jovenes
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Cada generación tiene sus rasgos característicos. Miraba yo, al pasar, el grupo de
muchachos y muchachas primorosamente ataviados para una fiesta de promoción, un
final de carrera, y pensaba en mí a sus años y en la gente como yo cuando elegimos
hacer un gran viaje y pasar de otras cosas, como por ejemplo la orla con sus fotos
pequeñitas y todo lo aparejado con ello. No lo veíamos necesario, incluso alguien lo veía
demasiado burgués, y de aquella decisión solo lamento el no conservar alguna imagen de
los compañeros en quinto de carrera. A favor, sin embargo, mantengo sus caras en mi
recuerdo muy jóvenes e ilusionadas, los ojos vivos, despiertos, sin miedo al futuro.

Tengo fotos personales que hablan de esos años. Si la famosa baronesa Blixen “tenía una
granja en Africa” -como bien se encargó de decirnos en su novela- otros lucimos para la
posteridad, imágenes de minifaldas y abrigos midi vistiendo nuestra juventud. Por el
contrario, los jóvenes y sus familias participan hoy en fiestas de fin de grado en las que
todos se afanan por representar el papel de guapos de auténticos filmes de otros tiempos.

En pura revancha contra una época decadente, los graduados, incluso los que aún no lo
son, por no haber superado todas las pruebas finales, se engalanan en actos que buscan
narrar finales de etapa y principios de la siguiente. La de las incertidumbres del empleo.

Son muy pocos los que tienen, al cien por cien, esta situación pre arreglada. La mayoría
seguirá viviendo en la casa paterna o siendo dependientes de ésta, faro y asidero de su
trayectoria, por un tiempo indefinido. Como dice un buen amigo, las familias le solucionan
un buen trozo del problema al Estado, porque sin ellas, muchos chicos y chicas, incluso
con un diploma en el bolsillo, ¿tendrían que vagabundear?. Y es que nadie elige la
generación a la que pertenece. Ni sus posibilidades. Ni sus fatigas. O quizá, sí. No la
elige, pero la moldea.

Algo grave ocurre en una sociedad cuando la falta de empleo es tan generalizada.
Aunque una parte del problema hunda sus raíces en cuestiones estructurales, lo cierto es
que lo abultado del mismo parece derivar de una falta de planificación común adecuada
en los territorios. Ese “todo el mundo” estudiando en la Uni (casi nadie quiere “formación
profesional”). Ese “no tener” industrialización propia, ese “no disponer” de suficiente suelo
industrial o buenas infraestructuras… Porque si una zona está alejada de todos los otros
lugares es preciso comunicarla, si tiene mucho espacio protegido hay que equilibrarlo con
otras opciones de desarrollo. Y si la población está envejecida, es necesario apostar
fuertemente, con medidas generales, por nacimientos nuevos, apoyando a los futuros
padres, y en especial a la madre que es biológicamente la más involucrada (los primeros
meses) en la crianza. Por poner solo unos cuantos ejemplos.

Y ante éstos déficits, de poco vale esa falsa idea de confort, bajo la cual nuestros jóvenes,
recién terminado segundo de bachillerato, marchan de excursión a su particular Itaca,
agudamente vendida por sus promotores y aceptada por los padres, y originan una vía de
contagios que ha traído de cabeza a sanitarios, gobierno y comunidades, dando lugar a
unos gastos innecesarios que pagamos entre todos. Las prisas por reanudar la vida de
siempre y sus costumbres han puesto en jaque las medidas propuestas para el final de la
pandemia, así que como para quitarse las mascarillas si uno no está absolutamente
convencido de que no hay un ser humano impredecible en varios metros a la redonda.


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