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Extremadura, entre la depresión y la esperanza

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La celebración el pasado 8 de septiembre del día de Extremadura, me ha parecido un momento apropiado para reflexionar sobre la situación existente en nuestra región.

Extremadura ocupa los últimos puestos del escalafón español en lo que concierne a datos macroeconómicos como PIB y renta per cápita o renta disponible. Soporta altos niveles de desempleo, especialmente en lo relativo al paro juvenil, pierde población de manera continuada – en el período 2015 – 2023 ha perdido 40.800 habitantes – y nuestro talento joven emigra fuera de sus fronteras.

Dispone de una infraestructura de carreteras aceptable tanto en la red nacional como autonómica, aunque empiece a constatarse un deterioro de la misma por no aplicar medidas de conservación adecuadas. Se detectan tramos en los que el quebranto de la infraestructura es apreciable.

Se encuentran pendientes de ejecución, la unión de la autovía autonómica EX A1 con Portugal, la transformación en autovía de la N – 430, o la autovía Badajoz – Granada como obras más destacadas. Y también la finalización de la autovía Cáceres – Badajoz que, comenzada en su primer tramo, parece que la cosa va a ir lenta.

En ferrocarriles es donde Extremadura tiene su talón de Aquiles en materia de infraestructuras. Con una línea Madrid – Badajoz, que se eterniza en su construcción, para que soporte un tren de velocidad alta, aunque no AVE y a la que todavía le quedan muchos kilómetros de obras hasta que alcance la capital. Su finalización completa se espera para el año 2030 si todo se desarrolla de manera óptima. Como se deduce, todavía quedan muchos años para alcanzar el objetivo. El AVE Madrid – Sevilla se hizo en cuatro años y eran 540 kilómetros. Madrid – Badajoz con unos 400 km va a tardar del orden de 25 años.

Un corredor ferroviario fundamental para la región como es la Ruta de la Plata, cerrada sin causa justificada en 1985, empieza a moverse ahora en su restitución, tras movimientos sociales en el eje Gijón – Sevilla. Tras muchas vacilaciones se opta por integrar el corredor en la red básica europea y acometer un estudio de viabilidad. Todavía no se ha licitado y, como no hay prisas, le dan 24 meses de plazo de ejecución. Increíble. La ceguera de los políticos y sus intereses electorales centran sus esfuerzos en el Corredor Mediterráneo, para abandonar el oeste de España y especialmente el tramo Plasencia – Salamanca que uniría los dos brazos del corredor Atlántico y restituiría el eje ferroviario norte – sur por el oeste de España, sin tener que pasar obligatoriamente por Madrid.

Lo mismo puede decirse de la lentitud en el acondicionamiento y mejora del eje ferroviario Mérida – Brazatortas o las conexiones con Huelva y Sevilla.

Seguimos con unas infraestructuras aeronáuticas muy débiles, con un aeropuerto en Badajoz, excéntrico a la región, que en realidad es una base militar. Y somos incapaces de dotar a Cáceres de al menos un aeródromo, por dudosos problemas ambientales en la ubicación inicialmente propuesta.

No obstante, parece que se abre una ventana a la esperanza si se llevan a cabo ciertos proyectos industriales, mineros o turísticos, que podrían compensar la colonización energética que se está produciendo en Extremadura con las instalaciones de energías renovables, construidas sin planificación territorial alguna, e invadiendo miles de hectáreas de suelos con aprovechamientos agrarios que son de alto interés para la región y para su industria agroalimentaria.

Esperamos que parte de la ingente energía renovable que aportará la región, se use en proyectos internos y se favorezca el autoconsumo para su uso en los regadíos, industrias existentes y en las nuevas actuaciones que se vislumbran en el horizonte.

Cuenta Extremadura con futuras minas para producir elementos estratégicos como pueden ser el litio, con posibles instalaciones mineras en Cáceres y Cañaveral, a las que, en lugar de oponerse, sería mejor exigir medidas de seguridad medioambiental para hacerlas sostenibles y que se industrializase en la región el producto obtenido. La mina de níquel en Monesterio, parece que cuenta ya con los permisos necesarios para reanudar su explotación.

Junto a factorías importantes como la fábrica de diamantes sintéticos en Trujillo, que parece que comienza en serio su andadura, existen otros proyectos pendientes de financiación como la giga factoría de Navalmoral, detrás de la que hay empresas solventes o la fábrica de cátodos en Badajoz y otra de posible ubicación en el norte de Cáceres, que abren una posibilidad de industrialización de Extremadura, y pueden cambiar el panorama de nuestra región.

Otras iniciativas me suscitan más dudas como la azucarera de Mérida, que lleva varios años sin decidirse a su construcción, o el macroproyecto Elysium en Castilblanco, pueden ser importantes realizaciones si al final se llevan a cabo.

Y continuar con la industrialización de nuestros recursos agrarios endógenos. Somos importantes productores de frutas, de tomate industrial y sus derivados, de arroz, de frutos secos como almendras, nueces y pistachos y de productos ganaderos de vacuno, ovino o cerdo ibérico con un reciente gran matadero en Zafra, que hacen de nuestra región una potencia agroalimentaria de primer nivel. Se completaría con la finalización de las obras de regadío en Monterrubio y Tierra de Barros, riegos de alta eficiencia, que servirían para reforzar nuestra industria agroalimentaria.

Centros especializados en el sector energético y nuevas tecnologías en implantación en Cáceres y Badajoz y plataformas logísticas que habrían de construirse en Plasencia, Cáceres o Don Benito – Villanueva, así como posibles instalaciones de producción de hidrógeno verde, podrían dar un giro a nuestra Extremadura y convertirla en una región pujante que estuviera en condiciones de converger con la media española y de evitar el vaciamiento de población que actualmente se produce.

Seamos optimistas y veamos el vaso medio lleno. Tal vez esta vez vaya en serio


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