albatros madrila scaled
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Lleva ahí desde hace décadas. Desde que levantaron esos edificios que rodean la plaza de su nombre. El nombre de la compañía constructora. Lleva décadas viendo lo que no querría ver, porque lo suyo sería volar libremente por los cielos azules del océano Pacífico o del Índico. Pobre albatros de hierro, o de lo que sea, que no puede apartar su triste mirada del espectáculo grotesco que se le ofrece varios días, noches, a la semana. Porque el pobre pájaro muerto e inerte está rodeado de diez – ¡diez! – establecimientos de ocio nocturno. Desde un local que vende bocadillos para los hambrientos de la noche y la madrugada, a cafés (¿qué cafés?) conciertos, discotecas o simples tugurios de baja estofa.

Ahora bien: es el ocio, el sacrosanto ocio, al que tienen derecho todos los amantes del cubata, la birra o el trago de lo que les dé la real gana. Eso sí: ocio, cultura, musicata atronadora, socialización, y a ser posible unos polvillos blancos que esnifan hacia sus rojizas pituitarias nasales. Eso que no falte. ¿Por qué dice usted eso? Porque lo llevo viendo, años y años, cada madrugada en la que salgo,  en la mismísima puerta de mi casa. Por eso.

Lo vemos el albatros y yo, y mi perro “Choc”, que a veces ladra furioso a las voces estentóreas de los incivilizados que vocean en la calle sin importarles un pimiento que haya gente que intenta conciliar el sueño. “Pero qué va, hombre, está usted equivocado. Lo que hace falta es ampliar el horario de cierre de los locales y así se acabó el problema”. ¡Vaya hombre, lo que nos faltaba! Ahora una asociación de propietarios de locales para acabar con el ruido en La Madrila. ¿No queremos una taza? Pues ahora dos. Eso: toda la noche los locales abiertos y si no se duerme ni descansa pues se aguanta o mejor aún, como nos han dicho más de una vez: váyase a otro lugar de la ciudad o a otra ciudad. ¡Manda carallu!

¿Y si hubiera una ordenanza que dijera que a las doce cada uno para su casa y se acabaron el ruido y la juerga? ¿Qué mal verdad, qué insolidarios los vecinos que no quieren que la gente se divierta, verdad? Váyase usted  a las calderas de Pedro Botero, o mejor aún, véngase usted a vivir a uno de los edificios que rodean la Plaza de ese pobre pájaro, el albatros, de triste nombre para los que llevamos cuarenta o más años padeciendo la mala educación, los vómitos, los cristales rotos, los espejos de los coches destrozados y las voces desquiciantes de aquellos a los que el derecho al descanso del prójimo les importa un pimiento. En unas cuantas palabras: Váyase usted con su asociación a una isla desierta y déjenos en paz.

¿Solución? La hay. Miren lo que ha determinado el ayuntamiento de Málaga.


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