CONSTANTINO EL FEO
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REBACAÉRUH  (*)

(A la memoria de mi buen amigo Constantino Ruano García, El Feu)

CONSTANTINO EL FEO
Constantino, El Feu. Cedida.

Constantino Ruano García vino a este endiablado mundo a las veinte horas del día 11 de marzo de 1931.  En esa misma jornada, veía la luz el empresario, inversor y magnate australiano  Keitl Rupert Murdoch.  Quedaban 34 días para que España se acostase monárquica y amaneciese republicana.  Por primera vez, una bandera nacional y tricolor, sin imposiciones borbónicas, fue colocada en millones de balcones por aclamación popular.  Daba fe del nacimiento de la criatura Simón Ruano Domínguez, como padre de la misma, de oficio labrador y casado con su paisana Matea García Ruano.  Oficiaba como juez municipal don Honorino Díaz García.  De secretario suplente se encontraba don Mercedes González García.  Y como testigos, los vecinos Teodoro Asensio Rodríguez e Ignacio Hernández Jiménez.  El pueblo de Ahigal, celebrado en todo el norte cacereño y otros pueblos del meridión salmantino por su tradicional y colorista mercado, pasó a tener un hijo más de la saga familiar conocida vecinalmente como la de los Féuh.

Tendrían que pasar muchos inviernos para que supiese santo y señas de Constantino.  Le veía, desde que era un chaval,  por las calles del lugar cuando se acercaba a cobrar por las casas el seguro de Santa Lucía: un cómodo descuento para irse al otro barrio sin gravar demasiado los bolsillos.  Muerto el burro, la cebada al rabo, dice el viejo refranero castellano.  En fin…, el caso es que, en una entrevíspera lloviznosa, cejijunta y fustigada por el cierzo de un San Sebastián asaeteado, me topé con Constantino en el bar de Ti Miliana, en la plaza mayor de la población.  Era en aquel tiempo estudiante universitario y San Sebastián caía en fin de semana.  Constantino se dirigió a mi persona y me felicitó por ciertos premios literarios que había recibido recientemente y que me hacían más soportable la rocambolesca vida de estudiante.  No todos los días recibe uno el galardón del XI Concurso Nacional Literario de la Juventud.  Supe que él también escribía versos.  Y sin más preámbulos, sacó un doblado papel del bolsillo de su camisa y, ajustándose las gafas, comenzó a desgranar las estrofas: ¿Cómo pretendes, mujer, /decirme lo que no digo? Yo segué y trillé mi trigo/ y limpio lo puedes ver/ mañana y hoy, como ayer./// Quien vea en mi verso o mi prosa/ un sentimiento torcido,/ es que no puso el sentido/ en pétalos de la rosa,/ sino en su espina ardorosa.///  Las gafas de grueso aumento/ para leer no son buenas,/ que suelen dictar condenas/ al que no vive del cuento/ y siempre por diez da ciento.

A tan corto y enjundioso poema le había puesto el título de Gafas de grueso aumento. Constantino me relató que lo había conformado por encargo de un amigo, perdidamente enamorado de una joven (bellas pupilas zafirinas y cabello negro), a la que vio por primera vez en las fiestas de la Virgen de Soterraña, en el pueblo cacereño de Madroñera, por los legendarios berrocales trujillanos.  Se encontraba al pie de aquella picota del siglo XVI, a la que el paisanaje conocía como la Mona del Rollo.  Sostenía un vaso en una mano.  Fumaba con elegancia.  Sus cuasi desnudas sandalias, su corto calzón color puesta del sol y su sedosa blusa sin mangas exaltaban su apostura. Constantino, nieto paterno de Antonio Ruano Gómez y de Ramona Domínguez Panadero, ante la incomprensión y distorsión que la joven berrocaleña hacía de las palabras versificadas del amigo, defendió su honesto enamoramiento con quince sentidos versos.  El joven amigo también aspiraba a ser poeta y fraguaba facultades a ritmo acelerado.  Años más tarde, no alzaría el puño para coger la rosa ni para atrapar alada gaviota procedente de los muladares.  Pero si la levantó para apuñar la flor natural en unos juegos florales internacionales.  Su poema A muerdos fue aplaudido a rabiar:

Quiero cansar al lápiz y al papel

escribiendo sobre ti y yendo a solas

entre pardas y montaraces olas

que evocan tu azul en su tropel.

 

Por la boca echando el hígado y la hiel,

apuntando en sus sienes con pistolas,

haciendo sin red suicidas cabriolas,

posando la cabeza en el riel…

 

podré verlos: rendidos y acezando.

a gritos llamando al desespero,

perdida la esperanza, agonizando.

 

Yertos papel y lápiz, mi huevo y fuero

defenderé a muerdos y bramando.

Nunca sabrás lo mucho que te quiero.

(Continuará)

 

  • Rebacaéruh, título de esta nueva columna, es una palabra propia del habla extremeña con gran sustrato astur-leonés.  Hace alusión a los pensamientos y recuerdos que bullen, sin pretenderlo o a propio intento, dentro de la cabeza de las personas.  Sólo buscándoles una vía de escape quedarán libres.  Una de ellas es dejar que campen a sus anchas en el papel.  Los rebacaéruh también se impregnan de intrahistorias y, partiendo de que no todo tiempo pasado fue mejor, están atados a épocas de mayor solidaridad y de apoyo mutuo, en las antípodas del individualismo y capitalismo-consumismo que hoy nos flagela sin piedad.  No son antinada pero huyen, cual alma perseguida por el diablo, de la globalización, que está haciendo añicos la entidad e identidad de nuestros pueblos.  Aportaremos nuestros grano de arena para parar a esa hidra de la modernidad mal entendida.  Puede que algunos vean en los rebacaéruh todo un folletín decimonónico.  Si es porque forman parte del pueblo-pueblo, del pueblo-arcilla, del pueblo-Sancho (también quijote muchas veces), entonces sí.  Pero con argumentos verosímiles, complejidad psicológica en ocasiones, irónicos y reidores de su propia sombra.  Y efectos secundarios con sabor y olor a Víctor Hugo y Honoré Balzac, a Fiódor Dostoievski y León Tolstoi y algo -¿por qué no?- de épicas de Benito Pérez Galdós, mas sin Españas bicolores y consideradas como cortijos por los de siempre.

 

 

 

 

 


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