Digital Extremadura
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Yo me encontré el otro día con una amiga, viniendo de comprar pescado, y pensé que me
iba a “reñir”. Pensé que lo haría porque de un tiempo a esta parte, mucha gente me “riñe”
o al menos me “reconviene”. Cariñosamente, he de reconocerlo, de manera implícita, pero
lo hacen. Unos, por ser crédula, otros por ser inocente, los terceros por fiarme. Al parecer
las tres cuestiones no se conjugan bien con lo de hacer política y en un intento de
entender lo qué pasa, adjudican las causas de los hechos a algún tipo de debilidad de mi
carácter. Sin apenas darse cuenta, sin ser totalmente conscientes de ello, atribuyen los
accidentes de la vida a la posible víctima, según el patrón establecido por los roles
sociales de tantos siglos, que ahí siguen. La víctima lo es porque no supo cuidarse, no fue
avispada, o se encontró en un mal momento personal; nunca por la sola maldad del
agresor o de sus cómplices. Pensarlo supongo que libera e inhibe de otras preguntas, de
otras obligaciones morales.

Pero no, mi amiga no hizo ningún ademán de “reñirme”, y eso que tiene el carácter fuerte.
Por el contrario se puso a analizar conmigo las circunstancias, queriendo entenderlas. Y
todo fue bastante inteligente y yo volví a casa con una cierta seguridad en el ánimo. Sin
demasiadas respuestas, pero con una cierta seguridad en mi proceder: el de antes y el de
ahora.

Sin previo aviso, y al hilo de lo anterior, me vino a la memoria un episodio de la infancia:
una amiga de casa me había regalado una muñeca, y un día, sin saber muy bien cómo, la
muñeca perdió (literalmente) la cabeza que rodó solitaria por el suelo de la habitación.
Mi disgusto fue inconmensurable. Menudo sofocón. Lo que pude llorar. Yo entonces no
sabía todo eso que hoy nos cuentan sobre el “amigo” que necesitan los niños para tener
seguridad frente a sus miedos, y hube de aprenderlo sobre la marcha, de manera
experimental. La muñeca rota y descabezada desapareció de mi realidad de un día para
otro y con ella las partes importantes de la infancia. Un preludio de algunas situaciones
futuras en circunstancias más graves.

Es la vida, te dicen los “expertos”, y a cada cuál le toca la suya. En el fondo, todo deriva
hacia una resistencia a la frustración continua frente a tantos y tantos acaeceres que no
nos gustan, que nos desarraigan, que nos envejecen, a fuerza de desgarro íntimo y
personal.

Aunque, miren ustedes, la parte no es el todo, lo diga Mahoma o su Profeta, eso si que lo
tengo meridianamente claro. Y no lo digo yo, sino las Matemáticas.


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