charo
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Porque lo bueno está ahí, en la calle, disfrutando de la carrera, al sol, el gorro bien encasquetado y el niño de la mano. Seguridad, tranquilidad… una sala de urgencias llena pero en silencio tranquilo mientras médicos y enfermeras ¿A cuánta gente habrán visto hoy y les quedará por ver en esta jornada dominical? se afanan. Más medios, más médicos, más enfermeros, más espacio, más máquinas para dejar a un lado las listas de espera, más profesores, menos alumnos por clase, más apoyo a la dependencia, más facilidad en los trámites para abrir un negocio, más flexibilidad en la burocracia… ¿Qué pedimos, cuánto pagamos, qué queremos, qué necesitamos? En el fondo la gente de mi barrio, la que va al Día de la esquina y se toma una caña en el bar que hace gente, como lo hace la frutería en la que tienen paciencia con la persona mayor despistada que lleva las llaves colgando y que no sabe si ha entrado ya en el pequeño supermercado o es la panadería la que falta… esa gente que somos todos que tomamos el autobús para bajar al centro porque no hay quien aparque y que hasta tenemos un niño y un perro para usar el parque, la pista, el rincón canino… esa maravillosa gente de todos los días no pide mucho. No pedimos mucho. Solo que funcione lo básico. Solo que se repitan los rituales.

Domingo de periódico, de carrera, de gente que entra y sale de la pastelería. Qué fácil parece todo. Mi sobrino llora un poco porque se ha caído, nos peleamos por los suplementos y dejamos quemar el café. Me duele la garganta pero hoy hay un sol de fiesta y qué poco nos hace falta para lo bueno. Qué todo funcione, que el pan nuestro de cada día siga ahí con la sonrisa de un hombre a quien nunca he visto enfadado. Dulce de leche y recuento de todos los finales mientras pienso que estamos tranquilos, sin excesos, alegres con los niños y relajados con las obligaciones, enferma, sí, pero también envuelta en la comodidad del diario, de lo consabido. No necesito irme de viaje ni volar a Lanzarote a hacer ostentación de vacaciones, ni llenar el árbol que acaba de derribar mi sobrino, de paquetes que nadie en esta casa necesita. Es el gusto por ese detalle de afecto y de tranquilidad. Déjame el sofá y devuélveme el periódico. Tranquilidad y casa desordenada. Afuera la gente regresa a sus casas, hemos corrido el año en el que todo ha sido posible. Pero hoy no toca, hoy toca sencillamente, reconocer lo simple, lo diario, lo que está usado y desgastado de tanta vida y que acaricia y abriga más… es día, sencillamente, de alegría.


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