chiste 1
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“Veremos” es la palabra más usada estos últimos días. “Veremos si deja de llover”, “veremos si los chicos que inician curso siguen aplicados”, “veremos si se tranquilizan las cosas en la federación nacional de fútbol”, “veremos si hay Gobierno”, “veremos”…

Todo es un supuesto. El verano ha dado ya sus últimas bocanadas y la gente se prepara para ello, con peor o menor aproximación. Aparecen las botas altas y las chaquetas Empezaron las clases escolares y eso se nota, no solo por la algarabía en las calles, sino también por la prontitud en recogerse cuando se hace de noche, algo más común a medida que avanza septiembre hacia su término.

En este nuestro hoy tenemos menos certezas y más probabilidades, así que los interrogantes abundan en las conversaciones y en los telediarios. A mí me parece muy curioso lo distintas que son la España oficial y la otra. Cada vez caminan más por senderos divergentes. En los establecimientos, en los que compartes unas risas, noto que las preocupaciones ciudadanas discurren por zonas distintas a donde lo hacen los (hablados y escritos) informativos. Eso por no hablar de los programas de entretenimiento, a los que no les sigo la pista. Me confieso ignorante funcional al respecto. El otro día, en esas pequeñas porciones de noticias que cada periódico relata en sus hojas finales, se daban nombres de personas como si fueran invitados diarios en nuestras casas, pero a mí ni me “suenan”, ni las conozco. Tal es mi desinterés.

“Los errores no se eligen, para bien o para mal” (dice la canción). Será eso. Porque si no, cómo puede alguien cuerdo alegrarse de la descapitalización de la organización a la que pertenece, y de la pérdida de tantos miembros que han contribuido a que sea lo que es. Solo la irreflexión y el miedo permiten entender la aceptación de unas consignas sin rechistar, cegando el camino al pensamiento honesto y propio. 

Las cuestiones complejas pocas veces tienen respuestas sencillas. De ahí, los debates. Perdónenme, pero repudiarlos con consignas simplistas raya (o puede hacerlo) en una estupidez manifiesta. Argumentos tales como que los que razonan siempre lo hacen mal, por intereses espurios, con odios inconfesables, porque se han pasado al otro lado del espectro ideológico, o directamente al fascio, que es necesario que los “viejos” no piensen porque son “viejos” y los “ex” mucho menos porque son “ex”, todo ello revela la simpleza de un argumentario viciado desde la raíz por una falta total de respeto al que no piensa lo mismo.

En vez de ello, los que no pueden o no desean invertir sus pensamientos en nada distinto de lo que les dicen desde la oficialidad, deberían estar agradecidos a los discrepantes que ponen sobre la mesa un conjunto de razones variado que nadie está obligado a compartir pero que permiten darse cuenta de las opciones posibles, si llegara el caso. No se trata, en mi entender, de tirarse al cuello de quienes no opinan lo mismo que cualquiera de nosotros, si no más bien que (a lo mejor) puede ser cuestión de aprovecharlo. En contra de lo que algunos quieren que creamos, no es la mansedumbre, precisamente, la que infunde el vigor a los caballos de carrera más rápidos y victoriosos.


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