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Llega el calor cuando media mayo y las fiestas de la Virgen se cubren de flores a porfía, las lilas dejando el rastro efímero de su aroma y las rosas dispuestas a que el poeta las deje en la espiral de su belleza. Es el tiempo de la flor del cardo, la margarita que es gamarza y la cuneta rebosa no de agua, sino de mala hierba bella, bella. No clarean aún los trigos y el calor nos agota y angosta las delicadas flores del tapiz de lo que no se siembra.

En el patio, traen los pájaros el regalo de semillas que se alzan sorprendentes mientras lo que compré en el vivero se mantiene mirando al suelo. No tengo dedos verdes y dejo que sigan su curso el agua y el sol, la enredadera en la pared que va por donde quiere, la salamanquesa que sale por el muro en el que estira sus delicados dedos de ventosa. Salir al patio es el regalo de lo inesperado. Y tiendo la ropa al sol que calienta las calas que me regaló una amiga, cálices blancos junto a una adelfa que no prospera, y eso que yo quise tener una adelfa porque la de mi abuela era salvaje y tenía embriagadoras flores con olor a almendras que decía mi madre que eran venenosas y no te acerques a la adelfa.

La adelfa la regaba mi abuela como su barreño de perejil y los geranios que yo tengo por ella. Mi madre mantuvo siempre un amor desmedido por los gladiolos y su vara de flores siempre me pareció un milagro al que asirse cuando empezaban los fastos de la virgen, el mayo de Fátima y de la Auxiliadora de todos los barrios. Eran rosarios de poéticas letanías y niños de comunión, antigua escuela a la que llevábamos flores a María que madre nuestra es. Flores en altarcitos de niños, tarros de cristal de conservas que aún guardaban la etiqueta por mucho que la fregaras. Era el tiempo de utilizarlo todo y me río pensando en el documental que le hicieron a mi admirado pintor Ramiro Tapia, cuando el director se admiraba también de que ilustre artista usara tarros de mermelada para limpiar el pincel de una acuarela. Ese arte efímero también de color y agua que a mí siempre se me resbalaba como el tiempo entre los dedos. Es primavera que viene y nos pilla con los zapatos cerrados, la chaqueta que sobra, el entretiempo que no necesitas porque cambias el abrigo por los tirantes, la bota por la sandalia, y hace calor y no sabes dónde guardaste las gafas de sol la última vez que sacaste cosas del bolso…

Es el frescor delicioso del momento de ir al trabajo, la vuelta agotadora con la chaqueta de la mano, el cansancio en cada paso sobre el asfalto caliente. Ha llegado el cuarenta de mayo para que nos quitemos el sayo antes de tiempo y una tormenta puntual, breve y generosa me recuerda la letanía de mi abuela labradora: agua de mayo arregla el año.

 

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.


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