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   -Estírate galgo, que mañana vas de caza.

A un lado de la avenida, los perros corren tras su naturaleza salvaje mientras los dueños hablan en medio de la polvareda levantada por esos canes a los que llamamos hijos y cubrimos de abriguitos, mimos y comida que ocupa una larga fila de ese supermercado que ya se está volviendo prohibitivo. Al otro, los niños siguen subiendo y bajando el tobogán de colores, atentos a su condición de felices herederos, de únicos tesoros. Son los hijos del privilegio que cuidamos con celo y supervisamos con denuedo. Y en medio, en su jardín de tierra, a los cuatro sin techo el ayuntamiento les ha arrancado los bancos de su rincón para que desistan de su empeño. De la noche a la mañana, los hermosos asientos de forja negros desaparecieron para que dejaran de convertirse en el contenedor de tantas latas de cerveza, de tantas bolsas sucias mientras a un lado, la papelera lucía, incongruente, su vacía boca negra.

Es este un espacio repartido que recorro todos los días comprobando que nada cambia: los perros en su cotidiana carrera, su saludo revolcado por la tierra, los dueños en su charla sobre veterinarios… los niños envueltos aún en sus anoraks de colores, subiendo y bajando por la cuesta de una vida iniciada en medio del deseo, del miedo, de la entrega ¡Son tan frágiles nuestras esperanzas en un embarazo, en un niño que llega, tan temerosos nosotros!… y sin embargo, aquellos que nada tienen, ahí siguen, sentados en el suelo o, el otro día, para gran diversión de mi persona, en un taburetillo sacado de no sé qué contenedor… aquí quien no se busca la vida es porque no quiere.

En la esquina que nadie mira, en la que reparamos apenas, hay alguien que no es de los habituales, con su manta para los atardeceres, su perro que se acerca y suspira al paso de los coches y de los transeúntes. Unas cuantas monedas a sus pies nos recuerdan que seguimos siendo humanos a pesar de nuestra prisa, de la tarjeta de crédito, de nuestra indiferencia. Los días largos y cálidos son buenos para quien hace de la acera su casa cotidiana, su rincón al sol, su callada manera de enfrentarse a una vida que nadie quiere escuchar ¿De dónde viene? ¿Cuál es su nombre completo? Un día cualquiera pasaremos por esa esquina y no estará, habrá iniciado quizás el peregrinaje a otros bebederos. Y mientras, nuestro paso diario atiende a los perros que se saludan, los niños que siguen subiendo y bajando borrachos de vértigo… el trayecto cotidiano tiene estas constantes de tarde al sol, de árboles que ya se llenan de hojas, de sitio de todos. Y cruzo con mi rapidez habitual, viendo a los perros levantar la tolvanera de su alegría, a los niños, el placer siempre renovado de su gozo… y los sin techo y sin banco… sentados en el suelo, esperando el porvenir, ese, como decía Aldecoa, que no llega.

Charo Alonso.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.


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