Digital Extremadura
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Enfilamos la autovía hacia el sur buscando esa diferencia, ese deje en el habla que se redondea de caricias extremeñas y licor de bellota, paisaje de sierras, de trigos, de berrocales, de viñas más allá de la Tierra de Barros rica y ya blanca de sures que acaban en el nudo desquiciante, siempre pleno de coches y de grúas de la entrada a Sevilla.

Sevilla se deja querer a lo lejos, torres afiladas de filigrana árabe, sigue la autovía, mediada de adelfas llenas de flores que pesan plenas de color. Medina Sidonia se aprieta alrededor de las paredes de la duquesa ausente, la dama de los archivos. Vacas y molinos de viento, playas que no se ven, pero que se intuyen. Coches llenos de toda esa parafernalia que necesitamos en la playa.

Y por fin el mar, el castellano acariciador del andaluz de Cádiz. El sabor a mar de unos peces cuyo nombre no conocemos. Barcas abandonadas en la playa que nos recuerdan lo que no vemos. Tarifa guarda sus secretos y acaricia la costa africana. Es la frontera que nosotros vemos amable de ferrys y de sabores, platas marroquíes. Nada más. Hay que fijarse mucho para pensar en algo más, en la punta más sur de la Europa que somos. Bendito hecho diferencial, paredes blancas, sol y playa con ecos morunos, con ciudades romanas dejándose acariciar por una brisa plena de arena. Es otro mundo, un mundo que no se regodea con la diferencia para separar, sino que sirve para que disfrutemos, para que nos admiremos de lo grande que es este país que no cabe en una mochila. Dentro de poco haré el trayecto contrario, subo, subo, esta vez en un tren donde primero resuena el castellano, luego el catalán, el francés y ese inglés inevitable. Subo y subo, el paisaje es otro mundo de árboles frutales, cipreses, la Toscana ibérica que se llama Ampurdán. La lengua se traba en vocales cerradas y palatales que no puedo imitar, esta vez el hecho diferencial a veces me golpea, me recuerda algo que ya sé. Somos diferentes, somos gloriosamente diferentes, dichoso hecho diferencial… el sabor y el color, el calor y el paisaje se enriquece, se acumula en postales que se suceden en la ventanilla del coche y del tren. Me gusta la diferencia, la disfruto, la acumulo, la celebro…

En uno de esos periplos, recuerdo a mi hija, pequeña, pequeña, pegada a la ventanilla del tren, cercana a la tierra de Arévalo, los ojos aún llenos del desierto de los Monegros, de las periferias madrileñas… mamá, mira, mira, ya estamos en casa… y señalaba las lomas de cereal, las encinas de verano. Bendita diferencia, bendito viaje, bendito hecho diferencial.


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