foto

Entre las cabezadas del sueño

OPINIÓN
Comparte en redes sociales

Debe ser cosa buena trabajar como novelista, poder dibujar personajes a capricho, hacer
decir a cada uno de ellos lo que uno quiera. Ahora que el confinamiento nos hace ver
muchas más series de lo preciso, me he “enganchado” a una de esas que tiene de todo,
exagerando tramas, sentimientos, bondades y maldades. Me interesa el trazo deshinibido
de los roles de “malos”, muy “malos”, aún con atisbos de conciencia en sus corazones.
Son perfectamente reconocibles y no engañan al espectador.

Siempre he defendido que una de las mejores oportunidades que ofrece un cargo público
es la variedad de personas distintas, en suerte y condición, que conoces. En mis tiempos
de dirigente universitaria, el Rector tenía la costumbre de invitar a comer a los
responsables de los centros, el día de inauguración del curso académico. También lo
hacía con el resto de autoridades civiles, militares y religiosas de la región. En una de
esas inauguraciones me sentaron al lado de un obispo. Estaba entonces de moda una
serie sudamericana, retransmitida en la primera cadena de televisión cada día, justo
después de la hora de comer, en ese espacio de asueto que va entre el final de la comida
y el inicio de jornada de la tarde. Alguien citó su nombre y la conversación se animó. Al
parecer, entre las cabezaditas de la mini siesta, todos la veíamos. Incluida su
reverendísima, que justificola por el léxico que estábamos aprendiendo de estos países
hermanos. En el guión estaba el esquema básico de cualquier cuento: el bien y el mal en
continua pelea, el primero inmensamente ingenuo, el segundo inteligente y astuto. Al
cabo, después de muchos capítulos de sufrimiento, gana el primero y se lleva la
recompensa.

Las personas necesitamos, al parecer, de esa dialéctica entre el bien y el
mal como fuerzas poderosas que se enfrentan y la moraleja debe ser ética para que no
haya duda sobre el comportamiento exigido en nuestros esquemas sociales. Como en las
novelas de Corín Tellado. La asturiana comenzó a escribir porque necesitaba dinero para
alimentar a su familia. Divorciada y con hijos en la España de los setenta, el mensaje de
sus textos siempre fue el mismo: el amor triunfa, el amor gana a todas las adversidades.
Triunfó en cuanto a ventas se refiere. Era muy poco “progre” leerla, pero lo hacíamos
cada vez que alguno de sus folletines caía en nuestras manos. Curiosamente, andando el
tiempo, los críticos literarios hablarían del valor sociológico de su obra enmarcada en una
época y un país.

¿Que surge antes, la realidad o la trama?¿Imaginamos algo y luego lo hacemos visible?
Recuerden a Julio Verne y sus artefactos, tan “modernos” en nuestros días. Anda por ahí
una novela, escrita hace algún tiempo, que narra algo parecido a lo que nos ha pasado
con el coronavirus. Creo que al igual que existe una inteligencia colectiva, fruto de la
interrelación de las inteligencias individuales, hay también unos modos de hacer,
construidos por los humanos desde su relación con los otros y con el entorno. Ahora que
el virus ha producido el desastre y nuestra forma de defensa (el aislamiento) ha sido la
primaria, debiéramos imaginar “lo que nos conviene” y “hacerlo real”. Eso de que el relato,
más o menos imaginado, antecede a lo que después ocurre, tiene cada vez más visos de
realidad.


Comparte en redes sociales

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *