron. Y ahí siguen.


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