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Ya tenemos Gobierno en Madrid, con un “primus inter pares” que lo ha peleado y hemos visto la alegría en los gestos de unos y la contención en los de otros, en la primera fotografía oficial de un nuevo tiempo que nadie puede asegurar como será, pero que parece presentarse rodeado de turbulencias. La “sangre” llama a la “sangre”. Siempre.

De que no todos los hombres (y mujeres) son iguales da fe la perseverancia en los trabajos del equipo que ha buscado, esto que tenemos, hasta la extenuación. En todos los niveles. Para ello hay que valer. No cualquiera lo hace. No por falta de coraje o inteligencia, sino  por falta de inclinación del ánimo propio. Una inclinación llevada hasta el extremo de la fractura de cualquier referencia (lo llaman pragmatismo) que puede no ser mejora sino lo contrario. Pues eso es el quid de la cuestión: que de resultas de negar un “dios” hemos inventado miles de ellos, pequeños en estatura y trayectoria. Nunca como en la época actual (o quizá si, pero esta es la nuestra) se ha transigido tanto con la calidad en cualquier orden: en el oficio, en la universidad, en el esfuerzo, en la dedicación y hasta en la ética. Hoy basta tener un grupo de influencia que, organizado, se adelante a dar un nombre al que unir unos cuantos adjetivos, más o menos veraces, para ser anunciado como referencia. Flaco favor hacemos con ello. A los hombres. Y a las mujeres.

Quienes creen que las personas son perfectamente intercambiables para cualquier puesto, no consideran importante el que las más valiosas, entre ellas, se pierdan. Creen que siempre se les puede encontrar sustitutas. De hecho así es, según prueba la experiencia, aún cuando los márgenes de calidad disminuyan. Algo que debería ser fuertemente contestado (en el caso de los asuntos públicos) por el contribuyente, que es quien recibe los beneficios o las deudas de un juego en el que los individuos actuantes (para mandar o para obedecer) son tratados como piezas de fruta similares dentro de una caja repleta de las mismas. Qué de extraño tiene, por tanto, que si hubiera que retirar alguna, se haga, sin remordimiento ni crítica alguna, considerado todo ello un mero daño colateral insignificante, asumido por el vendedor del producto, dentro de los haberes y debes del negocio.

Tengo para mi que en este particular mundo nuestro no se aspira a la perfección. Ni se la reconoce. Más bien, a una parodia de la misma, construida sobre un arsenal de etiquetas, origen del discurso que nos llevamos a cara. Aunque luego, con la boca pequeña, protestamos. De los muchos sucesos, últimamente vividos en política, pero también en otros campos, tiene mucha responsabilidad la falta de reacción ética de la sociedad en su conjunto. La relativización que se ha instaurado en los conceptos básicos, bloquea cualquier condena social (objetiva y no partidaria), que al cabo es lo que puede producir un cambio de rumbo en situaciones equívocas o dañinas. Las organizaciones se aprovechan de ello, pues sus integrantes forman parte de esa misma sociedad y asumen sus postulados como método de conducta. Sus elementos sienten temor por considerarse intercambiables y hacen lo posible por no serlo, acatando decisiones de la cúpula sin objeción, admitiendo que son consultados aún sin consulta verdadera, permitiendo, incluso, servir de pretextos para fines interesados que no siempre defienden un producto final cualificado, sino las ganancias del mismo a corto plazo. Pervertido el verdadero sentido de unos postulados de partida todo lo anterior es de uso bastante corriente y sin  complejos.


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