César García y Alfonso Bernáldez.

HARÁ UN AÑO

En estos líricos meses de otoño, se desencadenó el año pasado la retahíla de pérdidas que nos
dejaron el alma entrizada. Primero fue Rafa que, de un mazazo, nos puso a punto de besar la
lona. No sabíamos qué decir ni adónde mirar. Y para ahondar más en la herida del
desconsuelo, llegaron César y Alfonso y nos hundieron hasta el fondo de la tristeza y la
melancolía. Ayer estuvimos en el Ayuntamiento, a la vaina esa institucional en la que hicieron
a César hijo predilecto de Norba. Qué nos van a contar a nosotros, los antonianos amigos y
compañeros suyos, de quién fue, qué era y qué sentía nuestro amigo César. Desde hacía ya
varios años nos juntábamos indefectiblemente cada semana, y a veces más, para tomar café y
algún churrito que otro, y pegábamos la hebra de lo lindo, de esto y aquello, y recuerdos de
nuestros años en el San Antonio.

Empezamos los desayunos antonianos César, Alfonso, Lalo y servidor. Luego se fueron
añadiendo nuevos cofrades y hasta hoy. Al poco de la partida de César, Alfonso nos acabó de
rematar. “Tanto dolor se agrupa en mi costado que por doler me duele hasta el aliento”. No
hay día que, cuando paso por Cánovas, no sienta el vacío que me dejaron esos dos amigazos
del alma. Dos poetas. César un torrente de versos, leyendas e historias de la tierra. Alfonso, mi
confidente incondicional de la Historia de la Poesía española.

Va a hacer un año. De olvidarlos, nada. Cuántas veces me pregunto ¿Dónde estarán?¿Volveremos a vernos? Pero ¿qué es esto?…A veces, hay días que, cuando camino por en nº 1
de Hernán Cortés, me encuentro con César, que va a su gimnasia del Perú. ¿Qué tal César? Me
sonríe, pone su mano sobre mi hombro, desaparece…A veces, Alfonso me llama al móvil y
estamos un rato matándonos de risa con las ocurrencias de don Pedro Muñoz Seca. “Alfonso
mañana, café y churritos, eh?” Ya no me contesta y, si acaso, creo sentir un un susurro: “Ah,
amigo mío, acá en la otra vida…”.